El alcalde Almeida clamaba contra 'Sánchez y sus secuaces' mientras la boca de metro de Manuel Becerra arrojaba sobre Alcalá cientos de banderas de España rumbo al Wizink Center, eje del jamboree organizado por el PP contra la amnistía a los golpistas. "Somos fachas, ¿qué pasa?, ellos son ladrones y golpistas", se escuchaba en la barra de Los Torreznos, desbordada de griterío y cerveza, ese eje mágico de cuanto ocurre en esta zona de Goya y alrededores, el aleph de las tabernas del lugar.
La respuesta fue masiva, abrumadora. La 'rebelión' (ministra portavoz dixit) arrolladora. Temían algunos el pinchazo en vísperas de la cita crucial y se registró un pleno absoluto en la explanada de Felipe II, la plaza más inhóspita de la capital. El guion de Génova funcionó sin sobresaltos. Decenas de autocares estacionados en Narváez anunciaban el llenazo. El aparato se moviliza, el partido tiene ganas, los barones se han portado, la infamia de la izquierda es descomunal y el horizonte se anuncia estremecedor. Todos allí presentes, en apoteosis de unidad, cohesión y fortaleza. Nunca en estos 45 años la derecha tuvo tanto poder territorial, aunque algunos no se han enterado. Y, por supuesto, en respaldo al liderazgo de Feijóo, que nadie, salvo las cacatúas orgánicas, pone ahora en cuestión.
Este domingo, con el corazón del Barrio de Salamanca a reventar de esos miles de fachas madrileños que siempre responden a la llamada de la democracia, el líder del PP pareció recobrar el ánimo
El líder del PP lo necesitaba. Su travesía hacia la investidura ha resultado tan fatigosa como engullir sin tregua la estomagante filmografía de Almodóvar. Un mes larguísimo, con momentos ríspidos, tropezones absurdos y pequeños deslices que parecía no acabar nunca. Este domingo, con el corazón del Barrio de Salamanca a reventar de esos miles de fachas madrileños que siempre responden a la llamada de la democracia, animados por su rechazo al sanchismo y su odio a Puigdemont y quien lo trujo, el líder del PP pareció recobrar el ánimo, se mostró más vivaz, entusiasta y guerrero de lo que acostumbra. "Llevo dos días sin salir de casa, preparando la investidura, agradezco este ánimo y este sol", reconoció. Ese sol preotoñal que brillaba sobre el entusiasmo rojigualda mientras los gritos de 'presidente, presidente' resonaban hasta los confines de la Castellana. Puff qué peste de Madrid, diría el cronista de Waterloo.
Ayuso ejerció de gran telonera, calentó al ambiente con su particular fervor y entonó con brío una muletilla que posiblemente se convierta en imprescindible en mítines venideros: "De ninguna manera". Enunciaba la lideresa todas las trapacerías del narciso de Moncloa y sus socios Frankenstein y el pueblo, a sus pies, respondía unánime con entusiasmo: "De ninguna manera". Un recurso facilón que viene de perlas en estos casos.
Aznar, también enervado de ira democrática, subrayó que 'el silencio no es una opción responsable'. Y todos a gritar: "Puigdemont a prisión", himno cívico del gran mitin. Luego Rajoy, hambriento de auditorio y quizás de aplausos, se explayó en disquisiciones algo atemporales sobre lo que significa la amnistía. Como si los allí congregados no lo supieran, y lo jalearan: "Amnistía o democracia; amnistía o Igualdad". Las pancartas no apuntaban otra opción. En la fiesta de los socialistas catalanes, a esa misma hora, Sánchez evitaba la palabra maldita, como si fuera kriptonita. Rajoy, con un par, fue capaz de colar una de sus muletillas favoritas, 'a mayor abundamiento', entre una densísima marea de voces que lanzaba gritos de unidad y dedicaba adjetivos feroces contra el prófugo y su padrino..
Feijóo abordó, con un brío desacostumbrado, esas frases que el público parecía necesitar. "No somos tontos, no tragamos, lo que hace Sánchez tiene un nombre: indignidad"
El presidente de los populares, exultante y dichoso, se desembarazó de su rictus hierático, un poco Keaton, de su habitual prudencia, su tono tedioso, de su verbo manso y abordó, con un brío desacostumbrado, esas frases que el público parecía necesitar. "No somos tontos, no tragamos, lo que hace Sánchez tiene un nombre: indignidad". Reivindicó a los jarrones chinos del PP (Aznar y Rajoy, exultantes) y reprochó al jefe de filas 'de lo que queda de Ferraz' el trato que dispensa a sus fundadores venerables. Ganó las elecciones, reivindicaba con insistencia, y, por tanto, le toca gobernar.
Concluido el festejo, una pareja joven, chico y chica, camiseta del Atleti él y del Madríd ella, bandera de España sobre los hombros, se perdían abrazados por el desfiladero de O'Donnell. Por la noche, otro Madrid volvería a gritar. Esta vez, en la cancha colchonera. Malditos fachas.
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