Ione Belarra, secretaria general de Podemos, se ha subido a las listas de Sumar, el invento de Yolanda Díaz, pero en una carta a los inscritos que participaron en la consulta sobre la integración en esta coalición, insiste en que no aceptará vetos contra su compañera Irene Montero, la ministra de Igualdad. Curiosa forma de no aceptar aceptándolo todo. Belarra, en la más pura tradición mística de Santa Teresa, hace suyo el uso de la paradoja para dar cauce a lo inexplicable: acepto pero no acepto.
Lo factual es que Belarra se ha tragado hasta el cucharón para colarse en las papeletas de Sumar, mientras que la ministra Irene se queda compuesta y sin novio ante el altar. Iglesias, por su parte, acusa a Yolanda Díaz de ser la ejecutora final de una violenta campaña contra Montero, “orquestada desde los más siniestros aparatos de las derechas mediática, judicial y política”. Este no cambia su discurso rancio y vacío. Todo menos hacer autocrítica.
La “Ley del solo sí es sí” ha resultado desastrosa. El empecinamiento del Ministerio de Igualdad en sacar una ley improvisada contra viento y marea le ha pasado factura a su titular. La credibilidad de Montero está a ras del suelo tras el pronunciamiento del Supremo avalando los criterios de las Audiencias Provinciales en las rebajas de penas a delincuentes sexuales.
No se apartó, Irene, en su momento y ahora la han apartado los de su cuerda, sin dar opción a que la retiren los electores. Pero ni Belarra ni Díaz están libres de pecado
La ministra fue muy beligerante en sus enfurecidos ataques el machismo de los jueces que, según denunciaba, aplican mal la ley, pese a que muchos de ellos son mujeres. No pasaba por su cabeza admitir que el problema estaba en la pésima redacción de la norma. De haberlo hecho, la salida lógica habría sido la dimisión.
No se apartó, Irene, en su momento y ahora la han apartado los de su cuerda, sin dar opción a que la retiren los electores. Pero ni Belarra ni Díaz están libres de pecado. La primera, flamante ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, también se ha desahogado contra la justicia. En su cuenta de Twitter, llegó a publicar: "Una parte de los jueces de este país se ha erigido como oposición al Gobierno de coalición y especialmente al Ministerio de Igualdad, que está llevando los avances más lejos que nunca. Están aplicando mal la ley sólo sí es sí y siguiendo el ejemplo del CGPJ."
En cuanto a Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, dijo sin ningún empacho, cuando ya arreciaban las rebajas de condenas, que "esta ley es de extraordinaria importancia y tiene el objetivo de garantizar la protección de las víctimas y la defensa de su libertad sexual".
La Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual salió del Gobierno de coalición PSOE-Podemos y fue, en mayor o menor grado, responsabilidad de todos sus miembros. La izquierda nos ofrece ahora la cabeza de la desacreditada Montero para conjurar la indignación de la calle. Pero es una ofrenda que sabe a poco y llega tarde. En democracia, el malestar social, que es mucho, se cobra sus piezas en las urnas, y muchas cabezas de la izquierda llevan estampada en la frente su fecha de caducidad.
Resulta muy aleccionador el espectáculo de codazos para colocarse en las listas electorales en posición de salida. Sánchez ha impuesto su ley en la confección de las mismas, buscando atrincherarse con sus más leales en los cuarteles de invierno cuando llegue la derrota. Los caballos de Moncloa huelen el miedo en la casa y la plebe no sigue a líderes medrosos.
Belarra acepta sin aceptar, mientras se siente aliviada por quedar ella dentro. Yolanda y Podemos se odian y, a la vez, creen que se necesitan, al menos de momento.
Lo propio hacen en Sumar en tiempos de vacas flacas. En su revoltijo de siglas bullen las ambiciones personales para marchar en asiento preferente. En las negociaciones nadie habla de programas. Yolanda Díaz ha dejado fuera a Irene Montero, piensa que es un lastre para la candidatura, y quiere dejar claro quién manda. Belarra acepta sin aceptar, mientras se siente aliviada por quedar ella dentro. Yolanda y Podemos se odian y, a la vez, creen que se necesitan, al menos de momento.
En cuanto a Pablo Iglesias, ha reaccionado airado (u actitud favorita) por la exclusión de Montero, calificando a Sumar de “izquierda domesticada” que ha consumado un “veto al feminismo”. El líder morado, desde esta posición de victimismo impostado, espera el fracaso de Sumar para reivindicarse como el caudillo de lo que quede a la izquierda de la izquierda. El problema es que, como les ocurría a los personajes en la película de Amenábar Los otros, Iglesias no sabe que está políticamente muerto.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación