Un aforismo de Julio Llorente dice: «Dice Enrique García-Máiquez que el aforismo es el esprint de la literatura. Yo diría que también su sesteo, porque es un género que sólo los vagos cultivamos». Estoy de acuerdo con Julio y, extrañamente, conmigo. El aforismo es una liebre y la prosa continuada es la perseverante tortuga. El final del cuento es triste para el aforismo, pero una liebre es más fotogénica que la tortuga, ya sea sesteando, ya esté esprintando.
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Si buscas la aprobación de los demás, a menudo no apruebas y rara vez sacas notable.
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Más amargo que un día sin paz.
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Por fuera, liberal; por dentro, conservador; de frente, reaccionario; de espaldas, anarquista; por arriba, güelfo blanco; por abajo, apolítico.
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Que el pino quemado que dejó el incendio parezca talmente una escultura contemporánea, no deja bien al arte contemporáneo.
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Ante los problemas, darle la vuelta a la queja y que sea jaque, si es posible, mate.
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El asombro es el principio de la filosofía; la gratitud, el principio de la religión y la ingenuidad, el principio de la poesía. La alegría, el principio de todo.
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Más humilde es quien se calla porque no tiene nada que decir que quien se calla porque es muy humilde.
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Que al profesor le enseñen sus alumnos es agridulce. Dulce, por el puro gozo de aprender; amargo, por el dichoso prurito profesional.
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Provocación: lo anterior a la vocación.
A este tiempo le podemos agradecer, al menos, que nos permita ser provocativos sin perder la compostura. Las buenas maneras son el nuevo punk.
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Aviso de Derrida: «Todo poema corre el riesgo de carecer de sentido. Y no sería nada sin ese riesgo». Puede traerse con más razón (o sea, con más riesgo) a los aforismos.
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Felicidad: una fe y una lid que se afirman y se dan.
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Tarde o temprano, me tropiezo hablando tanto. El silencio me sostendría. Callado: cayado.
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Provocación: lo anterior a la vocación.
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Qué alivio católico-conyugal. No tengo que gustar más que a Uno y a una.
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Si me distraigo, me aburro.
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Sísifo, el patrón de nosotros, los malditos optimistas.
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Ahora bien, mejor Sísifo que Nónofo, como este tiempo nuestro, nihilista y negativo.
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Los pesimistas se ríen de los optimistas. Al menos.
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Para un poeta es un prodigio que la materia del sacramento de la confesión sean las palabras del penitente. Pecados: palabras: materia: materia sacramental.
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La ambición redimida y santificada: «Ambicionad los carismas mejores» (I Cor 12, 31).
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Yo charlo mucho más con los muertos –vivo en conversación con los difuntos– que con los vivos. (No lo digo como mérito, porque tendríamos que atendernos mejor unos a otros, sino como constatación de un hecho que trivializa, felizmente, a la muerte.)
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La plenitud es ver desde atrás a una chica con un tipazo extraordinario y, cuando la adelantas, volverte y descubrir que también es guapísima. (A veces nos pasa con la vida.)
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El desdén nace de la inseguridad.
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El egocéntrico está irremediablemente abocado a la queja porque el yo, por naturaleza, es agónico. No llorón, sino yorón.
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El buenismo: la venalidad del bien.
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Fractales
La belleza es la plenitud en cada fragmento.
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Lo contrario del lamento no es la celebración, sino la indiferencia.
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Me crujen los huesos crepitando en la hoguera que es vivir.
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Tu «yo» es el «tú» con el que te conoce Dios.
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No aspires: inspira.
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Aunque tiene una explicación lógica, no deja de ser también muy melancólico que el pecado capital que me exija más esfuerzo para vencerlo sea la pereza.
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Lo mejor de madrugar es recitarte el refrán de la ayuda de Dios. Lo segundo mejor: las ganas con las que se coge la siesta.
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Sin duda, tengo una vida existosa. (Mi mayor triunfo es existir.)
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Eslogan de nuestro tiempo. «¡Relájate rápido!»
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Muchas gracias. Soy tan inseguro que los elogios no son un motivo de orgullo, sino una ortopedia. Las críticas también las agradezco porque me dan la razón.
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El sentido del humor de los hijos se educa riéndose.
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Me entusiasma el segundo uso de la palabra «pobre», cuando es para conmiserarse de alguien que anda triste o que tiene pocas luces intelectuales. Es un recordatorio de que la felicidad y la inteligencia son una fortuna y un patrimonio.
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Quieren una sociedad en la que nadie admire a nadie para que sus conductas, claramente despreciables, pasen desapercibidas.
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El mejor antídoto al «Sé tú mismo» es el «Conócete a ti mismo».
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La indiferencia es una falta de deferencia.
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El profesor debe ser el que más aprende de la clase. Será su mejor lección.
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La humildad también consiste en dejar que te admiren por lo que ellos quieran.
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Lo natural es que el perezoso sea reaccionario. La acción es siempre un exceso de iniciativa. Los revolucionarios van pasados de revoluciones. La reacción, en cambio, es irremediable; o, si no, no es reacción.
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En cualquier discusión o polémica, yo voy con los desdeñados porque el desdén está siempre equivocado.
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«Trabajos de amor perdidos» es un oxímoron por triplicado. Si son de amor, no serían tan trabajosos. Ni tampoco perdidos. Ni son perdidos, si se ha trabajado, porque ningún esfuerzo se pierde.
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