Todo ha sido transmitido en directo, minuto a minuto: la proclamación de independencia de una república que duró ocho segundos, un intento de rebelión que podría acabar en los tribunales apenas como malversación y cuyos líderes, Puigdemont el más visible, dieron un paso al frente... para fugarse a Flandes. En medio de una pre-campaña electoral, terminarán por contar que nada de aquello ocurrió. Lo real como hipérbole: esa es la idea de la que parte el periodista Rafa Latorre en un ensayo que se propone trazar un recorrido, al mismo tiempo que una exégesis, del procés, esa forma que encontró Cataluña para darse de baja de España con los argumentos del agravio y la opresión.
Dividido en siete capítulos, el libro Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido. El autosacrificio catalán (La Esfera de los Libros) relata de qué forma el nacionalismo, que durante años pareció tan sólo una estrategia de negociación con el Estado, alcanzó un punto sin retorno en octubre de 2017. Casi dos millones de personas estaban dispuestas -y continúan estándolo- a desagarrarse de una España a la que identificó como abyecta, autoritaria y colonizadora. Para arrojar algunas luces sobre el tema, Rafa Latorre se propone relativizar los mitos de la construcción nacional catalana así como describir y analizar el papel que han jugado la religión, las élites políticas y, por supuesto, la incomparecencia de la España constitucional. Todo con una intención: desmontar la leyenda del secesionismo, que creció amparada por el propio sistema que ahora sus líderes intentan destruir.
Escrito con una prosa trabajada y que se esmera en clausurar el recurso fácil del 'choque de trenes', este libro de Latorre incluye una serie de glosarios que se añaden a los capítulos temáticos. A través de definiciones paródicas de los principales tópicos del independentismo catalán, el periodista de El Mundo y colaborador diario del programa de Onda Cero Más de uno, de Carlos Alsina, levanta la costra bajo la que supura la herida más profunda del nacionalismo, una enfermedad -según Latorre- que todo lo trastoca y hace creer a los ricos que son pobres y a los que viven en democracia que son en realidad oprimidos. "El procés es profundamente envilecedor, pero también embrutecedor", asegura Rafa Latorre sobre estas páginas de un autosacrificio que condujo a los catalanes al ruido y la furia de los que ya hablaba Shakespeare en Macbeth. Pero el procés significa, incluso en medio del aturdimiento. Es justo eso lo que persigue Latorre en estas páginas: explicar ese abatimiento que supuso el enquistamiento del nacionalismo.
Hispanofobia, beatería patriotera, extorsión sentimental, victimismo... ¿La presentación de su libro en Barcelona va a ser un éxito, a que sí?
A Barcelona han tratado de convertirla en parte de la leyenda de la ciudad patriótica, cuando en realidad ha tenido una enorme capacidad de resistencia a los cantos de sirena del nacionalismo, como no puede ser de otra manera en un entorno cosmopolita, moderno y reactivo a las ensoñaciones románticas. Por eso soy tan duro en el libro con Pasqual Maragall porque él traiciona una idea que contribuyó a forjar, que es la de una Barcelona libre. El procés es profundamente envilecedor, pero también embrutecedor y está provocando un provincianismo que nada tiene que ver con la historia cultural de Barcelona.
Lo noto beligerante, bastante.
Trato de sustentar cada una de las afirmaciones con argumentos, pero a lo que no estoy dispuesto es a hacer un libro de equidistancia aséptica, tampoco a renunciar a la batalla moral, que creo es importante. Esta no es sólo una batalla política. Las leyes y la constitución nos hacen mejores, lo contrario nos hace peores. Despreciar la ley envilece. Los días 6 y 7 de septiembre el parlamento catalán se convirtió en una institución innoble, porque fueron vulnerados los reglamentos, que es la única forma de regular la convivencia entre personas libres e iguales.
"Las leyes y la constitución nos hacen mejores, lo contrario nos hace peores. Despreciar la ley envilece"
En Anatomía de un instante, a partir de una imagen real mil veces emitida del 23F, Javier Cercas hace una transferencia de la realidad a la ficción. ¿En el caso catalán va de la realidad a la distopía?
