La sesión empezaba esta vez a las tres (y no a las cuatro) de la tarde por aquello de la conciliación. Y tan sólo una hora antes el secretario Político de Podemos acababa de lanzar una fina andanada contra los pablistas más duros, los que embarran, a su juicio, el campo de juego antes de la batalla de Vistalegre. "No creo que sean buenas las acusaciones gruesas o el fango porque eso sólo beneficia a los intereses de quienes quieren sembrar cizaña entre nosotros", advertía Íñigo en los pasillos de la Cámara baja. Dos apellidos sobrevolaban la nube de periodistas: Espinar y Monedero, escuderos ambos de Pablo. Y para colmo, a oídos del círculo de Iglesias llegaron aquella mañana unas declaraciones de Rita Maestre subidas de tono: acusó al pablista Echenique de dar un "golpe de estado burocrático" al imponer de manera "unilateral" el modo de renovación del tribunal de Podemos, la Comisión de Garantías.
Entre el humo de la descarga se marchó Errejón para picar algo y estar a tiempo en el Pleno. Lo que no presagiaba era la mala digestión que le iba a dar Iglesias, con la lengua afilada y el semblante guerrero al acecho, como un púgil que se acaba de poner vaselina en cejas y pómulos. Fue él, para eso le estaba esperando, quien lanzó a su compañero el primer revés, una reprimenda de órdago. Y fue también el líder de Podemos quien cogió del suéter a su secretario Político y le puso la mano en el hombro para que no esquivara la embestida. Entonces, llegó el careo y el intercambio de acusaciones, que pivotaron, según las fuentes parlamentarias consultadas, sobre los reproches, más o menos velados, que se habían dirigido mutuamente durante los días previos. También se detuvieron en lo dañino de los ataques cruzados entre sus colaboradores. "Los trapos sucios se lavan en casa", fue el resumen de la reflexión.
Errejón, el hombre de hielo de la nueva política, el aplomo personificado, no pudo disimular su nerviosismo ante tanta recriminación
Así, la tensión de la bronca fue tal que Errejón, el hombre de hielo de la nueva política, el aplomo personificado, no pudo disimular su nerviosismo, superado por tanta recriminación. Se le notó, cuentan otras fuentes presenciales, en cómo le temblaba la mano mientras sujetaba, a modo de refugio ante el huracán Iglesias, un folio que tenía sobre su mesa. Y es que el rifirrafe del pasado martes en el escaño fue tan español y tan poco neerlandés que también tuvo palabras gruesas.
Se olvidaron ambos de que las paredes del hemiciclo oyen y observan, incluso cuando se escapa un insulto en el fervor de la refriega. Un agravio que tales fuentes, sentadas a muy escasa distancia, ponen en boca de Iglesias, reproduciéndolo en conversación con Vozpópuli y definiéndolo como el más doloroso, el "peor de los insultos". Uno de esos que pronuncian los futbolistas más provocadores y menos hombres y luego rescata la moviola retratando al infractor. Uno de esos que en la desenfadada jerga juvenil se escucha con bastante frecuencia, pero que empleado en una acalorada discusión de adultos, enérgica, suena diferente, y sobre todo, hiriente. Impropio de quienes se dicen amigos y síntoma de una relación deteriorada, donde el profundo respeto de antaño y la admiración recíproca son más pasado que presente.
Dicen en los mentideros políticos que ha tenido mucho que ver en este distanciamiento una rivalidad endiablada y en aumento entre quienes forman sus núcleos de confianza, pero basta con escuchar algunas confesiones en el Palacio de las Cortes para confirmar que los arbitristas más osados no se equivocan aquí.
La polémica de las bases
En la riña, que se prolongó durante cuarenta largos minutos, también tuvieron tiempo sus señorías para mostrarse desafortunados mensajes en el Twitter querido. Coleaba todavía de la noche del domingo la polémica por una afirmación de Iglesias en El Objetivo. "Nosotros tenemos claro que fue una decisión correcta no apoyar un Gobierno de Ciudadanos y el PSOE y la corriente de Íñigo plantea que eso se podría discutir", declaró Iglesias. A lo que Errejón tuvo que contestar de manera inmediata, con nocturnidad. Lo hizo tirando de tuit y recogiendo un pasaje de su entrevista de la víspera en La Sexta Noche: "Hicimos bien en no firmar ese cheque en blanco, que era acercar el PSOE al PP, e hicimos bien en consultarlo a nuestras bases y yo creo que nuestras bases acertaron".
Anoche, en la entrevista en @SextaNocheTV, me preguntaron por mi posición sobre el pacto Sánchez-Rivera: pic.twitter.com/jvjfWE46Gy
— Íñigo Errejón (@ierrejon) January 29, 2017
Fue la mediación de Irene Montero, jefa de gabinete de Iglesias, la que disolvió la enganchada por el bien común. Los luchadores regresaron a los rincones del cuadrilátero y encontraron respiro en la intimidad de sus teléfonos móviles. Pero para entonces, la pelea corría como la pólvora por los mass media y las redes sociales. Demasiado tarde para disimular. "Ya somos trending topic", decía Errejón fuera del hemiciclo, esperando cariacontecido un ascensor. Pablo e Iñigo se encontraron luego en la cafetería del Congreso y allí trataron de reconducir el encontronazo. "No somos holandeses, somos españoles, y cuando hablamos, gesticulamos. En el futuro procuraremos no mover las manos, pero ha sido una conversación normal", fingió el primero. "A veces discutimos con pasión, pero no nos peleamos. Seguiremos trabajando juntos", reaccionó el segundo.
Pese a semejante culebrón, todavía hay quienes ven aquí un montaje de los dirigentes de Podemos para acaparar protagonismo y titulares antes de salir unidos y reforzados de Vistalegre II. Sin embargo, la secuencia de este enfrentamiento, más acusado si cabe entre las familias, desdibuja tal presunción. Aunque, quién sabe, mejores interpretaciones se han visto. Para una noche de Premios Goya, qué mejor título que Los abrazos rotos.