"Cataluña no está preparada para una independencia real". La frase provocó un terremoto silencioso en la familia secesionista. Artur Mas declaraba al 'Financial Times' que proclamar la independencia es un error y un esfuerzo inútil si no logras un reconocimiento internacional. "¿Pero qué dice éste?", se preguntaron en las filas secesionistas. "¿Pero qué pinta en todo esto Artur Mas?", añadían. Pensaban que se había evaporado, que se encontraba ya, convertido en figura de granito, en el panteón de los recuerdos.
Mas no se ha ido. Y se mueve. Y pretende influir y maniobra para atajar el cataclismo de la DUI. Nueve horas pasó en el Palacio de la Generalitat la víspera del fatídico martes de la 'no independencia'. Llegó a la plaza de San Jaime antes del mediodía y abandonó el edificio sobre las nueve de la noche. Por el despacho de Carles Puigdemont desfilaron, en esa agitada jornada, miembros del Govern, dirigentes de su partido, de ERC, de la ANC y Òmnium, y alguno de sus asesores de cabecera, como los infaltables Vendrell y Soler, del sector ERC. "Era el camarote de los hermanos Marx", comentó uno de los asistentes. Todos pasaban, pero Mas permanecía.
Al día siguiente, el 10-O, en solemne sesión parlamentaria, el 'president' proclamó sin proclamar la independencia de Cataluña para luego suspenderla. Una extraña maniobra que sembró el desconcierto y hasta la irritación en sus filas. A todos sorprendió, menos a Artur Mas, quien pasa por ser el gran inspirador de la jugada. Se anunciaba pero no se proclamaba, se mencionaba pero sin votarla, se firmaba pero en papel mojado. Se ganaba tiempo, en definitiva, que es lo que buscaba Mas y, también, el propio Puigdemont, a la espera del gran mediador internacional que nunca llega.
Una semana después, este martes, Mas ha visitado de nuevo a Puigdemont, según fuentes del PDeCAT. Penúltimo intento del expresident para que su sucesor aparque la DUI y convoque elecciones. El panorama pinta muy complicado para la secesión. 'Los dos Jordis', cabecillas de las organizaciones que movilizan las calles, han pasado su primera noche en Soto del Real. El goteo de la fuga de empresas es incesante. Europa no escucha, pese a los cantos de sirena de algunos comunicadores y columnistas catalanes, expertos en manejar señuelos con las iniciales de la UE. Mariano Rajoy y Pedro Sánchez van de la mano en el 155, que comenzará su lento caminar este jueves, concluido el ultimátum.
Este martes, Mas ha visitado de nuevo a Puigdemont. Penúltimo intento del expresident para que su sucesor aparque la DUI y convoque elecciones
Artur Mas se ha convertido en una de las piezas clave en el dramático escenario político catalán. Descabalgado de la presidencia hace dos años, se mueve ente sombras, a hurtadillas, tras las bambalinas. Son dos sus objetivos: pulverizar a la CUP, la formación que le cortó la cabeza, y frenar la DUI. Para lograr ambos propósitos debe inutilizar a Puigdemont, sortearlo o cortocircuitarlo. Le sacó él de la modesta alcaldía de Gerona y lo colocó al frente de Cataluña. Pensaba que podría controlarlo. Incluso volver luego a la presidencia. Otra jugada fallida. Puigdemont le escucha pero lo justo, y sólo piensa en el momento en que se convierta en presidente de la República catalana.
La bestia echó a andar
Artur Mas confiesa en privado que la bestia que él puso en marcha hace cinco años, cuando se estremeció al contemplar la primera Diada del millón, le ha desbordado. Impulsó el tren secesionista, convencido de que le iba a conducir a una presidencia eterna. Convocó un referéndum que le llevó a la ruina (inhabilitado por dos años y aún debe tres millones al Estado) y unas elecciones que borraron a Convergencia del mapa. Su gestión política se resume en que ha logrado fracturar Cataluña, destruir a su partido y ser arrojado de la Generalitat como un trasto inservible.
Ahora Artur Mas, superada la etapa del ostracismo, ha vuelto a la escena. Trata de evitar la catástrofe. Insiste en que con la independencia se acaba todo: el nacionalismo, las empresas, la economía, Cataluña, el futuro. Prudente y con sigilo, habla con dirigentes políticos de Madrid, tanto del PP como socialistas. Tantea al propio Urkullu para que le pase recados a Rajoy.
Mas trata de evitar la catástrofe. Insiste en que con la independencia se acaba todo: el nacionalismo, las empresas, la economía, Cataluña, el futuro
Presidente casi honorífico del PDeCAT, Mas se mueve por libre. Hay gente en su partido que piensa como él y también brujulea estos días con intensidad para frenar el disparate. Santi Vila, conseller de Empresa, es el elemento más activo. Habla con Ana Pastor, presidenta del Congreso, con quien hizo un largo aparte durante la ceremonia del premio Planeta, y con algún otro destacado miembro del equipo de Rajoy. Meritxell Borràs y Lluís Puig, consellers de Gobernación y Cultura, respectivamente, se alinean en ese grupo, al igual que Marta Pascal, la coordinadora del partido, otro de los 'puentes' discretos entre Barcelona y Madrid.
Logró Artur Mas frenar la DUI el 10 de octubre. Este jueves culmina el periodo de gracia concedido por Rajoy para que Puigdemont retorne al redil de la legalidad democrática. Para que convoque elecciones 'constituyentes', como las llama Mas. Salvo sorpresa, el expresident no ha logrado su objetivo. Puigdemont sigue adelante, comentan en el partido. Está más próximo a la CUP que al PDeCAT, se insiste. "Y no le teme al 155, porque piensa que son fuegos de artificio", añade.