El procés metió a Cataluña en una realidad delirante. Sólo hay que repasar algunas escenas de los días decisivos de octubre. Por ejemplo: cuando los mossos acuden por orden judicial a precintar un local donde se iba a celebrar un fraude electoral, lo hacen con un clavel en la mano y lágrimas en los ojos. Ésa es la realidad delirante: una policía convertida en un simulacro de policía patriótica que se opone a las fuerzas de un Estado democrático a las que se tacha de autoritarias, totalitarias y coloniales.
Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido, pues.
El título del libro tiene una doble intencionalidad. Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido porque resulta difícil creer hasta qué punto el virus de la enfermedad de los ricos fue capaz de extenderse por una de las comunidades más prósperas de España. La enfermedad de los ricos no es otra que creerse pobres. El título también se refiere a otra cuestión: tarde o temprano, llegarían hombres de Estado a decirnos que lo ocurrido no es tan grave, que hubo un punto de exageración en la oposición al nacionalismo y que, además, conviene desarmar sentimentalmente a la parte española que se opuso al nacionalismo para poder convivir. Es decir: exonerar a los que quebraron la convivencia para recuperarla.
En su descripción histórica acusa al PSOE de apoyar al nacionalismo para medrar electoralmente, mientras que al PP lo señala como víctima de una satanización, ¿está siendo indulgente con los populares?
En absoluto. El Partido Popular sale muy mal parado en el libro, extraordinariamente mal parado. Le dedico un capítulo entero a Mariano Rajoy para reprocharle todo lo que hay que reprocharle. Las virtudes que Rajoy demostró para enfrentarse a una crisis económica, se convirtieron en un problema a la hora de enfrentar una crisis política. Rajoy demostró que no tenía ninguna fe en la política. Los independentistas llegaron tan lejos con un producto que era pura basura, precisamente por su fe inagotable en la política. La falta de convicción en el gobierno y la falta de militancia democrática por parte de una gente que más que gobernantes parecían burócratas fue lo que permitió que llegara tan lejos el procés.
Insisto: señala la incomparecencia de gobierno a partir de 2012, pero en el análisis histórico se percibe una cierta condescendencia con el PP.
El procés es la parte decisiva de la construcción nacional de Cataluña y en ese proceso tienen una culpa muy similar el Partido popular y el Partido Socialista. Es más: ambos se valieron de los votos del nacionalismo para la aprobación de los presupuestos.
"Los independentistas llegaron tan lejos con un producto que era pura basura, precisamente por su fe inagotable en la política"
Afirma que el PSOE no quería desplazar al nacionalismo, sino sustituirlo para ir en contra del PP.
Eso es algo distinto. Por un lado está la culpa de los constitucionales españoles representados en el bipartidismo. Todos ellos se creyeron la estrategia de Pujol, que se presentaba en Madrid como un autonomista cuando en realidad estaba ejerciendo una estrategia puramente nacionalista en Cataluña. Y no sólo se lo creyeron, sino que lo elogiaron como un gran hombre de Estado, lo premiaron e hicieron que sustentara algunos de sus gobiernos, usando sus votos para salir de algún atolladero político. En esa culpa, el PP y PSOE actuaron prácticamente igual. No olvidemos que fue José María Aznar quien firma los pactos del Majestic y entrega algunas competencias básicas a los nacionalistas.
Usted atribuye al PSOE el desgajamiento del constitucionalismo. A eso me refiero.
Otra cosa es el tripartito y cómo se pulveriza una unidad de acción de los constitucionales en Cataluña. Por cierto, otra culpa de José María Aznar: uno de los fundadores de Vox es Alejo Vidal Quadras. Aznar se lo carga porque no quiere contrariar a Pujol en un momento en que es necesaria una convivencia con el nacionalismo convergente. Aznar no sólo tiene culpa en el crecimiento del nacionalismo en España, sino también en que su partido terminara desgajado. Una cosa sí que es importante tener en cuenta: en las responsabilidades y culpas del procés no se puede equiparar a quienes violaron la ley con quienes trataron de protegerla.
¿La aceleración del camino hacia la independencia fue una forma de blanquear moralmente el ‘Pujolismo’ que había entrado en los tribunales?
No lo creo, en absoluto. Unas de las ficciones con las que acaba la fase decisiva del procés, que es un rapto de locura, es precisamente con la imagen que teníamos del nacionalista catalán como un avaro que está contando euros y que trata de arrancar siempre un régimen fiscal. También acaba con la ficción, profundamente dañina, de una parte de la oposición al nacionalismo que no supo dar la batalla de las ideas y los argumentos y recurrió al atajo de acusarlos de ser unos ladrones y llevarse comisiones.
