Cultura

Aforismos: Parar, templar, mandar...

Hay libros que mejoran a medida que los lees porque el autor va pudiéndole lentamente al lector

Los aforismos quizá no tengan que parar el tiempo en seco, como la poesía, pero el aforista, al menos, tiene que pararse. Y su lector —discúlpeme—, también. Hay que templar los temas. Y hay que mandar en la conversación. Por eso, ha sido un privilegio tan atrevido publicar aforismos en un periódico de actualidad. Cuánto agradezco a Vozpópuli estos dos años de citas mensuales con el escolio. No nos echábamos al margen del debate público, que es lo más fácil, sino que, en mitad del tráfago, parábamos, templábamos los asuntos y le quitábamos el mando a quienes van marcando la agenda. Por última vez, suerte y al toro.

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Ama la luz quien quiere ver.

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Como ideología, el conservadurismo es mediocre. Lo que no deja de ser una excelente crítica a… las ideologías. Mediocre por el in medio virtus aristotélico. Porque llegamos a la vida in media res, como en muchas novelas. Y porque una ideología es o debería ser solo un medio, y aún mucho menos, medio medio, nunca un fin. 

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Si cuenta como parte esencial de su éxito con el escándalo de los que ofende, el arte hace trampas. No caigamos: que lo sean al solitario.

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La vida es demasiado gloriosa como para andar entreteniéndose. (Lema que vale también para el arte.)

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Uno de los principales materiales del arte contemporáneo es el victimismo. 

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Cuando la irritación con el defecto de otro nos sirve para descubrir que tenemos el mismo defecto es el momento perfecto amar al prójimo como a uno mismo.

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Mi particular «Aún aprendo» de Goya lo formulo con menos optimismo: «Tengo que estudiar más».

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La nada es el mal indoloro. No extraña que este tiempo, tan partidario de los analgésicos, y tan alérgico a la conversión, la adore.

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Al final de la palabra «palabra» empieza un «abracadabra». Es su invitación —siempre abierta— a la poesía.

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La ironía es cogerle las vueltas al mundo. (Que, como también da vueltas, no lo pone fácil.)

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Estoy platónicamente enamorado de la lechera del cuento.

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«Sólo cuando escribe sabe de veras lo que quiere», escribió Jean Paul, es de suponer que con auténtica certeza; pero yo sólo sé lo que quiero cuando corrijo lo que escribí. Cuando lo corrijo mucho.

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Era tan eficaz que hasta las pesadillas las arreglaba sobre la marcha en el mismo sueño.

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Mi vanidad me impele a hacer de mi vida una constante aspiración a ser minusvalorado.

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Enfadarse por tonterías: redundancia. 

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El ritmo es rito, y viceversa.

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Para alguno, «escritor católico» es el que desdeña a los demás escritores católicos.

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Quise escribir «laicos» y escribí «lacios». Puede haber erratas mayores, pero no un error más grande.

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No dejes para mañana lo que ayer dejaste para hoy. Cumple puntualmente con la procrastinación.

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Observa Lichtenberg que a los santos se les pinta un cero sobre la cabeza; y me parece una imagen muy exacta del anonadamiento que exige la santidad. A los reyes y nobles se les pone una corona y es también un buen símbolo de lo espinoso que es el poder.

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A los poderosos de hoy no se les pinta nada.

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Las mandarinas son naranjas con abrefácil. 

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Es más elegante quejarse del frío que del calor.

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En los casos mejores, no es una cuestión de calidad creciente. Hay libros que mejoran a medida que los lees porque el autor va pudiéndole lentamente al lector. Una de las características de los escritores poderosos: saben parar, templar y mandar, como los toreros.

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Los soñadores, como han agotado su cupo, por las noches tienen pesadillas, que les recuerdan la realidad que desatienden durante el día.

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