"El nacionalsocialismo, y éste su gran éxito, ha sabido infundir al obrero alemán la conciencia de que antes que obrero es alemán y antes que necesitado es patriota". ¿2016? No, 1935. Antonio Bermúdez Cañete, corresponsal español en Berlín, escribió estas audaces palabras justo antes de que el régimen nazi le expulsara de Alemania. Otros tiempos. Pero el espíritu de aquella reflexión sobrevuela con cada nuevo partido de extrema derecha que roza el poder en la Europa del siglo XXI. Xenofobia descarada, nacionalismo étnico sofisticado y antieuropeísmo burdo: esta es la materia prima que alimenta el pensamiento y acción de los ultras en el continente. Así –a golpe de populismo y falacias lógicas– se expande la extrema derecha por Europa.
Los últimos en hacer temblar los cimientos de Bruselas han sido los austriacos del FPÖ. El partido que fundó el fallecido Jörg Haider –carismático pionero de la nueva ola ultra que fue gestándose a comienzos de siglo– perdió las elecciones presidenciales de hace una semana por apenas 30.000 votos. Los socios europeos respiraron. Pero la frialdad estadística evapora pronto el espejismo: un tercio de los electores austriacos se identifican con esta formación, fundada en 1958, que usa un disfraz de masas y unas formas correctas (y hasta elegantes) para lanzar mensajes xenófobos. Austria no ha sido un país especialmente golpeado por la crisis. Todo lo contrario. Pero una de las características de la extrema derecha europea es que sus posiciones políticas no están –no hay que esforzarse en pensar que están– fundadas sobre hechos objetivos. El mito de la islamización de occidente es una hipertrofia del teorema de Thomas: si los individuos definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias.
Sin noticias de la vieja imaginación democrática, son los partidos ultras los que están capitalizando la ilusión política y su sombra, el descontento
Profecías autocumplidas que van sumando votos sobre el tablero de una Europa que no sabe sacudirse la resaca de los buenos tiempos. Sin noticias de la vieja imaginación democrática, son los partidos ultras los que están capitalizando la ilusión política y su sombra, el descontento (uno de cada cinco europeos expresa actitudes racistas, según el diario Ahora). Sucede en Austria con el FPÖ, pero también en Francia con el Frente Nacional, en Holanda con el Partido por la Libertad o en Hungría con Jobbik.
Con cada escaño que logran, con cada victoria electoral, los ultras se espolean así mismos en el odio al diferente y la nostalgia por un mundo que no va volver. "Queremos vivir en la ciudad de nuestra infancia", decía en diciembre de 2015 una vecina de Villers-Cotterêts, un pueblo cerca de París gobernado por el partido de Marine Le Pen. Esa terca idealización de un pasado que nunca fue es el veneno más intenso para las democracias europeas. Dignificación simbólica de los agraviados –por la economía, por Estrasburgo, por la socialdemocracia– y esencialismo patriótico. Como sucede por ejemplo en Croacia, donde el neofascista Partido Croata de los Derechos Puros (HCSP), que forma parte de la coalición que gobierna el país, quiere "dignificar a los croatas" de sus "humillaciones" históricas.
La extrema derecha europea, pese a todo lo anterior, no es un movimiento unificado. El auge de los partidos ultras desde 2010 a la actualidad responde a causas globales, a síntomas extensibles a todos los países de la UE, pero también a peculiaridades nacionales. Los partidos ultras que triunfan en los países nórdicos apelan a diferencias de clase (nosotros los ricos contra ellos, los pobres que vienen a invadirnos) y esgrimen un corpus económico liberal. En cambio, en países como Grecia, la extrema derecha –Amanecer Dorado– apela a esas mismas diferencias de clase, pero al revés (nosotros los pobres contra ellos, los ricos que nos explotan), y alimentan ideas económicas intervencionistas y proteccionistas.
Otra gran diferencia es la antigüedad y el arraigo de estos partidos. La casi bisoña Alternativa por Alemania (AfD) surgió en 2013. Y, aunque en los últimos meses ha protagonizado un espectacular crecimiento a remolque de la relativa crisis que atraviesa el Gobierno Merkel, su crédito dentro de la sociedad alemana –como el de la organización PEGIDA, radicalmente antimusulmana– sigue siendo marginal. Por el contrario, el Frente Nacional francés –con años de experiencia familiar en amargar elecciones tanto a socialistas como a conservadores– es una formación que hunde sus raíces en el siglo XX. Lo mismo sucede con los mencionados HCSP en Croacia, un partido fundado a finales del siglo XIX, el Partido de la Gran Rumanía, con varias décadas de vida o el Partido Popular Danés, segundo en las generales de 2015, y cuyo origen se remonta a 1995.