¿Un atajo? ¿Por qué?
Porque el nacionalismo, que es un régimen en Cataluña, cometió exactamente los mismos crímenes que ellos dicen que justifican su separación de España. Siempre será más grave la sedición que la comisión. Lo que han hecho es lo suficientemente grave como para no tener que mezclarlo con su tendencia al latrocinio. Hay una cierta benevolencia al decir ‘son unos ladrones y quieren huir con el dinero’. Poco después de aprobarse el Estatuto de 2007, Artur Mas reconoció que ese estatuto no era una estación de destino, sino de paso. Ya creía que la independencia era un destino manifiesto de Cataluña. Todo eso fue mucho antes de la epifanía de 2012 y la diada del 11S que señala la literatura fantástica del procés.
Acusa al PSOE de paternalismo con respecto a Cataluña. ¿Es esa la consecuencia de una perpetua situación de rehenes parlamentaria?
Hay una cierta tendencia en el PSOE, es verdad, a tratar con paternalismo a los catalanes, pero también el PP lo ha hecho. Se les trata de convencer constantemente, con esa prosa melosa que indica que hay que seducirlos. ¿Por qué no se dice eso, por ejemplo, con Extremadura que no tiene tren? ¿Cataluña es la única comunidad a la que hay que seducir? Eso ni siquiera se decía en los momentos más dramáticos en el País Vasco. No se usó jamás esa prosa infantilizante. Si el nacionalismo permite que se les insulte de esa manera es porque les ofrece una ventaja operativa: consiguen cosas que de otra forma no conseguirían si sus interlocutores no los rebajaran a la categoría de niños. Luego está la pulsión de poder que ha movido a la moción de censura y la reciente alianza para descabalgar a Rajoy. Esa es otra cosa.
"Una vez fracasado el golpe, ¿a qué se dedica el independentismo? Pues a degradar las instituciones españolas y eso tiene que ver con los escupitajos a Borrell"
Dice que el origen de la infección secesionista parte de una idea: ‘somos diferentes’. ¿No le parece que es incompatible con el discurso de agravio que han desarrollado?
El agravio es necesario. El procés se acelera en medio de la crisis económica, que es muy fértil para que germinen las mentiras, para que la gente apueste por políticas autodestructivas. Lo hemos visto en Italia, Estados Unidos o el Reino Unido. La mentira tiene que mover siempre a la autocompasión. La posverdad, que no es necesariamente una mentira, le está diciendo a los ciudadanos de comunidades ricas: sois pobres, y eso es mentira; sois pobres y vivís en un estado antidemocrático, también es mentira. Sin embargo, es necesario que se lo crean para poder continuar en la construcción nacional. ¿Quién querría desgajarse de un país que, como es España, que respeta y fomenta las particularidades identitarias y culturales y que incluso en algunos momentos las privilegia? ‘Somos diferentes’ es una idea enquistada, claro. ¿Conoces a alguien que se declare diferente para decir que es peor? ¿o que es igual? He conseguido a mucha gente que se ha creído el discurso de la diferencia y dice: ‘Yo no soy nacionalista pero Cataluña es diferente’.
Señala el sentimiento de culpa que tienen los españoles, como si hubiesen provocado el procés. Es un síntoma que suelen padecer las sociedades ante determinados totalitarismos.
España ha atravesado cuarenta años de dictadura y eso no se atraviesa impunemente. Hay una serie de traumas y de heridas. La falta de militancia democrática en España tiene mucho que ver con la baja autoestima de una parte de su población que no llega a creerse el milagro que supuso haber conseguido dejar de matarnos durante unas décadas para construir un país próspero, viable, estable y en el que los diferentes conviven en paz. Una parte del éxito del procés es lograr que una parte de la opinión publicada y la opinión pública llegue a dudar de todo esto. De hecho, una vez fracasado el golpe, ¿a qué se dedica el independentismo? Pues a degradar las instituciones españolas y eso tiene que ver con los escupitajos a Borrell, con las diatribas de Rufián y con la jerga nacional populista de los aliados.
