Era una acusación que tanto el PNV, como el PP vasco y la izquierda abertzale le hacían cuando era lehendakari: su mente estaba en Madrid. En la política española. Y quizás tuvieran razón. Es cierto que cuando Patxi lópez fue lehendakari, el primero no nacionalista de la época democrática, su relación con un Rodríguez Zapatero embelesado por el PNV no fue precisamente cordial y que, por ello, sus incursiones públicas en la política nacional no estaban tan claras. Pero en el fondo, López sentía que con la legalización de los antiguos batasunos y el final armado de ETA, su paso por la política vasca había tocado techo y que su nuevo reto era saltar al escenario nacional.
En ese contexto, Patxi López decidió adelantar las elecciones vascas apenas cuatro meses. En vez de votar en marzo de 2013, momento en que acabaría legalmente la legislatura de la que fue lehendakari, los vascos fueron a las urnas en diciembre de 2012. El argumento oficial, cierto, es que el Partido Popular había roto el compromiso de gobernabilidad con los socialistas vascos y por lo tanto era imposible aprobar unos nuevos presupuestos para Euskadi. Pero no es menos cierto que con aquella jugada, López quedaba libre para comenzar una ruta por toda España y calibrar sus opciones de acceder a la Secretaría General de un PSOE que ya zozobraba por los efectos de la crisis y el zapaterismo.
López dejó la Lehendakaritza en 2013 y quedó libre para comenzar una ruta por toda España y calibrar sus opciones de acceder a la Secretaría General
Y así transcurrió un año entero en el que López, fiel a Rubalcaba, habló y escuchó -una de sus grandes virtudes- a cientos de militantes socialistas y se granjeó las simpatías de muchos de ellos. Pero las elecciones europeas de 2014, el traspiés electoral de Elena Valenciano -la candidata de de Rubalcaba- y la irrupción inesperada de Podemos provocaron un terremoto de tal magnitud que todos los planes del PSOE saltaron por los aires... y todavía no se han recompuesto de ello. Una de las consecuencias de aquel seísmo fue la salida en tromba de los entonces críticos para pedir la renovación del partido y la elección de un nuevo secretario general que 'enterrase' la imagen casposa del viejo PSOE y el zapaterismo.
La 'traición' de Eduardo Madina
Después de la debacle europea, el PSOE se desangraba de forma cainita y sin un liderazgo capaz de convertirse en portavoz ni aglutinador de la imagen y esencias del partido. Todo se volvió un guirigay público y un afilar de cuchillos internos. La figura de Susana Díaz, que había alcanzado trascendencia tras la caída en desgracia de Manuel Chaves y José Antonio Griñán por su presunta implicación en las tramas de corrupción andaluzas, comenzaba a tomar una mal disimulada ambición nacional. Un ansia de poder que vio en la desgracia de Rubalcaba una oportunidad que, cosas del destino, un rival acérrimo en aquel entonces le abrió de par en par. Eduardo Madina, crítico entre los críticos y con una excelente presencia e imagen entre la prensa pop de izquierdas que por aquel tiempo despuntaba y deslumbraba (La Sexta, eldiario.es, publico.es, etc...), se lanzó inconscientemente a solicitar primarias abiertas en el PSOE. En aquellas aguas revueltas, casi nadie se atrevió a contradecirle. La 'moda' política de aquel momento, la necesidad de parecer tan nuevos y modernos como los neonatos Podemos llevó al partido a las urnas para elegir un nuevo secretario general en un momento en el que la sangre borboteaba de una mano por la pérdida de votos y de la otra por las puñaladas internas.
Susana Díaz cortocircuitó la elección de Madina 'cediendo' apoyos a Pérez Tapias y erró en su paso atrás para apoyar a Pedro Sánchez, con todo lo que ha supuesto esta maniobra susanista al PSOE
Madina lanzó una piedra al cristal de su propia sede sin ser consciente de muchas cosas. Solo con la ilusión de quien quería cambiar las cosas y el calor de los propios, que en política son casi siempre autocomplacientes y poco críticos y análiticos con su líder. Pero rompió muchas cosas más. El aparato, ese ente que todo lo controla, estaba desnortado tras la 'depresión' de Alfredo Pérez Rubalcaba. Los barones, otrora tentáculos del propio aparato, estaban tentándose la ropa para evitar ser señalados y caer en desgracia pública o interna. Y Patxi López estaba boquiabierto al ver que un vasco, Madina, se presentaba a la Secretaría General y le cerraba el paso con el interesado beneplácito de Susana Díaz, que desde el sur medía tiempos y fuerzas para lanzarse a su propio estrellato. Cómo Susana Díaz cortocircuitó la elección de Madina 'cediendo' apoyos a Pérez Tapias y como erró en su paso atrás para apoyar a Pedro Sánchez -con todo lo que ha supuesto esta maniobra susanista al PSOE-, es otra historia más o menos sabida.
