Sus análisis cinematográficos acumulan miles de visitas en youtube gracias a un lenguaje claro, preciso y didáctico. El crítico y periodista Alejandro G. Calvo (Sensacine), además, es un tipo alegre que rezuma humildad en sus críticas, algo que no está reñido con sus conocimientos sobre cine y con su enorme intuición para comprender lo que las películas, con mayor o menor acierto, nos cuentan.
Con esa misma humildad con la que habla de las historias que más tarde llegan a las salas de cine, este ingeniero químico de formación y crítico de profesión aceptó el encargo de recomendar una película para cada año de una trayectoria vital larga que arranca en el nacimiento y se prolonga hasta los cien años. Una película para cada año de tu vida (Temas de Hoy) ya está en las librerías y, más allá de la guía cultural para acompañar los cumpleaños que aparenta ser, es un compendio de algunos de los hitos de la historia del cine, incluso a pesar de dejar fuera títulos como El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, o Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini.
También son, como el propio autor confiesa en el prólogo, textos sobre su propia vida, motivo por el que cree que el resultado es "inusitadamente romántico". "Cuantas más y mejores películas veas, más feliz serás y más feliz harás a la gente que te rodea", afirma, antes de arrancar con Terrence Malick y El árbol de la vida un recorrido vital por la tragedia, el amor, el drama, la violencia y la comedia de algunos de los títulos más trascendentales del cine. El crítico ha hablado con Vozpópuli sobre este libro, sobre la crítica de cine y sobre el futuro del audiovisual.
Pregunta: ¿Qué hace un ingeniero químico hablando sobre películas?
Respuesta: A los 17 años era crítico de cine en mi casa para mí, no había publicado nunca, pero sabía que quería dedicarme a eso. Mis padres me dijeron que tenía que estudiar una carrera importante y estudié ingeniería química como podía haber estudiado ingeniería aeroespacial. Me lo pasé muy bien, cada asignatura de las troncales eran un desafío intelectual, era como aprender japonés. Cuando le veía el código a Matrix -en asignaturas como química orgánica o programación computacional-, me sentía muy bien. Pero acabé la carrera, salí por la puerta y no regresé ni a por el título. Daba clases de álgebra para ganarme la vida. Quería ser crítico de cine y con lo que ganaba me fui de casa de mis padres y empecé a mandar textos y empezaron a publicarme. Tardé diez años en cobrar, y eso que eran buenos tiempos.
P: ¿Por dónde se puede empezar a leer un libro como este? ¿Cómo lo empezó a escribir?
R: No está escrito en orden, aunque es verdad que el primer texto que escribí fue el de El árbol de la vida, el del año cero, con una presión tremenda, porque era el primero y yo nunca había escrito un libro. Si lo quieres leer de forma cronológica sirve, porque pese a que tiene mucha crítica y autobiografía sentimental tiene una estructura muy literaria. Puedes leer las películas que hayas visto, los años que te interesen. Se puede jugar mucho con este libro, hay textos más lúdicos y otros más dramáticos. Debería servir para dar a conocer películas y que la gente se enfrente a ellas, pero también puede ser una guía, aunque no creo que haya que ver una película al año, sino una película al día.
La crítica de cine al final es un pueblo pequeño con familias mal avenidas. Está muy cerrada en sí misma. Da la sensación de que solo escribimos para nosotros mismos, cada vez con un lenguaje más ilegible
P: Dedica el capítulo de los 40 años a Maridos, de Cassavetes, una película que a los 20 te hace reír y dos décadas después te hace sentir terror, un sentimiento que se puede extrapolar a la mayoría de las películas, que maduran en la mente a menudo que uno cumple años.
R: Las buenas películas, sobre todo. La película no cambia, es la misma, eres tú el que cambia. Cuando te enfrentas a ellas en diferentes periodos de tu vida parecen cambiar. Maridos es especialmente dura porque cuando la ves a los 20 no la entiendes. Es como Resacón en Las Vegas: tres amigos que se emborrachan, la lían, cogen un avión y se van a Londres a un casino, y se lían con otras mujeres. Lo ves con 40 años y ves que la película va de la crisis espantosa de la mediana edad, de querer huir de tu vida, de tapar los problemas con más problemas. Es una película que puede ser machista, en la que la violencia en el hogar es terrorífica. Y me sigue pareciendo una de las mejores películas de la historia del cine. El buen cine hay que volverlo a ver siempre para reconectar con él.
P: En sus críticas de vídeo hace hincapié en dejar abierta la película a la interpretación, en un ejercicio de humildad, pero también seguir el objetivo de los directores, que no quieren dejar cerradas las películas.
R: Cuando hago vídeos cambio como crítico, es un desafío. La crítica de cine al final es un pueblo pequeño con familias mal avenidas. Está muy cerrada en sí misma. Da la sensación de que solo escribimos para nosotros mismos, cada vez con un lenguaje más ilegible. Yo escribía para El Cultural, Dirigido y otros medios, y escribía textos que trataba que fueran profundos y complejos. Hacer una traslación directa al vídeo fue un desastre, todo el mundo me insultaba. Fue un aprendizaje ver que tenía que cambiar el lenguaje sin cambiar la profundidad del análisis, hacer los razonamientos complejos pero explicarlo como soy yo, alguien de pueblo, soy muy sencillo. En esa transformación, algo que valoro en los cineastas que quitan relleno y tratan de llegar al sentido profundo, ese es mi objetivo.
