Si estuviéramos en 2003, el perfil de Iñaki Urdangarin sería muy distinto del que hoy publicamos. Destacaríamos su posición ejemplar como el yerno perfecto de Juan Carlos I. Hablaríamos de un deportista de 35 años con decenas de títulos como integrante del equipo de balonmano del Barça e incluso dos medallas olímpicas. Buena presencia, formación universitaria en el ámbito económico y procedente, por vía materna, de una familia de la Bélgica noble. ¿Qué más podríamos decir de aquel duque de Palma del año 2003? Pues que se acaba de enrolar en el Instituto Nóos, una entidad que (aparentemente) no tiene ánimo de lucro y cuyo objetivo es “realizar investigaciones de interés general sobre los procesos de formulación e implementación de las estrategias de patrocinio, mecenazgo y responsabilidad”.
Pero no estamos en 2003. Han pasado 14 años, Urdangarin tiene 49 y no es el yerno ideal, ni siquiera forma parte de la Familia Real, ni tampoco es duque de Palma. Para la Casa Real, el cuñado del rey, se ha convertido precisamente en eso, en un cuñado incómodo con el que no se quieren encontrar y al que ya no soportan ni en Navidad. Felipe VI ha evitado cualquier relación pública con su hermana y su marido. En 2013, Zarzuela cortó relaciones con Urdangarin al expulsarlo de la Familia Real. Entonces borró (casi) todo su rastro en la página web. La dirección URL donde se narraba la obra y vida del Iñaki sigue apareciendo en Google como un fantasma en la penumbra. Ese enlace conduce a un error 404. “Puede que haya cambiado de dirección”, advierte la web. Y así es.
De Barcelona a Ginebra
Tras su salida de la Familia Real, Cristina de Borbón se mudó con sus hijos a Suiza. Al principio, el entonces duque se quedó en Barcelona para defenderse de su imputación en Nóos. La Caixa encomendó a la infanta gestionar programas de su fundación con diferentes agencias de la ONU que tienen sede en el país heleno. Al final, Iñaki, imputado por prevaricación, fraude, tráfico de influencias, malversación, fraude a Hacienda, falsedad, estafa, falsificación y blanqueo, se trasladó permanentemente a Ginebra, huyendo de su exposición pública.
Su vida en Suiza dista mucho de lo que en el imaginario colectivo se reserva a alguien de la realeza. Se acabó representar a la Casa del Rey, cenas de Estado o invitaciones con pompa y boato. Pero también se terminaron los insultos y las persecuciones en la calle. En Ginebra pasan desapercibidos como dos ciudadanos más, lejos de focos y jueces. Así que, mientras Cristina trabajaba en La Caixa, Iñaki se ocupaba de las tareas básicas del día a día a la espera de que su futuro judicial se resolviese.
El nombre de Palma ha recorrido portadas de periódicos y programas de televisión de medio mundo. Y no precisamente por sus playas y monumentos. En la instrucción del caso, se conoció que Urdangarin firmó algún correo electrónico como el duque “emPalmado”, una “forma bromista y jocosa” -se excusó entonces- para dirigirse a sus amigos. Desde 2015, doña Cristina tuvo que dejar de utilizar el título ducal que le concedió su padre en 1997. Y en consecuencia, su marido también perdió todo privilegio en cuanto al tratamiento.
Palma no ha sido la única perjudicada por el transcurso del caso Nóos. La imagen de la monarquía se vio gravemente afectada. En 2013, en pleno apogeo del juicio, la confianza en la institución alcanzó su mínimo histórico: 3,68 de nota. Esa mala reputación forzó la salida de Urdangarin de la Familia Real y adelantó el relevo en la Jefatura del Estado. La web desaparecida del yerno del rey emérito señala también que la página “puede no existir”. Quizá ese sea su sueño, que todo esto desaparezca como si de magia se tratara o que el calendario vuelva a 2003 antes de que ese yerno ideal se asociara con Diego Torres y abriera las puertas del Instituto Nóos.
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