Cerca del aparato
La elección de Pedro Sánchez trastocó los planes de López, pero al mismo tiempo calmó -momentáneamente- su voluntad de ser el líder socialista. En una Ejecutiva que, a pesar de vender una imagen de renovación era 'aparatera', López encontró un puesto (secretario de Acción Política,
Ciudadanía y Libertades) que le permitía seguir viajando y pulsando la realidad del partido y mantener un equilibrio entre los críticos y un aparato que poco a poco se convertía al susanismo. Durante este tiempo, Pedro Sánchez se apoyó y mucho en la experiencia y en los contactos internos de López ya que el defenestrado secretario general aupado por Díaz era un diputado apenas conocido por la militancia.
Con este bagaje, el PSOE llegó a las elecciones del 20 de diciembre de 2015, en las que obtuvo un resultado menos malo de lo previsto -a pesar de ser el más bajo de la historia del partido- y se convirtió en el partido bisagra de la política española y el único capaz de llegar al Gobierno al poder pactar a su izquierda y a su derecha con todo el arco parlamentario. En la que pudo ser la legislatura del cambio, Patxi López accedió a la Presidencia del Congreso y se hizo, por fin, un nombre institucional en la política nacional.
Caída de Sánchez
Pero la legislatura del cambio se convirtió en la del esperpento y el paso de López por la silla más alta del Congreso fue efímero. Apenas seis meses en los que Podemos impidió un Gobierno de izquierdas y en los que Sánchez cayó en los cantos de sirena de Pablo Iglesias, lo que provocó un alejamiento con cada vez más parte del que fue su equipo y que acabó con su dimisión cinco minutos antes de su cese. En este tiempo, López y Sánchez se fueron distanciando por varios motivos. El primero, es la 'podemización' del que fuera secretario general socialista. La caída en lemas fáciles de Sánchez, la creencia de la teoría de la conspiración, la negación de la evidencia de que el PSOE solo podía facilitar la investidura de Rajoy o ir a nuevas elecciones... hicieron perder la confianza de López y de la mayoría de los líderes socialistas en un Pedro Sánchez obsesionado con llegar a La Moncloa a cualquier precio.
La negación de la evidencia de que el PSOE solo podía facilitar la investidura de Rajoy o ir a nuevas elecciones... hicieron perder la confianza de López en Pedro Sánchez
El segundo motivo de alejamiento fue la forma personalista en la que Sánchez comenzó a tomar decisiones. Cada vez más a menudo, Pedro Sánchez acordaba algo con su equipo (por ejemplo, abstenerse en la investidura de agosto y dejar gobernar a Rajoy para hacer una oposición implacable) y modificaba esa opinión horas después fuera de la sede de Ferraz. Este clima de desconfianza alejó a uno del otro, aunque mantuvieron y mantienen la formas y la cordialidad en el trato personal.
Díaz ha roto, Díaz no arregla
La caída de Sánchez ha sido un mal menor necesario para el PSOE. Mantener la personalidad del partido era una obligación para aquellos que, como López, han mamado las siglas desde las oscuridad de la dictadura y la lucha obrera, pasando por la amenaza etarra y hasta hoy. Pero la forma en la que Sánchez fue desangrado, al más puro estilo de Juego de Tronos, no ha gustado a muchos militantes. Una vez más, Susana Díaz ha actuado a la sombra y ha empujado a segundos espadas -como hizo aupando a Sánchez a la Secretaría General, una decisión de la que ahora reniega- a hacer el trabajo sucio mientras ella maneja los hilos desde Sevilla.
Esta situación ha llevado al exlehendakari a, de nuevo, salir a carretera (sin la rimbombancia de Pedro Sánchez) para medir sus fuerzas. Pero esta vez, con el respaldo del auténtico cocinero de la maquinaria socialista: Alfredo Pérez Rubalcaba. Al calor de 'ni Su ni Sa' (ni Susana, ni Sánchez), Patxi López se lanza a buscar el apoyo de la militancia. Es el primero en dar el paso, algo que sin duda usará en su candidatura para acusar a Díaz de ser un ente sombrío durante demasiado tiempo. Pero para saber si esta vez va en serio o simplemente va a ser el candidato que reste votos a Sánchez para facilitar el camino a Díaz (como hizo la líder andaluza con Pérez Tapias para frenar a Madina), lo dirá el tiempo.
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