Desde Rusia –no precisamente con amor- ha llegado una oleada de noticias falsas que el Kremlin supuestamente distribuye para intentar desestabilizar las democracias occidentales. Son gélidas estalactitas que amenazan con desprenderse, clavarse en el lomo del sistema y tocar nervio. La preocupación es máxima. La Comisión Europea ha creado un grupo de expertos para tratar de poner freno a este asunto. La OTAN ha pedido a España que se proteja contra este tipo de zancadillas moscovitas. Y la vicepresidenta del Gobierno y el propio Rey han expresado esta semana su desasosiego por la proliferación de estos infundios. Eso sí, lo dicen como si España fuera un vergel. O como si hubieran tenido una epifanía que les ha impulsado a combatir lo que el propio poder ha cultivado durante años en este país.
Sería absurdo poner en cuestión la existencia de una guerra fría virtual con la que los países se hacen la puñeta unos a otros de tapadillo. Pero llama la atención que los mandatarios españoles señalen a las redes sociales, a Rusia y a los ‘ciberactivistas’ para explicar las intoxicaciones que sufre la opinión pública; y omitan ciertas verdades vergonzantes que sobrevuelan sobre el panorama mediático español y hacen que cada vez cueste más que nunca pronunciar la frase: “madre, soy periodista. Rece por mi alma, que falta me hace”.
El diario El País ha publicado durante las últimas semanas varias noticias que vinculan a los responsables del proceso soberanista catalán con el aparato propagandístico ruso. Al parecer, Putin aprovecha este tipo de movimientos subversivos para intentar fragmentar la Unión Europea. Mientras esto ocurría, el Ibex 35 y un fondo buitre tejían una conspiración para desahuciar al presidente de Prisa. Este conflicto no se desató por ciencia infusa. La crisis económica debilitó el grupo y la compañía necesitó de la ayuda de sus acreedores y de los tiburones financieros para sobrevivir. Estos socios, cuando comprobaron que su inversión peligraba, pasaron como una apisonadora sobre los directivos de la compañía y decidieron tomar el control de su Consejo de Administración. Ninguno de los cinco consejeros que han designado tiene una especial vinculación con el periodismo.
Cuando Juan Luis Cebrián vio que su silla se tambaleaba, acudió a Moncloa, a Ferraz y a Zarzuela para tratar de obtener ayuda para contener el vendaval. Habría que ser muy iluso para pensar que el establishment concede este tipo de favores sin contraprestación. Demasiado iluso. Porque la realidad es que en este país existe un feedback fluido entre el poder y los medios. Una parte intenta controlar a la otra y la otra acude a la una para sobrevivir en las épocas de vacas flacas. Entre medias, se publican medias verdades y mentiras interesadas. Señora vicepresidenta, no hace falta mirar a Rusia.
Resulta difícil encontrar una profesión más encantada de haberse conocido que la periodística.
Prisa es quizá el ejemplo paradigmático, pero no el único. RCS MediaGroup, la editora de El Mundo, cambió de presidente en 2016 después de que su principal acreedor –Intesa Sanpaolo- apoyara la OPA lanzada por el empresario italiano Urbano Cairo sobre la compañía. En los últimos años, grupos como Vocento y Zeta han refinanciado su deuda, lo que les obligó a pedir a sus acreedores –que a la vez se publicitan en sus medios- una dosis extraordinaria de paciencia. A tenor de estos hechos, parece difícil que en sus páginas se vayan a leer furibundas críticas contra quienes aceptaron suavizar su calendario de pagos.
El insostenible ego de los periodistas
Resulta complicado encontrar una profesión más encantada de haberse conocido que la periodística. No pasan dos días sin que uno de sus ‘popes’ hable de lo necesaria que es esta actividad para que la sociedad no contraiga la enfermedad del autoritarismo y el sectarismo.
