El único conquistador de Afganistán que dejó buena memoria fue Alejandro Magno, que incorporó a su
imperio Bactriana y Aracosia (el Norte y el Sur del moderno Afganistán), se casó con la hija del sátrapa
gobernante y fundó varias ciudades bautizadas con su nombre: Alejandría del Cáucaso (actualmente Bagram, junto a Kabul), Alejandría de Aracosia (hoy Kandahar, la segunda ciudad de Afganistán), Alejandría del Oxus…
Afganistán se helenizó intensamente, adoptó los dioses del Olimpo griego y creó un arte mestizo deslumbrante, como esa Afrodita, divinidad griega del amor, que lleva el Bindi, el punto en la frente que lucen las mujeres indias. La exquisita figura de oro de Afrodita forma parte del llamado “Tesoro Afgano”, 22.000 piezas de oro, que durante la primera etapa de dominio talibán fue escondido con riesgo de sus vidas por funcionarios del Banco Nacional en Kabul.
Tras echar los americanos a los talibanes, las nuevas autoridades afganas decidieron ponerlo a salvo enviándolo al extranjero, donde ha protagonizado magníficas exposiciones por todo el mundo. Un exilado más de Afganistán. Este país tiene la suerte o la desgracia de encontrarse en el principal cruce de caminos de Asia. Aquí está la puerta de la India, el Paso de Khyber, por donde entraron en el llamado Subcontinente Índico, un mundo aparte dentro de Asia, los conquistadores arios, griegos y
mongoles. Precisamente estos últimos fueron los que dejaron peor memoria de todos los invasores de
Afganistán.
Gengis Khan es el anti-Alejandro en la memoria histórica, porque encontró que Afganistán era un
vergel, y temió que sus jinetes nómadas quisieran quedarse en ese lugar paradisiaco. Gengis decidió
destrozar todo el complejísimo sistema de regadíos que se había construido a lo largo de milenios, y convirtió a Afganistán en el país árido que conocemos.
Afganistán inconquistable
Dando un salto hasta la Historia más reciente, en el siglo XIX el Imperio británico, cuando era la indiscutible primera potencia del mundo, quiso apoderarse de Afganistán infructuosamente. Lo conquistó tres veces, pero fue incapaz de dominarlo. En 1839 los ingleses intervinieron en una disputa dinástica porque querían controlar la "Puerta de la India”. Su potente ejército llegó a Kabul en poco más que un paseo militar, y dejó una fuerza de ocupación de 5.000 soldados y 12.000 civiles, que acompañaban al ejército para atender todos sus servicios.
La Segunda Guerra anglo-afgana le costó al ejército británico 10.000 muertos, 2.000 en el frente de batalla y 8.000 por enfermedades
Tras sufrir los rigores del clima afgano durante dos años, en enero de 1942 los ingleses decidieron retirarse. De las 17.000 personas que emprendieron el éxodo, solamente un cirujano logró regresar vivo al territorio británico. En 1878 Inglaterra volvió a invadir Afganistán con un ejército de 50.000 hombres, que fácilmente llegaron hasta Kabul, depusieron al soberano y nombraron otro a su gusto. Dejaron un “Residente”, una especie de embajador para que supervisara al gobierno afgano, con una pequeña guarnición. Todos ellos fueron masacrados pocos meses después. Hubo una nueva invasión, y los ingleses cambiaron de nuevo al emir, retirándose en cuanto pudieron. La Segunda Guerra Aamedades.
La Tercera Guerra anglo-afgana tuvo lugar durante unos meses de 1919, y fue más bien una expedición de castigo, tras una mini-invasión afgana del territorio británico. Los ingleses habían aprendido las lecciones anteriores, de modo que entraron con una fuerza formidable –por primera vez la aviación bombardeó Afganistán-, propinaron un correctivo al emir, y cuando éste se avino a razones, se retiraron. Solamente tuvieron 236 muertos en combate, aunque el cólera provocó más del doble.
El gran juego
Todas las intervenciones británicas en Afganistán se encuadraban dentro del “Gran Juego”, la pugna entre Rusia y Gran Bretaña por el dominio de Asia. El Gran Juego fue una partida en la que jamás se enfrentaron los ejércitos ruso e inglés, sino que la libraron exploradores, aventureros, diplomáticos y espías, una auténtica Guerra fría que duró más de cien años. Empezó en el siglo XIX, cuando los zares comenzaron a extender su imperio por Asía Central, acercándose a la India, que era “la Perla de la Corona” británica.
Como les había pasado tantas veces a los ingleses, los rusos tomaron fácilmente Afganistán, pero fueron incapaces de dominarlo
En esa pugna continental y secular, que Rudyard Kipling popularizó con su novela Kim, Afganistán se convirtió en la pieza clave, el espacio que ninguno de los dos contendientes podía permitir que cayese en manos del otro. La anexión por los rusos de Samarcanda y Khiva les llevó hasta la frontera Norte de Afganistán, mientras que la India británica llegaba hasta la frontera Sur, el Paso de Khyber. Afganistán se convirtió así en el más exacto ejemplo de un “estado tapón”, una zona neutralizada que impide que dos grandes potencias tengan frontera, con los riesgos de guerra que eso supone.
El Gran Juego terminó para los ingleses en 1947, cuando la India proclamó su independencia. Pero no para Rusia, que ahora era la Unión Soviética. Tras la Segunda Guerra Mundial, Moscú desarrolló una enorme influencia política, cultural y económica sobre Afganistán, inspirando la creación de un Partido Comunista afgano (oficialmente Partido Democrático Popular) y prestándole un apoyo que le permitió hacerse con el poder en 1978.La aparición en Kabul de un régimen comunista, con sus pretensiones de modernización y centralismo, resultaban insoportables para las tribus que componen el mosaico afgano, sobre las que la soberanía de Kabul había sido siempre teórica. Se sublevaron, y los comunistas pidieron apoyo militar a Moscú. Así comenzó en 1979 la invasión soviética, una más para la Historia de Afganistán.
omo les había pasado tantas veces a los ingleses, los rusos tomaron fácilmente Afganistán, pero fueron incapaces de dominarlo. Con el apoyo de Estados Unidos, de Paquistán y de Arabia Saudita, la resistencia afgana convirtió la ocupación rusa en un infierno, “el Vietnam de la Unión Soviética”, hasta provocar la retirada soviética en 1989. Luego vendrían los talibanes y Bin Laden, pero eso es ya otra historia.
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