"Los fines del nacionalismo se lograrán el día en que los ricos de España, que lo somos, nos creamos pobres"
¿Por qué todos los que aborrecen la constitución prefieren a Sánchez en el gobierno antes que a Rajoy?
La estrategia del independentismo una vez fracasado el golpe ya no es la vía unilateral. Eso es una gran leyenda, una dicotomía falsa. El bilateralismo es una unilateralidad perifrástica que termina en el mismo lugar: la independencia de Cataluña. Lo que ocurre es que hay que dar un pequeño rodeo. El independentismo, como el populismo, degrada las instituciones españolas, porque sus fines sólo se lograrán el día en que esa enfermedad de los ricos a la que me refería antes se convierta en una pandemia nacional, para que los ricos de España, que lo somos, nos creamos pobres.
El populismo y la posverdad son muy antiguos, pero se han rearmado y sirven al discurso independentista para que su épica sea más romántica y seductora. Y ha funcionado.
La mentira es siempre más atractiva que la verdad. Yo estaba convencido, cuando asistí a los grandes hitos del procés, era muy desmotivador, porque hasta cierto punto te das cuenta de que el prosaísmo de la ley no puede competir con la erótica de la mentira. Lo hemos visto en tantos países durante estos años. Reprocharle a los constituciones sería injusto, pero podían haber dado una batalla política mucho más intensa.
¿Cómo sale Soraya Sáez de Santamaría de su misión en Cataluña?
Mal. Sáez de Santamaría contribuye a forjar una de las grandes ficciones del procés y según la cual Oriol Junqueras es el líder de la retirada del secesionismo, aquel que reconducirá el nacionalismo hacia la sensatez. Es una de las mentiras más grandes. Oriol Junqueras es el actor más importante del procés.
En la página 63 escribe que Cataluña es “la Cuba mediterránea”. ¡Rafa, por Dios!
Sí, reconozco que es una hipérbole, pero tiene su sentido. No podemos obviar la participación de las CUP en el procés y tampoco podemos olvidar el temor reverencial que la cúpula burguesa siente hacia ese grupúsculo de Batasunos.
Con los que se unió, por cierto.
Sin la CUP el procés no habría sido posible y con la CUP no podría ser democrático. La CUP ni siquiera se molesta en maquillar las siglas de los CDR, porque se sienten orgullosamente legatarios de los chivatos castristas. Usan una estructura muy parecida. Los CDR salen de un grupo radical de Poble Lliure y describen cuál es su intencionalidad: crear comandos vecinales autónomos con capacidad de decisión y sin jerarquía con los cuales amedrentar y llevar el conflicto a las calles.
¿Qué ha faltado en la gestión del procés: política o política exterior?
Ya no existe otra cosa que política. Ya no existen los mensajes de consumo interno, porque toda política es política exterior, hasta el punto de que la opinión pública internacional está perfectamente al tanto de lo que ocurre en Cataluña. Lo que faltó fue política y más concretamente fe en la política.
"Sin la CUP el procés no habría sido posible y con la CUP no podría ser democrático"
El procés no tiene intelectuales de peso, pero sí periodistas. Aunque la palabra es odiosa, se podría decir que ‘el relato’ ha crecido gracias, por ejemplo, a personajes como Roures.
También detesto esa palabra. Pero creo, en ese caso, que no tendría tanto que ver con la televisión sino con la confección que se realiza a posteriori. Lo que sí es destacable es el papel tan importante que ha tenido la televisión en el procés, especialmente en sus momentos más graves. En esos días, cuando estaba en la redacción de Onda Cero es Barcelona o en el hotel, ponía la tele y me crispaba. Salía a las calles y me tranquilizaba. La capacidad que tiene la TV para construir una realidad es tremenda. Sin eso tampoco se explica el procés. Yo soy de los que cree que TV3 tiene una capacidad para formar conciencias todavía mayor que la educación.
Sorprende que a usted ‘le sorprenda’ John lee Anderson. El reportero ya ha demostrado en otras ocasiones que le sobrepasan algunas épicas.
