A Rita Barberá se le conocía en el PP como "la Jefa". Ella lucía además con orgullo el título de ser la "alcaldesa de España", la mujer que más triunfos otorgó al PP valenciano. Con 35 años conseguía su primera acta de diputada en las Cortes valencianas y comenzaba una trayectoria clave en el destino del PP. Consiguió la alcaldía de Valencia en 1991 y empezó a ganarse a pulso la imagen de líder implacable y mediática. Encadenó varias mayorías absolutas con resultados históricos en Valencia y cimentó el poder de los populares en la región hasta que Zaplana consiguió, por fin, arrebatarle la Generalitat al PSOE.
Fueron 24 años de gloria que se truncaron repentinamente. El 23 de febrero de 2015 todo comenzó a hundirse a su alrededor. Barberá en el balcón de Torres de Serrano sorprendía a todos con un discurso inconexo, donde se colaron varias incorrecciones linguísticas. Una de ellas, el caloret, se incrustó en su discurso y en el resto de los días de su carrera. Aquel capítulo abrió la espita. Las redes sociales la acribillaron y de nada sirvieron sus disculpas. La opinión pública ya la había sentenciado.
"El caloret" solo fue una anécdota premonitoria de lo que vendría luego. Barberá aceptó a regañadientes encabezar de nuevo la candidatura al Ayuntamiento de Valencia. La séptima. Pero a partir de ahí su relación con Mariano Rajoy comenzó a agrietarse. A eso había que unir sus problemas políticos. En abril de 2015, un mes antes de las elecciones, Compromis publicó la llamada lista Ritaleaks, en la que se detallaban cientos de documentos con gastos de difícil justificación del Ayuntamiento de Valencia. Viajes comidas y gastos de representación.
A Ritaleaks le sucede el caso Imelsa que le estalla también en víspera electoral con las filtraciones de conversaciones grabadas por el exgerente de la empresa pública. Salían a la luz entonces, favores políticos a un sobrino de la alcaldesa.
El 24 de mayo Barberá perdía en las urnas la mitad de los votos que tenía y firmaba su finiquito como alcaldesa. El totem del PP se derrumbaba. Envió a a sus abogados a recoger el acta de concejal pero renunció a ella un día antes de la Constitución de las Cortes. Dos meses después dimitía como diputada en las Cortes Valencianas y se convertía en senadora territorial.
A finales de 2016 le salpicaba un nuevo caso de corrupción. El juez de Imelsa imputaba a nueve de los diez concejales de la lista de Barberá y a varias persona de su círculo de confianza en la operación Taula, una trama de financiación ilegal y blanqueo. Muchos sostienen que Barberá no fue detenida ni imputada por su condición de aforada como senadora.
A partir de ahí Barberá vivía recluida en su casa de Valencia bajo la presión mediática de decenas de periodistas que hacían guardia frente a su puerta, la acompañaban a la peluquería o la inmortalizaban mientras se asomaba tras los visillos. La última vez que la vimos fue esta misma semana en Madrid cuando salía del Supremo para declarar que nunca había blanqueado un céntimo. Los gritos de choriza y corrupta con la que la despidieron a las puertas del tribunal la acompañaron en sus últimas horas de vida.
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