El militar y dictador Miguel Primo de Rivera comentaba con gracia jerezana que todo lo que sabía de política lo había aprendido en el casino de su localidad natal. “Ni definió lo que era su régimen, ni tuvo una idea precisa acerca de su duración, ni llegó a determinar cuáles eran sus propósitos de futuro”, señaló el historiador Javier Tusell sobre el militar. El escritor Miguel de Unamuno, una de las firmas españolas más importantes del momento, afilaba mucho más sus críticas “un peliculero con menos juicio que un renacuajo”, y recurría al insulto: tonto de capirote, fantoche, frívolo, botarate, vanidoso y bullanguero, monigote, cretino, ciego, sordo, perlático, mastuerzo, monstruoso crío, codicioso, tonto entontecido… son solo algunas de las lindezas con las que Unamuno machacó desde el exilio a Primo de Rivera y que han recogido Colette y Jean-Claude Rabaté en su obra Unamuno contra Miguel Primo de Rivera. Un incesante desafío a la tiranía (Galaxia Gutenberg), que relata el compromiso político del vasco contra la dictadura
Primo de Rivera era un militar, nacido en una familia de militares, su padre llegó a coronel y uno de sus hermanos murió en el desastre de Annual, acontecimiento clave para entender la caída del régimen parlamentario de la Restauración. En Annual murieron más de 8.000 militares españoles que fueron masacrados por los rifeños en la que representó la mayor derrota de su historia militar. El régimen ideado por Cánovas del Castillo y que había reinstaurado la monarquía en España en 1874 era un modelo liberal en el que dos partidos se turnaban en el poder, y en el que imperó el caciquismo y el fraude electoral. Con casi medio siglo de vida, llegaba tambaleándose a la década de 1920, tan agotado que casi nadie creía en él y lo defendió cuando el Ejército dio el golpe.
Unamuno llevaba tiempo alertando de la “empresa insensata” que suponía la aventura colonial en Marruecos. El régimen se desmoronaba y el escritor, que ya había superado la cincuentena, era un ariete contra la monarquía. Había sido varias veces condenado por injurias al Rey, y había mostrado su oposición a la campaña colonial africana, enfrentándose con otras firmas como las de Ramiro de Maeztu que defendían una misión civilizadora de España en Marruecos:
“Porque la campaña de Marruecos, última escurraja del empeño del exfuturo Vice-Imperio Ibérico, esa campaña, que es lo que queda del afán de desquite de lo de 1898 y de los ensueños imperialistas, esa campaña es una diversión estratégica para apartar nuestra atención del problema nacional, Que es el de este régimen de podredumbre y de negocios, de caciquerías y de clandestinidades, que nos está consumiendo. El reino está podrido”, señalaba Unamuno en el verano de 1921, según recoge Unamuno contra Miguel Primo de Rivera.
“¡Me duele tanto España!”
En septiembre llegó el golpe y en noviembre dejó una de sus citas brillantes: “¡Me duele tanto España!”, con permiso del “Venceréis, pero no convenceréis”, que lo más probable es que nunca pronunciara de manera literal en aquel enfrentamiento de 1936 con el fundador de la Legión, José Millán-Astray. La dictadura de Primo se asentaba en España sin prácticamente ninguna oposición política y social y a comienzos de noviembre, Unamuno relató en una carta a su amigo argentino Américo Amaya la “tragicómica farsa” del nuevo régimen de Primo de Rivera, “un peliculero con menos juicio que un renacuajo” que ha abierto “un régimen inquisitorial de delaciones secretas y de persecuciones arbitrarias”. “Vuelve el nefando contubernio de la cruz con la espada, O del pectoral con el fajín” y concluyó con el célebre: “¡Me duele tanto España!, cuanto más me duele más la quiero”, que según explican los autores terminó siendo publicada por su amigo argentino, a pesar de que era una misiva privada.
Unamuno se obsesiona desde ese momento con Primo, que es el nombre más repetido en todos sus escritos, ya fueran artículos, poemas o cartas privadas, aunque sus críticas también incluyen al Rey y a Severiano Martínez Anido, militar y hombre fuerte de la dictadura que ya había mostrado mano dura en la represión al pistolerismo anarquista y que llegaría a ser ministro de Orden Público en el primer gobierno Franquista, donde también mostró su crueldad y su odio a los intelectuales. El escritor vasco será el mayor representante de la oposición a la tiranía, junto al prestigioso escritor Vicente Blasco Ibáñez y Eduardo Ortega y Gasset, que organizó y tejió desde Francia una amplia red de resistencia dentro de España, según afirman los Rabaté en su obra.
El 20 de febrero de 1924, medio año después del golpe de estado, Unamuno recibió la Real Orden que le desterraba a Fuerteventura: “Acordado por el Directorio Militar el destierro a Fuerteventura de don Miguel de Unamuno y Jugo”, decía la comunicación en la que también se apuntaba su cese como vicerrector de la Universidad de Salamanca y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma; y la suspensión de empleo y sueldo como catedrático. Allí nos dejó curiosas anécdotas como la práctica de nudismo y exóticas fotografías a lomos de un camello. Aunque fue indultado en el mes de julio, no volvió a España hasta la caída del dictador en 1930, aclamado por sus paisanos salmantinos en un recibimiento triunfal.
Durante toda la dictadura siguió empleando su afiladIsima pluma en decenas de cartas y artículos publicados en la prensa extranjera que irritaban profundamente al dictador. Repasando la obra de los Rabaté, cualquier lector percibirá la distancia sideral entre la calidad literaria de Unamuno y cualquiera de los opinadores actuales. Incluso empleando el recurso de los insultos, recordemos que lo hace contra un régimen dictatorial, desprende un ingenio que levanta la sonrisa hasta al más primorriverista y monárquico que al leer epítetos contra el rey como "Fernando VII y pico", tiene que reconocer el talento del vasco.
El rey Alfonso XIII quedó tan vinculado al régimen que, del mismo modo que en 1923 nadie movió un dedo por defender el sistema de partidos, el 14 de abril de 1931, tampoco lo hicieron por la monarquía que sucumbió ante el resultado de unas elecciones municipales. Fue el propio Unamuno el encargado de proclamar la república en su amada ciudad.
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