El pasado fin de semana Riaza acogió una nueva edición del Huercasa Country Festival, un evento que se lleva celebrando desde 2014 en la coqueta localidad segoviana. Un total de 12.000 personas se han pasado, según la organización, por el campo de fútbol Las Delicias y la Plaza Mayor, los enclaves donde se desarrolla este festival tan particular. Lo cierto es que muchos tardamos en descubrir que detrás se encontraba una homónima marca de productos vegetales, a la que sin duda le ha proporcionado una gran visibilidad la vinculación al nombre de todos los artistas que han pasado por sus escenarios en estas ocho ediciones.
“Nuestro producto estrella, la mazorca de maíz dulce, siempre se ha asociado con la música americana en general y con el country en particular”, nos cuenta Félix Moracho, presidente de Huercasa, que saca pecho a la hora de destacar sus valores medioambientales y por el éxito del festival entre la chavalería: “Cada año recibimos a unos setecientos niños, para los que preparamos una serie de actividades y talleres pedagógicos, muy divertidos gracias a nuestros animadores”. Obviamente, tras cada peque lo normal es que haya al menos un progenitor, que sí paga su entrada y es lo que sostiene vivo el festival, con una asistencia que aseguran que se ha mantenido estable a lo largo de los años: entre 3.000 y 4.000 personas por noche.
A simple vista la verdad es que no parecíamos tantos en esta ocasión; quién sabe si estaban pagando la factura por la pasada edición: excesivas colas en las barras y puestos de comida y también esa insoportable ola de calor que nos asoló (y que a muchos nos ha hecho dudar hasta el último instante).
Es cierto que casi todos los festivales sufrieron en 2022 una asistencia récord tras dos años de contención pandémica y era difícil mantenerse, pero ese aparente recorte “es una percepción errónea, porque el espacio ha sido mayor: hemos movido el escenario y las barras aprovechando espacios muertos, para que la gente se pudiera mover con mayor comodidad. Además hemos duplicado el número de camareros y aumentado el de ‘food trucks’, con el coste que ello supone en un momento en el que el precio de todo se ha disparado”, nos cuenta David Jiménez-Zumalacárregui director artístico del festival en las últimas ediciones y que —a través de su promotora, Heart Of Gold— había colaborado nutriendo al festival de artistas de la talla de The Jayhawks o la diva del country Emmylou Harris, cabezas de cartel de las ediciones de 2014 y 2015 respectivamente.
David también es el responsable de que el abanico sonoro del festival se haya abierto. Demasiado para los talibanes del country y no tanto para él, lógicamente: “Creo que el cartel de este año da una visión más amplia y real de la música americana de raíces y la gente agradece esta variedad. De hecho, el grupo con el que han flipado más en la historia de Huercasa son los Mavericks. Que de country tienen muy poco, pero los del baile en línea estaban dándolo todo”.
Lo cierto es que si en cada argentino podemos encontrar a un entrenador de su selección de fútbol, en cada aficionado a la música de nuestro país hay un programador de festivales en potencia y, por tanto, hay opiniones para todos los gustos. Para los más heterodoxos los triunfadores fueron los canadienses The Sheepdogs, un grupo potente de blues rock de aire sureño en el que las melodías compiten por el protagonismo con unas guitarras que pueden recordar a las de Allman Brothers, Lynyrd Skynyrd o incluso Thin Lizzy. De hecho fueron los culpables de que Miguel Ángel García, uno de los asistentes, viajara desde Jerez de la Frontera, de otra manera no habría venido a Riaza. Ciertamente se han avistado muchos más rockeros por el recinto y uno de los adjetivos que se han escuchado es el del azkenarizado. Obviamente se refiere al acercamiento sonoro hacia el festival de referencia dentro del rock de amplio espectro, el vitoriano Azkena Rock Festival, que lleva veinte años congregando cada noche de festival a casi 20.000 personas.
Nos han tentado incluso desde el Ayuntamiento de Madrid, pero nos queremos quedar en Riaza. Somos segovianos y el compromiso del pueblo es absoluto
“Queremos crecer, pero tampoco es que queramos llegar a los 10.000 asistentes. Tampoco podríamos, porque la oferta hotelera de la zona nos limita mucho”. Ante semejante afirmación de Félix Moracho toca preguntar si se han planteado un cambio de ubicación. La respuesta es firme: “Nos han tentado incluso desde el Ayuntamiento de Madrid, pero nos queremos quedar en Riaza. Somos segovianos y el compromiso del pueblo es absoluto”. El director artístico apostilla: “el alcalde se deja la vida en ayudarnos y nos dan todas las facilidades en cuanto a logística e infraestructuras, pero las ayudas de otros estamentos son mínimas”. Me asegura que podemos comprobar en el portal de transparencia de Castilla y León que han recibido poco más de 10.000 euros estos dos últimos años, un porcentaje ridículo del presupuesto que “no cubre ni el 50% del gasto de alojamiento de artistas y personal.
Eso nos impide traer a artistas más grandes. No podemos contratar a Chris Stapleton o Jason Isbell, que nos encantaría, porque te piden de 150.000 euros para arriba y se comerían casi todo el presupuesto del festival. La gente tiene que ser consciente de esta circunstancia”. La cifra se antoja modesta para la proyección del festival y evidentemente es un problema. “No te creas —señala el director artístico —, por eso cuidamos la selección y ejercemos de prescriptores con artistas no tan conocidos —pero que consideramos muy buenos— como Jesse Daniel o Tennessee Jet, que para muchos han sido la sorpresa del festival. Aunque creo que lo más arriesgado ha sido traer a Robert Finley”, un afroamericano de 69 años, prácticamente ciego que desde Luisiana nos ofreció una maravillosa dosis de blues y soul sureño en su primera incursión europea.
