Es triste, aunque no sorprende, oír y leer a algunos liberales equiparar el referéndum que celebraron los venezolanos con el que quieren perpetrar los independentistas catalanes. Esto se debe a las enormes carencias que arrastra el liberalismo político desde hace décadas.
La gran diferencia entre el pensamiento izquierdista y el derechista es su idea del Poder. Mientras liberales y conservadores se han centrado en cómo se gobierna, los socialistas se han preocupado por quién gobierna. Esta es la razón de que, al tiempo que los liberales se solazan en estériles y enclaustrados debates sobre la maternidad subrogada, el derecho a portar armas y la bajada de impuestos, la gente de izquierdas pone en marcha tácticas para hacerse con el Poder.
En su desprecio por los principios básicos de la política, algunos liberales, aquí y en el resto del mundo, no distinguen entre gobierno y Estado. Las izquierdas, sí
Es más; en su desprecio por los principios básicos de la política, algunos liberales, aquí y en el resto del mundo, no distinguen entre gobierno y Estado. Las izquierdas, sí. Por eso, desde la década de 1930 los socialistas occidentales se han dedicado a conquistar el motor del Estado: la sociedad. Dominada la mentalidad de los hombres, que son quienes ponen en marcha la organización estatal, se controla la opinión y la acción, y de ahí se conquista el gobierno.
A esos socialistas no les importaba al principio no poseer la hegemonía política, porque los otros, los adversarios, gobernaron con sus principios y valores creyendo que así copaban el mercado electoral. A esa política la llamaron “progresista”. Esto se debe a que los socialistas se apropiaron de la idea de progreso ante la pasividad de los liberales.
Entre todos han logrado que la gente piense que progresista es todo aquello que derribe la tradición y la costumbre, y que alumbre una Sociedad Nueva guiada por la “justicia social”, la lucha contra la desigualdad económica, el reparto de la riqueza, el feminismo supremacista, el multiculturalismo y el ecologismo, como modos de ir eliminando el capitalismo y sustituir la libertad por una igualdad orwelliana.
Esto no se consigue ganando unas elecciones por sorpresa, sino controlando la mentalidad social durante décadas
Esto no se consigue ganando unas elecciones por sorpresa, sino controlando la mentalidad social durante décadas, hacer que cada persona sea, consciente o inconscientemente, un agente del cambio. “Odio al indiferente”, que escribió Gramsci. Así se logra el dominio de los servicios del Estado sin la necesidad de crear y entrenar una Guardia Roja para dar un golpe. El gobierno caerá luego, como fruta madura.
El cambio se ha ido produciendo en los últimos ochenta años. Trotsky entendió que el Poder se alcanzaba dominando los engranajes del Estado y de los servicios que presta a la sociedad, porque son precisamente ellos los que permiten la vida social. Gramsci, en la misma época, coincidió en la conclusión, pero sin recurrir a la fuerza: era posible hacerse con el Estado si se conseguía la hegemonía cultural en la sociedad. Bien; pues lo han hecho.
Mientras los izquierdistas conquistaban la mentalidad social, a los liberales se les hizo creer que la economía era lo relevante y la política algo secundario; que importaba más un debate sobre la soberanía individual para vender órganos vitales, sexo o consumir drogas, que debatir acerca de los fundamentos de lo político. ¿Ninguno de esos sabios liberales economicistas se ha preguntado por qué las nuevas generaciones, desde hace décadas, salen del colegio siendo de izquierdas? Lo saben, pero se limitan a impartir conferencias y cobrar cursillos a un auditorio ya convencido, y a casa.
¿Ninguno de esos sabios liberales economicistas se ha preguntado por qué las nuevas generaciones salen del colegio siendo de izquierdas? Lo saben, pero se limitan a impartir conferencias y cobrar
Las izquierdas han ganado la batalla de los valores y de los principios hasta el punto de que han pervertido la idea de democracia, instalando la pretensión superficial de que votar es la esencia de lo democrático. ¿Cuántas veces hemos oído a los podemitas decir que Venezuela es una democracia porque la gente vota? ¿O no hemos oído decir lo mismo a los independentistas catalanes, que quieren imponer un régimen autoritario que termine de eliminar las libertades?
Incluso se llega a leer a algún liberal que lo que ocurre en Cataluña es el choque entre dos nacionalismos: el español y el catalán. No han entendido nada. Es la lucha entre el autoritarismo y la libertad, el democratismo y la democracia, la creación de una falsa comunidad homogénea y los derechos civiles.
La consulta que llevaron a cabo los venezolanos el domingo 16 de julio fue legal, acogida a los artículos 70, 333 y 350 de su Constitución, para evitar otra vuelta de tuerca del narcogobierno del dictador Maduro, quien quiere imponer un Estado comunal. El referéndum en Cataluña, por el contrario, es parte de un golpe de Estado que culmina la deriva liberticida en esa región.
Los venezolanos que votaron el 16-J lo hicieron para defender el Estado de Derecho y el imperio de la ley, y poner freno así, legalmente, a una dictadura que vulnera las normas constitucionales, las garantías democráticas y los derechos humanos. No tiene nada que ver con el referéndum independentista en Cataluña. Para un liberal debería estar claro.