Cultura

'A fuego lento' eleva la cocina a la categoría de arte en una película romántica exquisita

Juliette Binoche y Bonoît Magimel protagonizan la nueva película de Tran Anh Hung, seleccionada para representar a Francia en los Oscar

La omelette norvégienne -o tortilla noruega, en castellano- es uno de esos secretos de la gastronomía que se encuentra a medio camino entre la cocina y la ciencia: base de bizcocho, helado en el interior y cubierto por merengue flambeado, una especie de experimento científico en el plato que tiene la peculiaridad de unir el hielo y el fuego gracias a la capacidad aislante que tiene la clara de huevo. El proceso es laborioso, pero parece sencillo en manos de Eugenie, una prestigiosa cocinera que trabaja desde hace 20 años a las órdenes del gastrónomo Dodin en la película romántica que representará a Francia en los Oscar y que llega esta semana a los cines españoles: A fuego lento.

El director de esta suculenta película es el vietnamita y afincado en Francia Tran Anh Hung, responsable de títulos como Tokio Blues (2010) o la más reciente Eternité (2016), que presentó en la pasada edición del Festival de Cannes este romance ambientado en los últimos años del siglo XIX.

A fuego lento (cuyo título original es La passion de Dodin Bouffant) empieza con una de las escenas rodadas entre fogones más inolvidables que se recuerdan en el cine. Tras escoger cuidadosamente las verduras del huerto, Eugenie (a quien da vida Juliette Binoche) retira con sumo cuidado las vísceras del pescado que va a preparar, completa una preparación y cocina una tortilla para Dodin (Benoît Magimel). A continuación, arranca una coreografía de cazerolas, cucharones y sofritos y en ella se suman a los protagonistas dos jóvenes criadas. La pantalla se convierte en un plato delicioso que uno desearía probar.

Lo importante no es tanto el resultado que se sirve en el plato, sino el cocinero, el artífice capaz de evocar con una receta una sonata, irremplazable en sus cálculos y en sus decisiones

"Memoria" y "cultura" son dos cualidades necesarias para formar el gusto y entonces poder recordar con exactitud el sabor y reproducir las mejores fórmulas, tal y como le dice Dodin a una joven aprendiz de cocinera. Quizás por este motivo, lo importante no es tanto el resultado que se sirve en el plato, sino el cocinero, el artífice capaz de evocar con una receta una sonata, irremplazable en sus cálculos y en sus decisiones, ese papel que en esta ocasión está encarnado por Juliette Binoche.

Es aquí cuando el director eleva a la categoría de arte la gastronomía, en especial si se tiene en cuenta que, como dijo Gombrich, "no existe, realmente, el arte", sino que "tan solo hay artistas". No hay, pues, buenas recetas, sino buenos cocineros, y en esta ocasión unas manos para las que se busca sustituto sin éxito.

A fuego lento: la química entre Binoche y Magimel

Más allá de la atención a las cuidadas preparaciones culinarias, lo realmente asombroso en A fuego lento es la química que destilan los dos actores protagonistas, Juliette Binoche y Benoît Magimel, que en un juego de silencios y miradas cómplices son capaces de transmitir una vida juntos de más de 20 años, entre fogones y visitas furtivas al dormitorio. Una relación, por otro lado, que resulta más estable y profunda que cualquier otro matrimonio formal. 

Para quienes lo desconozcan, y aquí llega el momento preferido de los más curiosos y cotillas, Binoche y Magimel fueron pareja durante unos años hace tiempo y tienen una hija en común. Uno puede entender aquí esa complicidad que se cuela entre las imágenes tan apetitosas y esas sonrisas tímidas del enamorado que pide permiso, pero también puede entenderse como un reto interpretativo mayúsculo resultar tan convincentes precisamente en esa etapa del amor -la madurez sentimental-, reservada solo para unos pocos afortunados capaces de llevar a buen puerto lo que se ha construido durante años y que, entre ellos, no ha sido el caso. 

Por todo, pese a que Anatomía de una caída (flamante Palma de Oro en Cannes) era el título favorito, A fuego lento no parece una mala apuesta, teniendo en cuenta que la película de Justine Triet puede tener posibilidades en otras categorías, más allá del Oscar a la mejor película internacional. Es, en cualquier caso, otra película gala que llega a la cartelera dispuesta a demostrar quién reina en el cine.

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