Detrás de este ideal romántico, se encuentra una realidad bastante más dura. La de los más distinguidos investigadores de las redacciones. Los que acuden periódicamente a las cloacas del Estado para beber de sus aguas más contaminadas. Las controlan funcionarios que vivificado a aquel coronel Kurtz, de Apocalipsis Now. Se mueven entre tinieblas, con su ejército de policías y con sus propias normas. Y fabrican informes que están plagados de insidias que se reproducen sin tocar ni una coma en los medios de comunicación. Falacias con las que una parte del Estado dispara a otra parte para intentar derribarla. Fake News que no proceden de Rusia, sino de la España más cainita y corrupta, señora vicepresidenta.
La profesión que hoy reivindica su capacidad para ofrecer a la sociedad información veraz y honesta está ‘afectada’ por algunos editores que se dedican a una actividad similar a la que ejercía la Camorra. Al menos una vez al año, se pasean por los despachos de las grandes empresas para solicitar el ‘impuesto revolucionario’, que se paga en forma de campañas publicitarias. Quien se lo niegue, será víctima de su ira -lo contó este periódico-. Lo de Ausbanc no fue la excepción. Es común y conocido por todos en el sector. Incluso hay algún condenado por extorsión que, pese a que el peso de la justicia cayó sobre su página y web y su patrimonio, no ha renunciado a esta mala praxis. Busque usted.
No fueron ni Putin ni Aleksándrov quienes situaron al frente de la televisión pública a José Antonio Sánchez (J.A. Sánchez).
Señora vicepresidenta, no fueron ni Putin ni Aleksándrov quienes situaron al frente de la televisión pública a José Antonio Sánchez (J.A. Sánchez), cuyo nombre aparece presuntamente en los Papeles de Bárcenas por haber percibido 1,1 millones de pesetas en 1994 y 1995, según publicó El Mundo. Esta semana, ha sido vinculado –contó El Plural- con el Caso Lezo por haber ejercido -supuestamente- de intermediario entre el exfiscal jefe Anticorrupción, Manuel Moix e Ignacio López del Hierro, marido de Dolores de Cospedal. Al parecer, Sánchez medió para que ambas partes se reunieran para hablar de los problemas judiciales de López del Hierro.
Los mensajes sesgados que se han lanzado durante décadas desde las televisiones autonómicas tampoco han sido redactados dentro del Kremlin. Esa propaganda ha sido impulsada y consentida por las Administraciones regionales, que han situado a 'delfines' de los partidos al mando de estos medios de comunicación sin excesivo sonrojo. El caso de TV3 ha sido quizá el más obsceno –con el biógrafo de Lluís Prenafeta como director general-, pero también se pueden citar los de Telemadrid, Canal Nou, Canal Sur o EiTB.
Las 'fake news' y la Casa Real
Hablaba hace unos días el Rey del fenómeno de las fake news. “Cambian los soportes, aumentan los canales de información y, en ocasiones lamentablemente, también los de desinformación. Pero, pese a ello, permanece invariable, o incluso crece, la necesidad de rigor y profesionalidad, sin que quepan renuncias o deserción alguna en favor de los algoritmos”, afirmaba, en declaraciones recogidas por El País. Ahora bien, lo hacía en un lugar del mundo donde el monarca tiene el privilegio de la inviolabilidad, y donde la prensa se ha ocupado durante años de hacer la vista gorda sobre algunos de los asuntos más espinosos de la Casa Real. ¿Acaso esto no es desinformar a la sociedad?
Señora vicepresidenta, mire usted a pseudo-medios de comunicación moscovitas como Russia Today o Sputnik, esas versiones contemporáneas de la Agencia de Noticias Transoceánica que utilizaron los nazis para ganar influencia en Sudamérica, distribuyendo día y noche noticias gratuitas y manipuladas. Critique a estos medios de propaganda rusos y acertará. También lo hará si señala a activistas bufonescos como Julian Assange. O si pone el foco sobre las redes de ‘bots’ de Twitter, utilizadas por los propagandistas para difundir sus mensajes.
Eso sí, no crea que en su casa todo es paz y armonía. Porque la realidad es que durante los últimos años, el panorama mediático español se ha deteriorado ostensiblemente. Básicamente, porque los poderes económico y político han aprovechado la recesión económica y la crisis de la prensa para ganar posiciones en estas empresas. Y el escenario actual no es precisamente alentador.