Ortega no es un personaje de mi devoción. Creó el mito de la santidad laica de Pablo Iglesias, inauguró la nefasta “nueva política” y el regeneracionismo, apoyó la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, y finalmente el franquismo. Hoy hubiera sido primero de UCD, luego del PSOE de González para acercarse en los noventa a Aznar, y habría terminado hablando de la “nación de naciones”. Sin embargo, Ortega tuvo expresiones felices y análisis casi certeros, como “España invertebrada” –no hacía falta ser un lince para darse cuenta-, y la “rebelión de las masas”, cuyo libro es el único que me hace sostener la figura del filósofo madrileño.
Las masas se rebelaron contra las élites dirigentes, sus instituciones, su mentalidad y formas, y las culparon de todos los problemas sociales y económicos, como ahora
La Europa descrita por Ortega en 1929 era víctima del cambio de paradigma que supuso la Primera Guerra Mundial. Las masas se rebelaron contra las élites dirigentes, sus instituciones, su mentalidad y formas, y las culparon de todos los problemas sociales y económicos, como ahora. El populismo invadió la política y barrió los partidos tradicionales. El comunismo y el fascismo adoptaron un estilo populista para conducir a las masas a través de las emociones y la prédica de un proyecto de reconstrucción de comunidades imaginadas, ya fueran proletarias o nacionales.
Eso ya lo había visto Sigmund Freud en “Psicología de las masas” (1921), cuando decía que para influir sobre la multitud no había que recurrir a argumentos racionales, sino a la presentación de “vivos colores” y a “repetir una y otra vez las mismas cosas”. Son masas cerradas, que dijo Elías Canetti en 1960, que buscan protegerse de los cambios y normas impuestas por el establishment, y que precisan dirección: una nueva élite, o líder. Todo aquello supuso el fin del paradigma liberal del XIX, y la imposición gradual de otro tras 1945: el socialdemócrata. Y es justo este modelo el que ahora está cayendo.
La extensión del consenso socialdemócrata hizo de las masas el objeto de políticas que pretendían conformar un Hombre Nuevo y una Sociedad Nueva. Solo existía una verdad, un pensamiento único guiado por la solidaridad, la idolatría del Estado, el bien común definido por la partitocracia, y, a partir de la hegemonía cultural impuesta por la Nueva Izquierda, el feminismo obligatorio, el tercermundismo, y el ecologismo. La trampa era, como escribió Peter Sloterdijk en “El desprecio de las masas” (2000), que el individuo solo adquiría identidad a través de los actos programados de masificación.
Ese populismo que recorre Occidente quiere derribar al nuevo establishment y su paradigma; ese buenismo de la comunidad igualitaria y relativista
Hoy asistimos al fin de este paradigma a través del populismo, que no es una ideología, sino un estilo de hacer política que tiene éxito según el sustrato cultural del país donde se practique. De ahí que el discurso de Donald Trump, que responde a las claves populistas norteamericanas, esas que se asentaron ya a finales del XIX, sea impensable en España, pero se asemeja al que surca Gran Bretaña, Francia, Alemania, Austria, Hungría o Dinamarca. Las masas se han revuelto contra el consenso socialdemócrata, su lenguaje, discurso, y verdad única.
Ese populismo que recorre Occidente quiere derribar al nuevo establishment y su paradigma; ese buenismo de la comunidad igualitaria y relativista, donde la libertad política se somete a la democracia social, y el ejercicio de los derechos es una concesión graciosa del Estado dentro de los cauces de lo políticamente correcto. Nos hemos pasado con la corrección política, efectivamente. Hoy es un acto de rebeldía señalar la hipocresía del feminismo que se rasga las vestiduras por las declaraciones de Trump porque trata a las mujeres como objetos, pero que apoya los desnudos de FEMEN, que usan su cuerpo como reclamo político. O denunciar aquí, en España, que la Ley de Violencia de Género hace del hombre un ciudadano de segunda, o que la paridad obligatoria y las cuotas denigran a las mujeres.
La reacción contra el paradigma socialdemócrata presente en todos los partidos tradicionales es un hecho en la mayor parte de Europa. Allí donde el nacionalismo es un eje identitario capaz de reconstruir una comunidad es el populismo de corte nacionalista, como entre nosotros ha ocurrido en Cataluña. En aquellos países donde la hegemonía cultural de la izquierda se impuso con veinte años de retraso, el populismo se asienta en la evolución lógica de la socialdemocracia, que piensa romper el paradigma con más colectivismo socialista y derribando la democracia liberal.
La izquierda menguante no comprende la evolución cultural y social que ella misma ha impuesto
Por eso chirría tanto el populismo de Trump entre el “progresismo” europeo, cada vez más fuera de juego y de las urnas, y que no acaba de entender el cambio de paradigma. De ahí que insulten a Trump de forma inquisitorial porque contradice el dogma socialdemócrata, soltando los adjetivos típicos: machista, xenófobo, fascista. Porque la izquierda menguante no comprende la evolución cultural y social que ella misma ha impuesto; no entiende por qué la gente ya no declama las oraciones progres que antes repetía sin pensar ni evaluar sus consecuencias. Las masas se han vuelto a rebelar contra la minoría dirigente de un sistema en crisis, y de nuevo las guía el populismo. A ver si esta vez salimos mejor parados que en el siglo XX.