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Messi llegó hasta aquí

El enésimo martirio europeo del argentino, esta vez con la camiseta del PSG, evidencia el declive del mejor futbolista de todos los tiempos

Corría el minuto 73 de juego en el Santiago Bernabéu. Messi, tras caerle un balón que buscaba el limbo, inicia un contraataque cruzando campo propio hasta que Modric, con la mueca de estar adentrándose en una epifanía, se va al suelo y le niega cualquier opción. Esta jugada, que pasaría inadvertida en cualquier otro encuentro como un lance más, fue la representación absoluta de dos modos de entender la vida y el fútbol.

Mientras el argentino, abatido y abonado a los fiascos europeos desde 2016, dejó de creer con el error de Donnarumma que dio alas al Madrid, el croata peleó como un novel que busca su sitio en el once a pesar de tener más batallas encima que media Champions League actual. No es nada nuevo en Messi, que arrastra una apatía en la máxima competición continental que se ha transformado en algo casi patológico. Ha perdido la fe en sí mismo, en su juego y sus capacidades, amén de mostrar una desafección brutal con el deporte que le ha dado todo.

Las últimas temporadas en el Fútbol Club Barcelona fueron muy sintomáticas. Su rol de generador y sus registros goleadores sostenían a un equipo en decadencia solo en competiciones nacionales. Sin embargo, cuando llegaban los problemas en la Champions, su influencia se volvía casi testimonial y el equipo sufría el justo castigo en los cruces decisivos.

Un calvario de 180 minutos

No sé muy bien qué se pensaba que fichaba el PSG cuando se hizo con los servicios de Messi. Ilusión, imagino. Lo que está claro es que con su llegada cercenó otros fichajes que, como se evidenció en el Bernabéu, hacían más falta. Especialmente grave las carencias de un centro del campo y una defensa que se partía con cada empuje estoico del Madrid. Mientras, el 30, cabizbajo, no sabía ni contemporizar a expensas de que llegase la inspiración. Un retrato dantesco del gran dominador del fútbol por antonomasia.

De los tres atacantes del equipo francés, solamente Mbappé transmitía sensación de peligro a cada zancada. Metió cuatro goles en 180 minutos, dos de ellos correctamente anulados, personificando el brutal estado de forma en el que se encuentra. Si hablamos de Messi y su declive, Neymar vive en otro estado. Con 30 años recién cumplidos es un cadáver futbolístico.

Más preocupado por emular a Jay Gatsby que por hacerse con el trono del fútbol mundial (esa fue la razón que esgrimió su entorno para dejar Barcelona por París y llevar la friolera de cero Champions y cero Balones de Oro en cinco temporadas), se arrastra por el verde como un cadete desorientado en sus primeros partidos. Anoche encontró a Mbappé para el 0-1, pero sus chispazos son cada vez menos habituales.

Encogido por las circunstancias e incapaz de adaptarse a lo que pedía la eliminatoria, el peso de Messi decayó durante el partido de ida y resultó inexistente en la vuelta. Fallar un penalti es anecdótico, pues solo los fallan aquellos que se arriesgan, pero sí se añade al muestrario de erratas en su etapa parisina. Dos goles en 17 partidos de Liga, la fotografía más cruda posible para un hombre que hizo de los campeonatos domésticos su patio de recreo.

Lo malo de Messi es que es difícil atizarle. Uno se pasea por Stats Perform y ve que acabó el primero de su equipo en regates (4), el segundo en remates (3), intervenciones (96) y pases (69). Sin embargo, y como escenifica el partido, si proceden a verlo repetido, fueron estadísticas vacías. En un fútbol que ha abandonado el romanticismo, el lodo y el amor propio por el Big Data, los analistas deportivos todólogos y los highligths, hasta la paupérrima actuación del rosarino podría maquillarse.

Duele que las defensas al argentino hayan acabado en ese lado de la balanza, precisamente cuando él ha sido el faro del fútbol tangible, esa realidad dinástica que aparecía cada fin de semana y en cada duelo como un ritual. Su fútbol creativo, vertiginoso y mágico ha cedido su sitio, en apenas dos años, a un privilegio sustentado únicamente por su nombre y su legado. Entre France Football y la albiceleste le han dado un balón de oxígeno gracias al cual todavía respira dentro de la cancha.

Un adiós de Messi a la madrileña

Si bien fue el propio PSG el que dio vida al Madrid cuando más apretaba la soga, la fe del viejo fútbol fue la que derribó la pirotecnia llegada de Oriente. El relato de la épica, tan cuestionado otras ocasiones por excesivo barroquismo, ayer se cumplió letra por letra. Un templo en reconstrucción, una hinchada entregada a los recuerdos de conquistas de antaño y un corazón que supo latir cuando menos oxígeno le llegaba.

Benzema, autor tres goles, pintó su propia Capilla Sixtina mientras adelantaba a Di Stéfano en la lista de máximos goleadores históricos. Un orgasmo balompédico que alimenta la leyenda de un equipo nacido para competir entre semana. Messi, testigo privilegiado de su propio declive y del fin de una era infructuosa en el PSG, tendrá que pensar que sus opciones de glorias futuras son tan escasas como las genialidades mostradas en este 2022.

Solo fue un cruce de octavos y, sin embargo, significó el triunfo de un modo de vida y la derrota de un genio al que pocos trucos le quedan por mostrar. Nunca diremos nunca, pero pinta que el Messi que un día encandiló es tan parte del pasado como el fútbol que lo elevó a los altares.

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