No. El aire acondicionado no es sexista, el sexista es el responsable de programarlo y da la casualidad de que este suele ser un hombre o alguien que utiliza unos estándares de 1960 para regular la temperatura de todo un edificio.
Estos estándares fueron fijados por unas directrices norteamericanas de hace 60 años diseñadas para 154 hombres de mediana edad, vestidos con un traje completo —incluso con chaleco—, corbata y con pocas ganas de adaptarse al medio. Es el modelo danés de Fanger, al que siguieron la adaptación arquitectónica del húngaro Víctor Olgyay a través de sus Cartas Climáticas y el diagrama bioclimático del israelí Baruch Givoni. Todos ellos bajo un denominador común. Hombres pensando solo para hombres.
Así que sí, tu oficina está fría un año más debido a que sus gerentes se inspiran en viejas pautas patriarcales.
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“El jefe controla el termostato. El jefe suele ser hombre. El hombre decide programarlo según sus sensaciones”. Así será un año más en la mayoría de las oficinas y empresas españolas a pesar de lo que diga la ciencia.
Esta ecuación tiene, además de un claro componente social basado en la discriminación laboral de género, una sólida base científica y estadística. Hace un par de años un estudio publicado en la revista Nature Climate Change concluyó que las mujeres requieren proporcionalmente temperaturas menos bajas que los hombres para desarrollar su actividad laboral en verano. Concretamente 3 grados (De 22ºc de los hombres a los 25ºc de ellas). La explicación se debe a su metabolismo basal. En las mujeres es más lento que en los hombres y esto hace que disipen mejor el calor y no necesiten tanta ayuda externa como ellos.
La justificación científica —que ya fue intuida y obviada por Fanger en los 60— da la vuelta a todo el argumentario sexista. El problema es que después de un tiempo, ni la normativa, ni la sociedad se está adaptando a lo que nos está contando la ciencia.
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Aportando soluciones
El consenso debería ser siempre la primera opción. Aunque la ciencia establezca un criterio medio no todas las mujeres son más frioleras ni todos los hombres más calurosos. En oficinas pequeñas es fácil, pero en plantas diáfanas con 50 trabajadores es casi imposible un acuerdo sin damnificadas.
Sin embargo, la mayoría de artículos y manuales veraniegos de recomendación se basan siempre en consejos solo para ellas. Que si la estratificación, que si los zapatos cerrados, que si el pañuelo o la rebequita... Lo llaman 'Síndrome de la oficina helada' como si el problema fuera exclusivamente de responsabilidad femenina, otra evidencia de la herencia patriarcal.
La mayoría de artículos y manuales veraniegos de recomendación se basan siempre en consejos sólo para ellas, como si el problema fuera de responsabilidad exclusivamente femenina.
La compartimentación y sectorización climática es el paso tecnológico más natural y justo para resolver el problema en grandes superficies, pero también el más complicado por ser el más costoso. Se basa en acotación de espacios independientes mediante domótica aplicada. Climatización zonificada y variable según necesidades. Un lujo al alcance solo de edificios de nueva planta.
Una de estas instalaciones de climatización funciona con una aplicación para el móvil llamada Comfy que enseña al sistema a autorregularse. Los empleados la instalan en sus smartphones y hacen de termostatos independientes dando 'like' cuando están a gusto. Ellos y ellas deciden su temperatura ideal, la de consenso de su grupo de trabajo y definen sus horarios e incluso movimientos. El sistema procesa la información de hasta 100 puntos y regula los flujos en tiempo real para que cada sector se acerque lo más posible a un confort individualizado, independientemente del sexo. Una mismo puesto de trabajo puede tener varias temperaturas según horarios, estaciones o incluso el estrés de sus ocupantes. El paraíso.
El sistema aprende y va cambiando en tiempo real la temperatura de todos los rincones según los testimonios y 'likes' de los trabajadores.
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La forma 'cutre' de simular una sectorización óptima similar consiste en climatizar a 26 grados toda la planta y tratar de mover el aire con ventiladores en los puestos de trabajo donde necesiten temperaturas inferiores. Esto se puede hacer con ventiladores independientes o modificando caudal y secciones en la preinstalación de aire. Más barato y eficiente que generar siempre a 23 grados. El problema es que le tocaría a los hombres rebajarse a ser la parte activa de la compensación y esto es más complicado en una sociedad eminentemente machista. ¡Que se abriguen ellas. Es más barato! No es verdad.
A pesar del demostrado consenso científico en ninguna regulación española, ni del Ministerio de Industria, ni del Código Técnico de la Edificación hacen distinción por género en las condiciones generales de temperatura óptima. La última regulación para espacios públicos vino motivada por la crisis para incentivar el ahorro de energía. En 2009 se estableció que la temperatura de los recintos refrigerados públicos no debería ser nunca inferior a los 26º C, con un mantenimiento humedad relativa comprendida entre el 30% y el 70%. En este caso la crisis ha beneficiado a las mujeres.
Pero en las oficinas privadas conseguir un acuerdo entre hombres y mujeres para fijar una temperatura de trabajo ideal para ambos parece prácticamente imposible. La solución puede estar también en la variación térmica periódica. Un estudio de 2015 para la Universidad de Maastricht concluyó que el rendimiento laboral mejora cuando se disfruta en algún momento de una temperatura algo más incómoda.
Hasta ahora se creía que el confort se conseguía manteniendo una temperatura estable (entre 21 y 25 grados) pero este estudio señala que pequeñas salidas en el intervalo de confort estimulan el sistema circulatorio y mejoran, entre otras cosas, la concentración, la atención y la actividad intelectual. Es como la ducha mañanera que te despierta. Algo así como los baños congelados y posterior sauna de los nórdicos pero en una proporción térmica más sutil. La idea de variar la temperatura periódicamente en el rango de esos tres grados acabaría sustancialmente con el problema de género y aumentaría el rendimiento de todos.
Y es que existe una idea equivocada de que las bajas temperaturas en la oficina mejoran la productividad y la alerta del trabajador, cuando hay estudios que dicen justo lo contrario y, además, provocan consecuencias negativas en su comportamiento. En realidad el frío artificial se ha promocionado siempre más como un signo de poder y estatus social de la empresa que como un generador de bienestar a sus trabajadores.
Cuando todo esto falla o no hay demasiado presupuesto vuelve la tecnología y el instinto femenino de supervivencia. Cognowear es una startup que está desarrollando un nuevo concepto de ropa de mujer capaz de acabar con el sempiterno problema de esta batalla de sexos. Se trata de unas prendas que controlan la temperatura corporal y la de la habitación para adaptarse al rango de confort de las mujeres. Por supuesto la empresa ha sido creada y desarrollada por mujeres.
Amee Chaudry es ingeniera biomédica y una de las cofundadoras de la compañía. Ha desarrollado el primer prototipo de la empresa apoyado por el Departamento de Innovación y Rendimiento de Pittsburgh que lo financia. Un chal con una tecnología de detección adaptativa que interpreta las señales ambientales y corporales de la mujer y las traduce para asegurar la temperatura más cómoda con un circuito impreso que genera calor en hasta tres niveles. El primer prototipo está diseñado con una placa de Arduino.
En 2018 se prevé su fabricación y salida al mercado, mientras tanto la guerra del aire acondicionado la volverán a ganar, otra vez, los hombres.