Parece que al presidente de Huercasa le ha gustado este aperturismo sonoro que ha introducido David, sobre todo este año: “Tiene muy buen gusto musical y me han sorprendido muy gratamente los grupos españoles”. Se refiere a los canarios Red Beard que abrieron el festival y que —con una discografía muy sólida y un directo arrollador— más bien parecen salidos de Alabama. Quizá por ese motivo se encaminaron a los míticos Fame Recording Studios de Muscle Shoals para grabar su último trabajo, Die Trying. En esas mismas cuatro paredes en las que hace 56 años Aretha Franklin pasó, artísticamente, de crisálida a mariposa. También se refería Félix a La Perra Blanco, un trío de rockabilly liderado por la atómica Alba. Esta menuda gaditana es un portento digitando sobre el mástil de su guitarra y tiene un desparpajo que también le permitiría ganarse la vida perfectamente como monologuista. No me cabe la menor duda, de aquí a unos años estará cerrando festivales en lugar de abriéndolos.
También hubo rock and roll de los 50 en la Plaza Mayor de Riaza gracias a Anna Dukke, una manchega que puso a bailar a los del tupé, pero también a las numerosas asociaciones de baile en línea que cada año aterrizan en Huercasa, prácticamente desde los cuatro puntos cardinales: “Son la imagen del festival”, asegura David de Heart Of Gold, aunque los profanos piensen que “bailan igual todas las canciones” y que “vienen a lucir sus sombreros molones, las hebillotas de sus cinturones y esas botas Sendra de 300 €”. Bueno, algo de eso puede haber, porque Riaza ha sido un destino veraniego clásico para muchas familias madrileñas (de las bien pudientes) y eso se respira en el ambiente.
Muchos de ellos aparecen con sus hijos y extienden sus mantas sobre el césped, al fondo del campo de fútbol de la localidad. Este ambiente —que para algunos raya la romería— es otra de las particularidades que convierten en algo único a este festival segoviano. Aunque también, hay que decirlo, provoca a veces situaciones incómodas para los que se han desplazado exclusivamente para los conciertos. No fueron pocas las caras de enfado e incluso alguna mirada asesina dirigida hacia los que charlaban (demasiado) animadamente en las primeras filas. Eran fácilmente detectables, puesto que los veías cantando emocionados las versiones de Nirvana y Radiohead con las que nos sorprendieron los Tennessee Jet, por ejemplo. Pero es lo que tiene el creciente postureo.
Inevitablemente llega el momento de hablar del elefante en la habitación, Manolo Fernández. El veterano locutor ejerció de director artístico del festival hasta 2018 y desde su programa de Radio 3, Toma Uno, fue el principal impulsor de Huercasa, el culpable de que muchos hayamos acabando peregrinando con frecuencia a Riaza. Lo cierto es que desde su salida no ha vuelto a mencionar el evento en el mencionado espacio radiofónico; tampoco en Radio Con Botas, el podcast de Subterfuge Radio con el que acaba de concluir su segunda temporada. No somos pocos los que nos hemos preguntado qué es lo que verdaderamente ocurrió y Félix Moracho nos resuelve la duda con total naturalidad: “Hubo un desencuentro porque queríamos un vínculo de cierta exclusividad y él lo entendió de otra manera. Nosotros no podíamos facilitar que se nos hiciera la competencia con otro tipo de iniciativas y se quiera estar en la procesión y repicando. Pero no pasa nada, cada uno sigue por su camino y ya está”.
Obviamente toda historia tiene dos caras y era necesario conocer la versión del otro protagonista, que fue mucho más tajante: “No tengo ningún interés en este asunto y por tanto no tengo nada que decir, ni antes ni ahora, y no me tengo que defender de nada. Estoy muy orgulloso de mi trayectoria. Voy cumpliendo ciclos, pero sigo haciendo mis cosas y no me voy a quedar en esta parte de mi historia. Insisto, no me interesa”. Tres palabras que se repitieron unas cuantas veces durante el puñado de minutos que duró nuestra conversación telefónica.
No obstante me remitió al podcast Simpatía por la industria musical en el que le entrevistó Carlos Galán. Allí dijo hace un par de años: “Y de pronto, en marzo de 2019, cuando estábamos preparando esa edición, me llega un burofax y dejaron de contar conmigo. La sensación es que había gente por detrás intentando quedarse con esto y me fui”, además sin atisbo alguno de reconciliación, “no me gusta regresar a los sitios en los que no quieren que esté y eso significa que no volvería ni aunque me lo pidieran, ni a Huercasa ni a Radio 3”. Cabe preguntarse si el festival se ha resentido de la ausencia de complicidad de Manolo Fernández —que no nos engañemos: era un altavoz inmejorable para el evento—, pero Félix lo tiene claro: “Fue una etapa en la que todo funcionó, pero no creo que nos haya afectado”. David remata, “en todo caso nos ha perjudicado la pandemia. Que te cuadren las cuentas después de ella es un triunfo, pero hemos visto que el festival puede ser rentable. Hemos comprobado que puede ser rentable pese a la escasez de las ayudas y queremos dar un paso adelante. Éste es el camino a seguir”. ¡Larga vida a Huercasa!
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