Entender las decisiones que se toman en los más altos despachos de Radiotelevisión Española obliga desde hace un tiempo a realizar un complejo ejercicio de abstracción. Miraba España este martes hacia Bruselas, pendiente de la comparecencia de Carles Puigdemont, los canales generalistas privados ofrecían las imágenes del líder independentista, Ferreras advertía de la importancia de la rueda de prensa desde el borde de la silla y La 1, la principal cadena de la televisión pública, siempre alerta, siempre dispuesta para pasar revista, hablaba a sus espectadores de un libro con consejos para enderezar el rumbo de los adolescentes más zopencos.
Contra toda lógica, los programadores de la corporación prefirieron relegar la rueda de prensa del expresident al Canal 24 Horas y utilizar su principal plataforma de difusión para debatir sobre los temas que marcan la agenda en tabernas, peluquerías y comidas de domingo en familia. A TVE se le espera desde hace más de un mes y medio en Cataluña. Vaya usted a saber dónde está.
La Generalitat ha contado durante esta crisis con un arma de la que Moncloa carecía: una televisión autonómica fuerte y a su servicio. Resulta obsceno el control que ha ejercido el Govern sobre los medios públicos, pagados por todos los contribuyentes, pero convertidos en órganos de propaganda del independentismo. Nadie pone en cuestión la gravedad de este hecho.
Ahora bien, sería iluso pensar que el Partido Popular ha dejado volar libre a Televisión Española durante los últimos años. La mejor prueba es que en su cúspide situó a José Antonio Sánchez, hombre fuerte en la Telemadrid de la ‘era Aguirre’ (2011-2014) y director general de TVE entre 2002 y 2004 por obra y gracia del Gobierno de Aznar. Tan cerca está de la calle Génova que en el Congreso de los Diputados confesó que era votante del partido. Tan cerca, que sus dos nombres y su primer apellido aparecen en los Papeles de Bárcenas.
Pese a acomodar a varios peones en los altos despachos de TVE, al PP le ha salido mal la jugada en TVE. Muy mal. Por desinterés o por ineptitud.
Arrasada por TV3
La semana pasada, José Antonio Sánchez aseguró en el Congreso que la audiencia de TVE ha crecido progresivamente en Cataluña durante los últimos años, mientras que la de TV3 ha caído en picado. El problema es que, en el momento más importante del proceso soberanista, las tornas han cambiado. En lo que va de mes, la audiencia de la cadena autonómica ha aumentado un 40% y su cuota de pantalla se ha disparado más allá del 17%. Es decir, ha sido 10 puntos superior a la que ha registrado TVE en esa comunidad autónoma.
La 1 se ha quedado estancada en otro tiempo, en otro país que dista mucho del actual. Entre flores, fandanguillos y alegrías, la televisión pública se ha vaciado. Y en Cataluña ha sido incapaz de competir de tú a tú con TV3. Mientras la autonómica se esforzaba en vender el 'procés' -en un acto de manipulación- como un pasaporte hacia la modernidad, La 1 informaba -el sábado- de las manifestaciones por la unidad de España con música de Manolo Escobar de fondo. Sonaba a broma pesada.
La audiencia de de TV3 ha aumentado un 40% en octubre y su cuota de pantalla se ha disparado más allá del 17%. Es decir, ha sido 10 puntos superior a la que ha registrado TVE en esa comunidad autónoma.
Mariano Rajoy y compañía –después de varias experiencias negativas- todavía no han aprendido que no sirve de nada controlar un medio público si sus contenidos no le interesan a (casi) nadie. Cuando el PP llegó a Moncloa, La 1 era la referencia informativa para el 39% de la población, con una amplia ventaja sobre Antena 3, según el CIS. El año pasado, tan sólo era considerada como la primera opción –en política- para el 19%.
Nadie dice que en anteriores etapas los telediarios de TVE fueran intachables y totalmente independientes. Nada más lejos de la realidad. Ahora bien, el dato deja claro que durante los últimos años el peso de la televisión pública se ha reducido progresivamente. Por una mala utilización de sus recursos, por falta de credibilidad, por la ausencia de voluntad en el Gobierno para mejorarla y por la musculatura que han ganado las televisiones privadas, que hace 7 años absorbieron los ingresos publicitarios que hasta entonces facturaba TVE.
En un momento político crucial, como el actual, los partidos constitucionalistas hubieran podido apoyarse en un buen aliado si hubiera existido en España una televisión pública seria y fiable que hubiera sido capaz de aplastar con argumentos y datos objetivos la propaganda independentista. Pero TVE ha demostrado ser funcionarial y muy débil. Este martes, la comparecencia de Puigdemont se retransmitía en el Canal 24 Horas. Si el hombre llegara a Marte el año que viene, Sánchez -a buen seguro- ofrecería el acontecimiento desde esta cadena, que apenas si ven unos cientos de miles de personas.
Pero así es TVE desde hace unos años. Capaz de esconder el caso Gürtel en los informativos, de obviar el discurso de Pedro Sánchez tras ganar las elecciones primarias del PSOE, de ocultar los truculentos audios de Jorge Fernández Díaz o de manipular gráficos y enredar con datos macroeconómicos para que ningún ministro se sienta ofendido. Hay 6.400 personas en nómina, 800 en Torrespaña, y el pasado sábado, el primer día de vida de la (nonata) República de Puigdemont, sólo había un mezclador de guardia. Absoluta falta de voluntad y de sentido de servicio público. El despiporre.