Cuando una película crea mucha confusión porque la gente solo se fija en lo que se está contando y no en cómo se está contando me da mucha rabia porque entonces estamos haciendo algo mal los críticos
P: En el capítulo de los 36 años incluye la película Blonde y hace alusión a los "berridos de quien solo ve en las películas lo que pasa dentro de ellas". ¿Hasta qué punto cree que los temas y la ideologización han acaparado la crítica de cine hoy en día?
R: El texto de Blonde lo escribí en el avión volviendo del Festival de Venecia, la había visto ese mismo día. Es una película que me fascina por las formas y es una vieja pelea de la crítica: el equilibrio entre fondo y forma, que es básico. Para mí, cómo se cuenta algo es tan importante como lo que se está contando. Entonces, cuando una película crea mucha confusión porque la gente solo se fija en lo que se está contando y no en cómo se está contando me da mucha rabia porque entonces estamos haciendo algo mal los críticos. Blonde es una película irregular, a veces feísima, que ha cabreado al 90% de la población, pero a mí me gusta con todos sus fallos precisamente por lo suicida que es el director a la hora de poner en escena momentos brutales ficcionados de la vida de Marilyn Monroe. Lo escribí sin dar muchas vueltas y luego pensé en quitarlo, porque es una película muy polémica y yo estoy en la otra esquina del planeta. Las discusiones y las polémicas pasarán y lo que quedarán será el cine, que se defiende por sí solo y es importante. Soy un fan de Joyce Carol Oates, es una de mis escritoras favoritas, y me apetecía defenderla a ella, a Andrew Dominik, que es muy bueno, y a Ana de Armas.
P: También ancla una de tus recomendaciones en la actualidad con Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975), de Chantal Akerman, elegida por los críticos que votan en la revista británica Sigh & Sound -entre ellos, usted- como la mejor película de la historia del cine. ¿Eligió este título a raíz del revuelo que causó la noticia?
R. Fue una reacción total. Voté a lo loco -estaba con el libro, sin tiempo para pensar- y yo ya había votado hace diez años, cuando ganó Vértigo. Lo que ocurrió entonces es que fue llamativo porque en las anteriores ediciones había salido Ciudadano Kane. Ahora el triunfo de Chantal Akerman es tan radical que me alegra muchísimo, porque, sin ser la mejor película de la historia, porque es experimental, una slow movie de tres horas y media, demuestra que el cine sigue vivo. La polémica es preciosa porque no hablamos de si es mejor que Vértigo. Habla de otro tipo de cine que ha marcado el siglo XXI, las slow movies, las películas de Pedro Costa o Kiarostami. Me apetecía defenderlo sobre todo porque todo el mundo lo criticó y es un gesto importante. Yo no la voté, soy más de John Ford, pero hay algo muy bonito en ese triunfo.
John Ford es la persona que mejor ha trasladado a imágenes una emoción tremendamente pura que viene de lo estrictamente cinematográfico
P: Ahora que menciona a John Ford, en el libro confiesa cuál es su película favorita (El hombre que mató a Liberty Valance) pero no se sabe si él es el director que más feliz le hace.
R: Las películas de John Ford tienen mucha alegría, pero también mucha tristeza. Es la persona que mejor ha trasladado a imágenes una emoción tremendamente pura que viene de lo estrictamente cinematográfico. La historia del cine es la lucha continua de directores que buscan arrancar al cine de cualquier otra disciplina artística: que desaparezca el teatro filmado, que no tengan textos literarios, que las imágenes no parezcan pinturas, que el cine solo beba del cine, que se erija como un arte puro, y John Ford fue el mejor. Primero, porque trabajó como nadie el western, que es el género cinematográfico más puro, y luego porque consigue alcanzar una base tremendamente clara de lo que es el clasicismo cinematográfico sin dejar de resultar moderno. Por eso John Ford gustaba a todo el mundo, le gustaba a Bergman y a Tarkovski.
P: Termina el libro con un comentario que le hizo Abel Ferrara: "El cine jamás morirá mientras existan los cineastas". ¿Es una afirmación extrapolable a la crisis del cine?
R: No creo que vaya a morir el cine pero tampoco creo que vayan a morir los cines nunca. La pandemia ha sido un escenario de tormenta perfecta para matar al cine y, sin embargo, a día de hoy, en 2023, el escenario es que hay una burbuja de las plataformas y a ver qué va a pasar. Ahora mismo hay un movimiento claro de volver al cine. Es una industria, es un negocio y, aunque a mí no me guste Avatar, ha sido un éxito y ha demostrado el poder de los cines para hacer dinero y seguir funcionando. Siempre va a haber alguien que quiera escuchar y ver una historia, y si existe esa persona siempre va a haber alguien que te la va a querer contar. Tengo una fe absoluta en el cine.
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