La campaña electoral catalana avanza por un dédalo sin fácil salida. Crece la idea de que el 21D es la antesala de una enorme frustración. Nadie desvela su estrategia de pactos. Las encuestas presagian un empate entre las fuerzas separatistas y las democráticas. Ya se habla de bloqueo institucional y hasta de la posible celebración de nuevos comicios en primavera para superar el atasco.
Ente los movimientos demoscópicos se apunta ya una recuperación insuficiente de Carles Puigdemont, en detrimento de su más firme rival en el bloque de la DUI, Oriol Junqueras. En el lado constitucionalista es Inés Arrimadas quien mantiene el liderazgo, con posibilidades incluso de alcanzar el primer puesto, algo impensable hace tan sólo dos o tres meses. De imponerse Puigdemont, se abre un amplio rosario de incógnitas. ¿Abandonará su refugio en Bruselas para regresar a España, con la inmediata consecuencia de ser detenido? ¿Continuará en Bruselas hasta no se sabe cuándo? ¿Podrá ser investido ‘president’ incluso si se encuentra en prisión? Si no puede, ¿quién asumiría ese papel? ¿Rull, Turull, Elsa Artadi?
El escenario es mutable y vertiginoso. Tan sólo hay algunos aspectos inamovibles. Uno de ellos, quizás el principal, es que nadie quiere que Puigdemont repita como presidente de la Generalitat: Ni siquiera los suyos. Cada cual tiene sus razones.
PDeCAT lo aborrece. El antiguo partido de Pujol nunca se ha sentido cómodo con el liderazgo de Puigdemont. El alcalde de Gerona llegó de carambola al palacio de la Generalitat, en una jugada chapucera forzada por la CUP. Los antisistema querían arrojar a Artur Mas a la ‘papelera de la historia’. Sus votos eran imprescindibles para aprobar presupuestos y prolongar la legislatura. Mas posó su ‘dedazo’ sobre Puigdemont, a quien creía un político romo, obediente, sin ambiciones. Le salió el tiro por la culata.
El casi desconocido personaje se convirtió en un político con enorme afán de protagonismo, de poder y, especialmente, de ‘hacer historia’. Se rodeó de un grupo de fieles talibanes, a los que llamaban el ‘sanedrín’ y tomó mucha distancia con su formación. En el PDeCAT se le observaba con recelo, en principio, y luego con rechazo. Puigdemont era ‘el líder de la CUP más que el nuestro’, comentaban en privado. La deriva del ‘procés’, con el turbulento estrambote de la proclamación de la república independiente fue el colofón a un mandato de dos años caracterizado por los disparates.
Ahora Puigdemont se presenta a los comicios con una candidatura personalista, alejada del PDeCAT, rebosante de independientes y amigos. Los veteranos de Convergencia desearían una derrota sin escándalo, quizás ganar en votos pero sin los escaños suficientes para imponer su ley en el Parlamento. No tienen ‘plan B’ al actual escenario. Preferirían incluso que se impusiera Junqueras y que se ‘comiera el marrón’ de hacer frente a una Cataluña erizada de tensiones, sin proyecto y ya sin la ilusión por la independencia de hace dos años. Sin responsabilidades de Gobierno, el PDeCAT abordaría su eternamente aplazada refundación. Fuera el pujolismo, fuera el tres por ciento, fuera las excentricidades, el populismo…Cambio de raíz. . Reconstrucción sin Puigdemont. Hay una serie de dirigentes camuflados, con Marta Pascal al frente, dispuestos a afrontar el gra reto del 22-D. Sin Puigdemont, claro.
JUNQUERAS: el fiero rival. No se han vuelto a dirigir la palabra desde la DUI. Junqueras y Puigdemont no se soportan. Se aborrecen. Necesita ERC vencer esta apuesta para sacudirse su papel de eterno comparsa. Fue el monaguillo del tripartido de Maragall/Montilla. Matrimonió luego con Convergencia para gobernar bajo el nombre de Junts per el Sí. Ahora tiene la oportunidad de ponerse al frente del independentismo. Junqueras llevaba trabajándose este papel desde hace mucho tiempo. Soñaba con arrellanarse en el gran despacho del palacio de la plaza de San Jaime. De momento sólo ha logrado dormir en el jergón del presidio.
Desde su celda, intenta componer una campaña electoral de tímido impulso que, aún así, le basta para mantenerse en cabeza en los sondeos. Junqueras no tiene un número dos. Lo intentó con Marta Rovira, un experimento frustrante. Ha movilizado ahora al exconsejero Mundó, recién salido de entre las rejas de Estremera. Y hasta ha requerido a la inestable Carme Forcadell, la inconcebible presidenta del ‘Parlament’. Junqueras escribe cartas, algún tuit, concedes esporádicas entrevistas entre barrotes. Y pierde peso. Diez kilos, dicen. La demoscopia le augura una estrecha victoria. No piensa investir a Puigdemont si ERC gana en los comicios. Y si pierde, habrá que verlo.