Arcadi Espada me reprochó que utilizara su ejemplo, precisamente, porque ya ha reproducido a lo largo de su vida esto de quedarse con la versión más romántica y esmaltada de la realidad. Utilizo a John Lee Anderson porque es un buen ejemplo del personaje que pone su prestigio al servicio de una causa infame. Es un reportero que ha recorrido medio mundo contando todo tipo de conflictos y que escribe en una cabecera, The New Yorker, que se jacta de tener un equipo de fact checking al que, sin embargo, se le pasó por completo la afirmación de que la Guardia Civil es un cuerpo paramilitar. Lo que intento decir y de lo que trato de que el lector se dé cuenta es que aquí necesitábamos Orwells, pero en su lugar vinieron Hemingways. Uno de los mejores libros sobre el procés que se han escrito es de una corresponsal extranjera: Sandrine Morel, de Le Monde. No todos los corresponsales fueron Hemingways.
Señala una dimensión ecuménica del procés en la que Junqueras es el profeta, Puigdemont el Mesías y el clero, al que atribuye rasgos carlistas, una especie de fuerza ejecutora. ¿No esos, acaso, los actores de un conflicto más del XIX que del XXI?
Es deliberado empezar hablando de Dios en el libro, porque tiene una importancia capital para el nacionalismo. El único partido en España que se acuerda de Dios en sus siglas no es uno de ultraderecha fundado en Madrid, es el PNV. Euzko Alderdi Jeltzalea significa Dios y Leyes viejas, una síntesis perfecta del reaccionario. En el caso del nacionalismo catalán tiene mucha importancia. En el libro cuento una escena vivida en un pueblo de Tarragona, Villa-rodona, en el que un cursa fingió una misa para camuflar el escrutinio de votos del 1-O. Una parte del clero catalán se volcó con el procés. Puedo llegar a entenderlo, porque los engranajes mentales del nacionalista se parecen mucho a los del creyente fervoroso. En su versión más integrista llegan a pensar que su posición está muy por encima de las leyes humanas.
"El procés ha sido un proyecto cojonudista, que siempre se ha atribuido a los españoles"
Hagamos el ejercicio inverso de los Monty Python con Roma y Judea: ¿Qué le ha dado Cataluña a España?
España no existe sin Cataluña. Incluso, algunos rasgos de la españolidad tienen su expresión más nítida en Cataluña. El procés ha sido un proyecto cojonudista, que siempre se ha atribuido a los españoles. Fíjate tú, ese empecinamiento tan nuestro, cuán presente está en Cataluña. Y también te diré: España es una nación muy sentimental y el procés es puramente sentimental.
La prosa de su libro está especialmente cuidada, disecciona y analiza pero se permite metáforas bastantes elaboradas. ¿Es usted el cirujano del procés o el orfebre del desastre?
Ni una cosa ni otra –risas-. Yo no quería escribir un libro de prosa politológica. Respeto esa opción, pero soy periodista y creo que los libros tienen que tener una tensión periodística y trato de corresponder a esa idea. No creo que esta sea únicamente una batalla política, ni que pueda tratar con la asepsia de la cirugía. Esta es una batalla profundamente moral y sentimental. Si algo me hiere y me lacera es que gente que quiero ha ido a votar y legitimar un referéndum, incluso votando no, que a mí me convierte en extranjero en un lugar en el que yo no voy a ser extranjero jamás. Hablan de la violencia del 1-O y no se dan cuenta de la violencia tan profunda que existe en el gesto de depositar un voto en una urna para declararte extranjero. No existe en la historia de la humanidad un proceso de extranjerización masivo que no haya terminado de forma trágica. Este hemos conseguido pararlo, de lo contrario íbamos directo a la tragedia.
¿Pararlo? Eso hay que verlo. Pero espere, voy a otra cosa. EL libro tiene varios glosarios del procés, ¿de todas ésas cuáles serían las tres que mejor definen el procés?
En esos glosarios lo que hago es parodiar las palabras del procés. Pero si quieres elijo las tres más cursis y que más me irritan, y las tres más mentirosas. Empiezo por las más mentirosas: el unionismo, porque es la prosa equiparadora y por tanto perversa; choque de trenes, porque es una metáfora abominable y una que tiene un punto terrible, que es toda es analogía marital, de la mujer que siempre se quiere separar del marido. En esa analogía, a España siempre le toca el macho, en una asociación con al tema de los maltratos, ¿Por qué España no puede ser mujer? Las más cursis son: pantalla, por eso de vamos a pasar pantalla; seducción y judicialización.
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