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‘El tiempo entre costuras': el discreto encanto de la intrahistoria

Para conocer la historia parece mucho más eficiente acercarse a la vida del campesino, del obrero o de la costurera que leer en los periódicos a qué se dedican las grandes figuras políticas o los personajes más influyentes

“Intrahistoria” es un concepto acuñado por Miguel de Unamuno para referirse a esa parte desconocida de la vida de los pueblos que nunca sale en los libros ni se estudia en los colegios: “la vida silenciosa de millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna que […] echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la Historia”.

El tiempo entre costuras, novela de María Dueñas, nos acerca precisamente a esta dimensión oculta en los tiempos que rodean a la Guerra Civil a través de las vivencias de una costurera, Sira Quiroga. En 1934, tras ser abandonada y estafada en Tánger por un hombre que la sedujo, termina fundando, con ayuda de su nueva amiga Candelaria, un exitoso taller al que acuden las clientas más sofisticadas de la zona del Tetuán de Marruecos. Las nuevas relaciones que entabla con las mujeres a las que viste, entre las cuales se encuentra Rosalinda Fox, amante de Juan Luis Beigbeder, -ambos personajes históricos-, la llevan a terminar trabajando como espía para los ingleses en el momento en que la Segunda Guerra Mundial amenazaba con desarrollarse.

Esta historia dio su salto a la televisión el 12 de octubre del 2013 en forma de serie de 11 capítulos. Producida por Boomerang TV y emitida en Antena 3, alcanzó unas cifras de audiencia de hasta el 25,5% de cuota de pantalla con Adriana Ugarte como protagonista. Tras semejante éxito televisivo y nueve años después, las vidas de Sira Quiroga y de los personajes con los que se encuentra exploran un nuevo formato: el musical. Vozpópuli acudió a una de sus representaciones.

Tras su paso y éxito por Zaragoza y Valencia, se instala en el Espacio Ibercaja Delicias hasta el día 22 de abril para conquistar al público madrileño. El proyecto, además de incorporar a grandísimos profesionales de la escena, ha contado también con María Dueñas, la autora de la novela. Participa en calidad de asesora y asegura que, a pesar de su temor inicial ante una posible pérdida de la esencia de la historia que ideó, ésta fue retratada fielmente “con un respeto grandísimo”.

'El tiempo entre costuras' y teatros

Así, el reconocido escritor encargado de adaptar la novela, Félix Amador, consigue un guion que no deja atrás ni una sola de las escenas más importantes; incluyendo la impactante y reconocible escena en la que Sira tiene que recorrer Tetuán con un vestido que oculte unas pistolas atadas a su cuerpo que venderá en contrabando para fundar el atelier. Amador consigue retratar unos hechos y un argumento que pueden ser perfectamente entendidos sin necesidad de haberse preparado anteriormente viendo la serie o leyendo la novela. Bajo la dirección del reconocido Federico Barrios, director también de producciones como West Side Story o Cabaret, la puesta en escena consigue también plasmar la esencia de los espacios a los que se transporta al público, exponiendo los ambientes en los que se mueve la protagonista, ya sea su lujoso taller, el exótico Marruecos o el Madrid de antes y después de la guerra.

Entre las piezas de carácter más clásico, son especialmente aplaudidas aquellas que se acercan a estilos españoles como la copla y el flamenco

Es inevitable destacar el gran trabajo de Laura Erench, la actriz encargada de encarnar el personaje de Sira. Erench responde en todo momento a las altísimas exigencias interpretativas y vocales que la complejidad de las partituras creadas por otro reconocido compositor de musicales, Iván Macías, reclaman en los números musicales que se van sucediendo a lo largo del montaje; interpretados en directo por un grupo de siete músicos y coreografiados y entonados por un total de hasta dieciocho actores. Entre las piezas de carácter más clásico, destacan especialmente aquellas que se acercan a estilos españoles como la copla y el flamenco, en su mayoría utilizadas en momentos protagonizados por Candelaria, interpretada por María Gago, y que terminan siendo las más aplaudidas por el público.

Aunque el relato esté lleno de verdaderos acontecimientos y personajes históricos, como el mencionado Juan Luis Beigbeder, primer Ministro de Exteriores durante el franquismo, o Serrano Suñer, el cuñadísimo de Franco; éstos no agotan ni protagonizan siquiera la historia que se expone. Ésta mantiene en todo momento una esencia intrahistórica, que nos enseña situaciones que podría haber vivido la gente común que nunca llegan a contarse en los libros, como la madre de Sira, también costurera, que sufre la guerra en Madrid, pero que consigue ser evacuada hasta Marruecos gracias a los recientes contactos de su hija.

En su obra En torno al casticismo escribía Unamuno que “esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentida que se suele ir a buscar al pasado enterrado en libros y papeles y monumentos y piedras”. Y quizá habría que detenerse a considerar sus palabras. Podríamos pararnos a pensar en aquella forma de hacer historia que condenó Nietzsche y a la que llamó “monumental”, esa que ensalza grandes episodios del pasado, que venera momias, que rinde un culto a lo muerto que ninguna potencia nos deja para construir. Como declama la protagonista al final del espectáculo, todo el mundo recuerda a esos personajes que copan titulares de prensa y que terminan en los libros de historia, pero nadie se acuerda nunca de la gente que estaba debajo y que llega a nuestros días prácticamente en forma de decorado, de telón de fondo de grandes hazañas.

Es muy posible que Unamuno tuviese razón, que para comprender la verdadera naturaleza y tradición de los pueblos más nos valdría atender a su desarrollo más común y no a los grandes acontecimientos, a la normalidad y no a la excepción. Quizá sea mucho más eficiente acercarse a la vida del campesino, del obrero o de la costurera que leer en los periódicos a qué se dedican las grandes figuras políticas o los personajes más influyentes. Quizá las vidas sencillas digan mucho más de un pueblo que las extraordinarias.

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