El catalán y el vasco están enfermos por voluntad de sus hablantes, pero la Generalitat y la Lehendakaritza los mantienen en la unidad de cuidados intensivos con respiración asistida. Si los desconectaran, voy a ser políticamente incorrecto a favor de la honestidad, volverían a la situación renqueante, fatigada, abúlica y decadente que viven al norte de los Pirineos.
Dicho esto, sea bienvenido todo aquello que contribuya a mejorar o conservar la salud de las lenguas.
De manera natural los hablantes muestran, irremediablemente, dos tendencias. Por una parte, el deseo de conservar el habla aprendida de sus progenitores, por otra entenderse con el entorno que le toca vivir. Al vasco y al catalán les ha tocado vivir con el castellano y no pueden deshacerse de él. Es la enfermedad de más de cuarenta lenguas europeas, su insuficiente autonomía.
El mejor estado de salud de una lengua es aquel que satisface ambos instintos, el conservador o familiar y el acaparador o social. Las lenguas que cubren a la vez las dos funciones son pocas. De manera estricta, solo hay una en el mundo globalizado de hoy, el inglés. Por eso los anglófonos nativos no sienten necesidad de aprender otra.
En el otro extremo se encuentran los hablantes que tienen como materna una lengua de espacio social y cultural reducido. Pongamos como ejemplo a quienes reciben de sus progenitores el mirandés (Miranda del Duero, 15.000 hablantes, sin apenas publicaciones, eclipsado por el portugués) o el aranés (Valle de Arán, 5.000 hablantes, sin apenas publicaciones, eclipsado por el castellano). Estas lenguas son las que más necesitan cubrir sus carencias con el apoyo en otra.
Fuerzan a aprenderlo en la infancia con un argumento irracional, la identificación de territorio y lengua. No saben, o no quieren saber, que las fronteras administrativas no coinciden con las lingüísticas
Todo tratamiento de una lengua condicionada o insuficiente como el vasco y el catalán que no contemple la tendencia natural de sus hablantes, que son los propietarios, ha de resultar ineficaz. Quien mueve las trayectorias de los idiomas es el grupo social que los sustenta, y no los individuos tomados uno a uno. Los gobernantes del mundo no intervienen en esos asuntos, salvo la Generalitat y la Lehendakaritza, únicas instituciones que se enredan con sus hablantes conscientes de su fechoría. No actúan, y esto es lo reprochable, sobre los hablantes de catalán y vasco, sino sobre quienes no lo hablan. Fuerzan a aprenderlo en la infancia con un argumento irracional, la identificación de territorio y lengua. No saben, o no quieren saber, que las fronteras administrativas no coinciden con las lingüísticas y solo se ensanchan o achican por la estricta voluntad de sus hablantes como sociedad propietaria de la lengua. Ajenos a ese principio natural, los gobiernos autonómicos supremacistas quieren ensanchar el círculo de manera artificial, tal vez para utilizarlo como instrumento de apoyo a la independencia. Ningún otro gobierno del mundo utilizaría un procedimiento tan soez.
Al gobierno de la India, por ejemplo, no le agrada elegir al inglés como lengua vehicular, ni al de Singapur, ni al de Sudáfrica, ni al de Israel, pero los cuatro países no prohíben su uso, ni lo suprimen en la enseñanza, ni lo marginan en la información. Lo reconocen como lengua de unificación nacional y no obligan a los jóvenes a estudiar en sus lenguas nacionales, el hindi, chino, afrikáans y hebreo respectivamente. Autorizan la lengua que quieran elegir los estudiantes, y ponen medios para acceder a ella.
Tres medidas equivocadas
Los gobiernos catalán y vasco se equivocan, en primer lugar, en desvirtuar la realidad y llamar propia a una lengua que solo lo es en parte. La lengua propia de ambas autonomías es el castellano. Lo muestra la propiedad con que lo hablan catalanes y vascos, incluso la elegancia con la que muchos de ellos lo han tratado. La literatura vasca y catalana se escribe en castellano. Ahí están Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza, por poner solo algunos ejemplos. Y cuando aparece un escritor en catalán como Josep Pla, también lo es en castellano. La condición de lengua oficial, que tanto restringe en España los usos lingüísticos, es una extravagancia en el resto del mundo.
En segundo lugar, un atentado a la realidad y a los derechos consiste en marginar en la enseñanza a la lengua más viva en ambas autonomías. Catalán y el vasco son, para las familias monolingües de castellano, lenguas de la enseñanza y nada más. Esa diglosia crea confusión y freno en el desarrollo del estudiante. La medida incrementa el número de hablantes, pero, terminados los estudios, se acaban las lenguas promocionadas. Lo que hablan, escriben y leen es el castellano. Eso no es proteger, sino extremar la marginación de la lengua dominante. El vasco y el catalán quedan reducidos al uso académico y administrativo. Si exceptuamos los libros publicados con las ayudas de los gobiernos autonómicos, los mas importantes para la difusión cultural están en español. Y si atendemos a los conocimientos que se transmiten a través de las páginas web, la diferencia entre los recursos en español, segunda lengua de la red, y los de lenguas autonómicas es inmensa a pesar de los esfuerzos de las instituciones locales.
Los hogares donde el catalán o el vasco se sigue transmitiendo cuentan, más o menos, con el mismo porcentaje que antes de la llegada invasiva a las escuelas
En tercer lugar, la manipulación de las estadísticas. Que aumentan el número de hablantes ambilingües o bilingües es evidente. Sin embargo, en el lugar donde las lenguas echan raíces, la cocina de las familias, los estudiantes de vasco y catalán hablan castellano y, una vez creada una nueva familia, trasmiten el castellano. A falta de estadísticas claras, pues saben ocultarlas a pesar de la extensión de sus estudios, los hogares donde el catalán o el vasco se sigue transmitiendo cuentan, más o menos, con el mismo porcentaje que antes de la llegada invasiva a las escuelas.
Si desconectaran los tubos de respiración asistida, la lengua catalana y la vasca volverían a la situación del norte de los Pirineos. Este es, honestamente, el estado de salud de las dos lenguas autonómicas que tanto marginan a la lengua de la nación y tanto limitan y achican a nuestros estudiantes.