La derecha radical en el continente se caracteriza por su escasa participación parlamentaria y su descarada intención propagandística
Y hay más diferencias. Por ejemplo, la territorial. Hay dos grandes focos de la extrema derecha en el poder (o cerca del poder) en la UE: Europa del Este –a los tradicionales focos en Rumanía y Hungría se ha sumado en el último año Polonia, cuya revolución ultraconservadora, de la mano del Partido Ley y Justicia, preocupa especialmente en las instituciones europeas– y el norte de Europa, con los Verdaderos Finlandeses en Finlandia, el citado PPD en Dinamarca, el PPV en Holanda o Los Demócratas Suecos en Suecia.
Además, está la Europa mediterránea. Grecia y Francia son los países que llevan la delantera al resto, sobre todo a España y Portugal, donde la extrema derecha organizada en partidos con posibilidades electorales es marginal. Y al margen del continente, Reino Unido, cuyas particularidades también se perciben en este campo ideológico. En las Islas, y a menos de un mes del referéndum sobre la permanencia en la UE, el UKIP –nacionalista, euroescéptico, populista– y el minoritario BNP –supremacista, eurófobo, neofascista– se juegan parte gran parte de su futura credibilidad entre los electores apoyando el Brexit. Son partidos que buscan fines parecidos a los ultras del otro lado del canal, pero parecen menos subordinados a una ideología fuerte como los continentales.
La derecha radical y populista continental se caracteriza por su naturaleza heterogénea, su escasa y retorcida participación parlamentaria (tanto a nivel nacional como europeo) y su descarada intención propagandística en cada movimiento que hacen. Uno de los lastres de estos dos últimos lustros negros de Europa (a la crisis le ha sucedido una anémica recuperación acompañada de una parálisis política que puede ser fatal) es precisamente el crecimiento de estas formaciones que destilan la ponzoña contra la que ya advirtió en su día el presidente Mitterrand en su gran discurso europeísta: el nacionalismo.
Cinco rostros de la ultraderecha en Europa
Marine Le Pen (Francia)
Líder del Frente Nacional francés, partido fundado por su padre Jean Marie, con quien está enfrentado desde hace unos años. Le Pen ha ido llevando a la formación por la senda de la aceptación social y mediática sin descuidar las líneas maestras de su pensamiento: populismo antielitista, antieuropeísmo y racismo. Gracias a esa inteligencia política, y apoyada en la crisis indentitaria y de valores que afronta el país, ha convertido a la formación, según las encuestas, en un serio candidato en las próximas elecciones generales, previstas para 2017.
Kristian Thulesen Dahl (Dinamarca)
Comparte obsesión con otros líderes de la extrema derecha del norte de Europa: la religión musulmana y sus fieles. Dahl estudió derecho y dirige el Partido Popular Danés desde hace 4 años. Una formación que, tras algunos altibajos, se ha asentado como la tercera fuerza política en el país. Su odio al multiculturalismo le emparenta con Le Pen, así como la defensa del proteccionismo económico y la identidad cultural frente a la amenaza de los burócratas (europeos) y los extranjeros (refugiados e inmigrantes).
Gábor Vona (Hungría)
Es el líder de la tercera fuerza política de Hungría, Jobbik, también conocido como movimiento por una Hungría mejor. Las claves del crecimiento de esta formación son más ideológicas que económicas (es un partido profundamente racista, judeófobo y antigitano), muy en consonancia con el perfil de su cabeza pensante. Vona es un político joven, con estudios superiores y una imagen mediática moderna, aunque provocadora. Su pilares: antiimperialismo y anticapitalismo... y bastante teoría de la conspiración antisemita.
Frauke Petry (Alemania)
Desde hace casi un año es la líder de Alternativa por Alemania, formación ultra y populista fundada en 2013. Está considerada como la referente del ala dura del partido. Doctora en Química, en 2014 fue elegida diputada al Parlamento Regional tras el éxito del partido. Su anuncio de separación causó una fuerte polémica en los círculos más conservadores de AfD. Petry quiere subir el tono el discurso antiislamista, ya de por sí muy fuerte en el partido, y tender lazos con formaciones 'hermanas', como el Frente nacional de Le Pen.
Timo Soini (Finlandia)
Se especializó en poner todas las trabas posibles a los rescates financieros de países europeos en apuros durante la crisis. Desde que su partido, los Verdaderos finlandeses, entrara en 2011 como tercera fuerza en el Parlamento, Timo Soini se ha convertido en un defensor a ultranza de la austeridad y un crítico inclemente de los países del ‘cinturón del ajo’, entre los que se encuentra España. Soini es un militar con rango de cabo, con estudios de ciencias sociales y larga trayectoria política en su país, combina un estilo liviano con un verbo radical y desvergonzadamente xenófobo. Es católico y durante dos años perteneció a la corte de euroescépticos del Parlamento Europeo.