Los ojos de Javier Aríztegui llevaban meses leyendo la dimensión del desastre en Bankia. Informes de inspección, notas de supervisión, correos y todo tipo de alertas sobre aquel engendro financiero construido alrededor de dos cajas –Caja Madrid y Bancaja- quebradas al que había que empujar hasta el parqué para mayor gloria de Rodrigo Rato y, de paso, salvar a España del colapso. Operación de Estado. Todos los teléfonos rojos descolgados. Desde Moncloa, la vicepresidenta Elena Salgado repartiendo las órdenes de compra de las ‘bankias’ entre los presidentes no financieros del Ibex. Gobernador y subgobernador, por su parte, metidos en faena para evitar la revolución de la banca ante la operación. Rebeldía liderada por Francisco González al que le faltó un cuarto de hora para lograr contagiar al resto de la gran banca. Solo ese ardor patriótico de Emilio Botín, como contábamos este domingo, evitó que Isidro Fainé, Josep Oliu y Ángel Ron acompañaran a FG en la fila de los nones a Miguel Ángel Fernández Ordóñez.
Nadie creía en aquella Bankia que tenía que salir a Bolsa por el artículo 33. Como diría un castizo, por pelotas. Ni el Ibex, ni mucho menos el sector financiero, ni tampoco desde el caserón de Cibeles. No era para menos. Allí se guardaba celosamente esa letra pequeña sobre Bankia que, gracias a la labor del sindicato CIC y del abogado Andrés Herzog, hemos conocido recientemente. Para muestra un botón. Un extracto de un escrito, en este caso entre los inspectores del Banco de España con los responsables de Bankia, poco antes de comenzar a cotizar. “Les comentamos que tienen que corregir esta actitud de publicar al mercado información no veraz o engañosa, como ya les dijimos en más de una ocasión a Caja Madrid. (...) En todo caso, dice que este tema es competencia, según cree, de Dirección Financiera (aunque reconoce luego que también pasa por Secretaría General), y pregunta si la CNMV no ha validado la información antes de que se publique. Terminamos diciendo que eleve el asunto a quien corresponda y que tenga en cuenta que este tipo de informaciones serán aún más sensibles cuando Bankia cotice en Bolsa”.
Este párrafo, y muchos otros que hilvanan esos correos internos de la vergüenza entre responsables del supervisor sobre la situación de Bankia, han tenido la suficiente carga de profundidad para remover la conciencia jurídica de la Sección Tercera de la Audiencia Nacional. El revolcón de la Sala al juez Fernando Andreu y al fiscal Anticorrupción Alejandro Luzón, que hasta en dos ocasiones se negaron a citar a la cúpula del Banco de España y la CNMV por su posible implicación en la salida a Bolsa de Bankia, ha conducido a la imputación a MAFO, Aríztegui, los máximos responsables de supervisión e inspección de su etapa así como a Julio Segura y Fernando Restoy, subgobernador hasta principios de año, y consejero de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) en los días de autos.
“No me extraña que no queráis entrar en Bankia”, le decía Aríztegui a los banqueros que tenía que convencer para invertir en la salida a Bolsa
Todos ellos remaron a favor de la orden dictada desde la Moncloa de Zapatero. Pese al desaguisado cocinado. Eso no evitó que hubiera momentos de lucidez, de sinceridad absoluta. En especial del subgobernador Aríztegui. En más de una ocasión, en sus llamadas a los capos de la banca, reconoció el agujero que había detrás de aquel monstruo. “No me extraña que no queráis entrar en Bankia”. La frase textual salió de los labios de Aríztegui en más de una conversación de aquellos días con los banqueros. Llamadas que apelaban precisamente a lo contrario. Mensajes que forzaban a arropar la salida a Bolsa de Bankia. Conversaciones que presionaban para cerrar el compromiso de tal o cual banco en la compra de ‘bankias’ antes de que MAFO ejerciese la última llamada.
Bankia se desangraba y el supervisor lo sabía. Los correos electrónicos y las actas internas de los equipos de inspección del Banco de España en BFA-Bankia remitidos a Andreu demuestran que los responsables de vigilar la viabilidad de la entidad eran conscientes de la situación límite que atravesaba el banco presidido por Rato. Así, en un correo del 7 de abril de 2011 (Bankia salió a bolsa en julio de ese año) el responsable de la inspección en Bankia (Casaus) le remitió un correo a su superior (Pedro Comín) con "puntos a tratar" en futuras reuniones con el director financiero de BFA respecto a la segregación de parte de su negocio para crear un banco cotizado (que posteriormente sería Bankia). En su email, Casaus reconoce su preocupación por el hecho de que el banco corría el riesgo de ser insolvente incluso aunque saliera a Bolsa: "Cuidado no vayamos a quedarnos por debajo del 8% de capital principal pese a captar 3.000 millones de euros en Bolsa", tal y como le advierte a este alto cargo del BdE.
Cinco días después, el 12 de abril, estos dos responsables de inspección vuelven a compartir información sobre las consecuencias de la salida a Bolsa. En este caso, Casaus advirtió sobre los efectos de "dilución" que supondría para la matriz (BFA) el descuento aplicado al precio de la filial (Bankia) en la OPS, lo que mermaría la solvencia de la primera. "Consecuencias de salir a Bolsa por debajo del VTC [Valor Teórico Contable]: significaría una dilución para BFA de 1.412 millones de euros, pues tendría el 70,59% de 15.000 millones de VTC de Bankia (=10.589 millones) cuando antes de salir a Bolsa tenía el 100% de 12.000 millones (= 12.000 millones)", tal y como explica el responsable de la supervisión en la entidad. El descuento que realizaría posteriormente la entidad fue aún mayor, de un 60%, lo que acabaría por provocar un impairment en la matriz, toda vez que su participación en Bankia valía una fracción de lo que contablemente estaba reflejado.
Aquella salida a Bolsa fue aprobada por Aríztegui y MAFO, su jefe, el mismo que, con un desparpajo solo concebible en un país cuyas supuestas élites han perdido la vergüenza, ha publicado un libro autoexculpatorio titulado Economistas, políticos y otros animales, en el que viene a decir que a mí que me registren, yo no soy el culpable del desastre de las Cajas de Ahorro (más de la mitad del sistema bancario), no me siento responsable del rescate que obligó a España a gastarse más de 40.000 millones de euros para evitar la quiebra del sistema financiero español.
“No me extraña que no queráis entrar en Bankia”, repetía Aríztegui. ¿Seguro que no hubo dolo en esta salida a Bolsa? Cada día cuesta más pensar lo contrario.