Alguien debería decir a Rivera que olvide su obsesión por Rajoy, y que eche cuentas si quiere participar en un gobierno reformista. Las encuestas, que crean opinión más que reflejarla, muestran que Ciudadanos puede convertirse en una fuerza irrelevante. No se trata solo del posicionamiento de los otros, sino de los errores propios. La capacidad para convertirse en una opción necesaria, como aliado –olvídense del “espíritu bisagra”, que no funciona– depende solo de ellos. Pero el entorno del líder naranja no acaba de colocarse en el mapa político, y se nota. La gran dificultad de Ciudadanos es sostener el abrupto y equivocado mensaje del “Rajoy, no”, y al mismo tiempo que sea creíble su disposición a pactar con los “constitucionalistas” contra los “rupturistas”.
En la Campaña del 20D, Ciudadanos se sumó al carro del acoso y derribo del PP de Rajoy, lo que reforzó al núcleo duro del votante popular
Este discurso de la campaña para el 20-D que duró los cuatro meses de investidura, dañó a la formación naranja porque su opción era distinguirse del odio calculado de Podemos, tanto como del grito poligonero de Pedro Sánchez, y no lo hizo. Se sumó al carro del acoso y derribo del PP de Rajoy, lo que reforzó al núcleo duro del votante popular, le dio un discurso a los marianistas, el de la resistencia y la moderación, y llenó de contradicciones el ya de por sí endeble discurso “regeneracionista” de Albert Rivera.
La visita de Rivera a Venezuela, pensada no solo para apoyar a la oposición, sino para dañar a Podemos, que se desespera cuando le sacan el ejemplo venezolano, no ha estado bien pensada. En ciertos momentos ha dado la imagen de equidistancia entre dos polos –el autoritarismo frente a la democracia–, como si eso fuera posible. Pero, y he aquí lo peor, el vínculo que han establecido entre la dictadura bolivariana y Podemos no ha supuesto que Ciudadanos exija al PSOE, con quien pactó un programa de gobierno, que rompa con los podemitas en los Ayuntamientos. Esto es lo grave: que quiera imponer primarias en partidos ajenos, pero que acepte que su socio político apoye en las ciudades más importantes de España a los que quieren acabar con la democracia, como en Venezuela.
Uno de los problemas de Ciudadanos, además de su rápida construcción por aluvión y candidez, como en Madrid, es que tiene una superficial concepción de la democracia. No hay más que leer el artículo de Françesc de Carreras en El País donde defiende el pacto político entre los que tienen un “tronco común”: el “racionalismo ilustrado” y el “liberalismo político”. No solo confunde Carreras el Estado con el Gobierno al interpretar a John Locke, sino que simplifica hasta la distorsión la historia de las ideas en Occidente, especialmente de los últimos doscientos años. Esto se debe a que Carreras, y con el Ciudadanos, ha asumido hoy el relato socialdemócrata de la Historia, proveniente de la filosofía whig y el marxismo.
A lo Fukuyama, Carreras entiende que el final de la Historia es el Estado social y democrático de derecho, en el que el progreso del individuo se subsume en el progreso colectivo, y sitúa los “derechos sociales” –no dice cuáles– por encima de los individuales. Lo relevante, anuncia, es combatir las desigualdades sociales a través del Estado; lo que es el típico comunitarismo sentimental y planificador contra el que alertaron Hayek y Mises hace décadas como enemigos del “liberalismo político”. Por tanto, ese “racionalismo” planificador de la sociedad, del que habla Carreras, es incompatible con la libertad. Y si estas contradicciones quieren salvarse diciendo que se trata de una opción centrista, mejor apaga y vámonos.
La unión de mala estrategia electoral, con la descolocación en el mapa político, y un ideario superficial y contradictorio, hacen que Ciudadanos carezca de identidad
La unión de mala estrategia electoral, con la descolocación en el mapa político, y un ideario superficial y contradictorio, hacen que Ciudadanos carezca de identidad. Cuando el votante se acerque el 26-J sabrá qué consecuencias tiene meter en la urna una papeleta del PP o de Unidos Podemos, pero no de Ciudadanos. El proyecto de esos dos partidos polarizados está claro, y según avance la campaña electoral lo estará más: moderación y resistencia, frente a ruptura populista. Pero, ¿qué significa votar a Ciudadanos? Carreras lo dice: son una opción de pacto, como si fuera lo que Lipjhart llamaba “democracia consocional o de consenso”. Sin embargo, la circunstancia histórica es otra, y eso debería haberlo aprendido Rivera en su viaje a Venezuela. Debieron contarle lo que ocurrió en 1998, cuando ante el ascenso del socialismo del siglo XXI, del populismo de Chávez, los partidos tradicionales y los nuevos grupúsculos, se dedicaron a atacarse entre sí, a vetarse, llenos de contradicciones y con nula perspectiva política. Hay quien dice que es fácil verlo ahora, pero un dirigente político debe tener un conocimiento algo más que suficiente de historia política y de las ideas, que le alerte de estas circunstancias y actitudes peligrosas para la convivencia.
La “Nueva Política”, aquel engendro que inauguró Ortega en 1914 para definir a España, su pasado y presente, en una situación de Decadencia, generó grandes críticas, hueras palabras y discursos grandilocuentes, pero creó mucha tensión social e inestabilidad institucional, sin una alternativa construida. Ciudadanos debe contribuir a la reconstrucción del mapa político, por supuesto, pero con una identidad, como sí la tiene en Cataluña, porque no sabemos a qué juega en el resto de España.
Ciudadanos no tiene identidad (lamentablemente), mi artículo hoy en @voz_populi https://t.co/qVLYTBNr5o
— Jorge Vilches (@Jorge_Vilches) June 1, 2016