CUP: El soporte perdido. Los antisistema de la CUP se negaron en redodndo a armar una candidatura de unidad de los independentistas para el 21-D. Van por libre. A lo suyo. En tiempos de Anna Gabriel, su anterior portavoz parlamentaria, caminaban de la mano junto a Puigdemont. Con Carles Riera, el cabeza de lista, las cosas son diferentes. Y distantes. La CUP está condenada a un destino extraparlamentario. No será Ahora, aunque perderá varios escaños.
Este movimiento anarcoide sabe que sólo roba votos en el estanque del PDeCAT. Del lado de ERC, más bien los pierde. Consideran a Puigdemont un cobarde y un melifluo que no fue capaz de sacar adelante la Independencia. Y se fugó a Bruselas. Pocas enseñas de la CUP se vieron en la romería a Bruselas. Ni apoyan a nadie ni tienen favoritos para esta contienda. La CUP va a lo suyo. Destruir lo establecido para colocarse ellos. Tan sencillo.
CATALUÑA EN COMÚ: la llave secreta. La franquicia de Podemos en Cataluña desembarca en la fecha electoral con visos de fracaso y vitola de vencedor. Desciende en las encuestas, entre dos y tres escaños (de 11 a 8-9) pero puede tener la llave de la investidura. Xavier Domènech, su cabeza de cartel, no desvela sus intenciones. Se deja querer, aunque nadie duda de que su plan favorito dista mucho de entronizar a Carles Puigdemont. Los comunes catalanes, en general, no simpatizan con el expresidente. Domenec se inclina por un tripartido con ERC y el PSC, si es que los números salen. Junqueras en la Generalitat sería su apuesta.
CIUDADANOS: el mazazo decisivo. Inés Arrimadas ha sido la gran revelación de la campaña electoral. Su vehemencia razonada contra el separatismo consagra la figura de un partido que nació para enterrarlo. Puigdemont es el objetivo de esa aversión que se alienta desde Ciudadanos. Arrimadas le ha reprochado su cobardía, sus trampas, su cinismo, sus mentiras.
Ha sido objeto de insultos y descalificaciones. Un cómic del régimen le llamó ‘mala puta’. Una expresidente del Parlamento la quiso reenviar a Jerez. Marta Rovira, la guardesa de ERC, le dedica sonoros pasajes en sus titubeantes mítines. Han convertido a Arrimadas en una de las aspirantes con más posibilidades de alcanzar la victoria. Otra cosa será gobernar. En las filas constitucionalistas no hay posturas claras. El PSC brujulea y el PP va a lo suyo. Arrimadas tiene un objetivo: que las elecciones entierren a la Cataluña del ‘procés’ y, al tiempo, sepulten políticamente al nefasto Puigdemont. El factor del ‘voto útil’ puede funcionar y hasta consumar la gran sorpresa.
ICETA prefiere bailar con ERC. No se llevan nada bien Iceta y Puigdemont. El líder del PSC dijo hace unas horas que “es muy fuerte que Junqueras esté en prisión y Puigdemont en la ópera”. El expresidente de la Generalitat le había reprochado: “La has liado tan gorda que la dimisión te la pedirá la vergüenza”. Circula la especie, bastante asentada, de que Iceta hará cualquier cosa por ser presidente. Incluso pactar con ERC y Podemos. ¿Otro tripartito? Cualquier cosa menos que continúe Puigdemont. Desde el PDeCAT se tiene constancia de una nutrida fuga de votos hacia el candidato socialista. Todo es posible.
EL PP y el ‘factor 155’. Tarde llegaron los populares a enarbolar la bandera del 155, que desmanteló el aparato del Gobierno de Puigdemont. Tarde porque Ciudadanos ya les había levantado la merienda. Xavier García Albiol ha luchado contra enormes dificultades en una campaña endiablada para el PP. El cupo vasco, el museo de Lérida, la continuidad de TV3. Todo eran zancadillas. Por no mencionar el ‘fuego amigo’, tan frecuente.
Mariano Rajoy ha tenido que reorganizar su agenda para lanzarse a la palestra catalana en el último tamo de la contienda electoral antes del 21D. Ha sido el Gobierno quien ha descabalgado a Puigdemont de la presidencia, recuerdan ahora. Ha sido el Gobierno quien se ha cargado el ‘procés’, quien ha devuelto ‘la normalidad’ a la región, quien ha desbaratado los planes secesionistas. Un argumentario razonable que llega tarde. La estampida de votos rumbo a Ciudadanos se aprecia, en forma contundente, en todos los sondeos. Ahiora se trata, más que de salvar los muebles, de evitar el desastre.
¿Quién, entonces, defiende y apoya a Puigdemont?. La ANC y un sector de Omnium, los agitadores de la calle. Dos entidades regadas con dineros públicos que organizaron la romería a Bruselas a mayor gloria del candidato de JxCat. No es poca cosa.