Si para Jorge Manrique, "a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor", para una amplia pléyade literaria de nuestros días cualquiera tiempo futuro será peor. Cualquier vestigio de cordura se perderá, como lágrimas en la lluvia. Me rio yo de Aldous Huxley y su distopía 'Un mundo feliz'. La antología de relatos futuristas publicada por la revista Zenda Libros por su quinto aniversario, titulado '2030', da ganas de tomar el Halcón Milenario y marchar a una galaxia muy muy lejana.
Nostalgia del presente. Así podría resumirse este ejercicio de adivinación al que se someten algunas de las plumas españolas más reconocidas de nuestros tiempos. Y es que por 2030 se pasean firmas como Alberto Olmos, Ana Iris Simón, Andrés Trapiello, Antonio Lucas, Espido Freire, Eva García Sáenz de Urturi, José Ángel Mañas, Karina Sainz Borgo, Luisgé Martín, Manuel Jabois, Ruben Amón o María José Solano.
Cada cual a su estilo, todos dibujan un 2030 marcado por la deshumanización del hombre. Cabe entender esta postura catastrofista si atendemos al transcurso de este 2021. Todo comenzó con un hombre disfrazado de búfalo en pleno Capitolio, continuó con una nevada histórica que sepultó Madrid, prosiguió con mutaciones del virus que lleva casi dos años amargándonos la existencia y está concluyendo –ojo a la sorpresa final- con erupciones volcánicas y crisis energéticas sin parangón.
Esta tesitura apocalíptica no viene sola, y desde Estados Unidos viene emanando desde hace tiempo el hedor de la vida líquida y del relativismo, y los vientos identitarios que amenazan con convertir en ofensa hasta el mismo respirar. Y es que a lo que nos enfrentamos es, no ya a la muerte de Dios, que ya se produjo el siglo pasado, sino al entierro del amor.
Es por ello que en el futuro se follará, pero amar será visto como el mayor acoso, como vislumbra Rubén Amón en ‘Metasexual’. O como en el relato cruento de Luisgé Martín, donde un hombre casado obsesionado por su trabajo va perdiendo toda su vida. Su mujer le abandona, sus amantes también, y hasta sus hijos solo se comunican con él a través de avatares diseñados con inteligencia artificial.
En 2030 no solo el amor está mal visto (algo retrógrado, patriarcal, posesivo), trabajar también es una desgracia. Como cuenta Espido Freire en ‘Trabajadora’, solo los rara avis malgastan su tiempo con un oficio que les permita ganar un dinero extra o sentir aquello de que el trabajo dignifica. Toda la población recibe una renta universal porque los que trabajarán serán los robots.
Su historia es una hipérbole de uno de los males de nuestro tiempo: el miedo al sufrimiento o, mas bien, a cualquier forma de incomodidad. Nosotros, seres cuasi omnipotentes, no queremos saber nada del dolor o el sacrificio. Es por ello que Freire ve un futuro donde hasta tener hijos se ha dejado al albur de las máquinas. Las mujeres no paren, algo que las igualaría a los animales, sus hijos son gestados en cámaras artificiales. ¿Para qué sufrir en el paritorio? ¿O tratando de educar a esos salvajes?
Tachamos el amor, y tachamos el trabajo. ¿Qué más nos queda? Ah, sí, los libros. Caminamos aun 2030 donde la lectura será proscrita, bien por negacionistas, como en el cuento de María José Solano, bien por algoritmos, como apunta, Eva García Sáenz de Urturi. Yo habría añadido a los censores habituales, esos que queman en la hoguera los ‘Diálogos’ de Platón, por estar a favor de tener esclavos en la Grecia clásica, o las obras de Hume, por ser racista en el siglo XVIII. Pero esto es una opinión personal.
Es innegable, por otra parte, que con los negacionistas estamos siendo testigos de algo, cuanto menos, paradójico. En la era de la globalización, cuando hay más gente alfabetizada que nunca en la historia, sigue habiendo gente que cree que la Tierra es plana, lo que cual es un claro indicador de que la estupidez humana carece de fecha de caducidad.
Los algoritmos también han fagocitado nuestra capacidad de asombro, y todo se nos presenta en base a nuestros gustos. Una burbuja de placer que se desmorona ante el mínimo contratiempo.
Fuera los libros, el amor y el trabajo. Ya solo queda una cosa más para la hoguera, las cosas inútiles. A ellos se refiere Ana Iris Simón en ‘Agenda 2030’, la historia de cómo una niña se interesa por una agenda de las de toda la vida, esas con anillas que pasabas a tus amigos de clase para que te la firmaran. Allí entre cuyas páginas escondías un ‘Ángela te quiero’. Un ente absolutamente inútil hoy.
Inútil como la Filosofía para un Gobierno nacional que ha preparado un temario para la educación obligatoria repleto de materias útiles y con perspectiva de género. La niña compra la agenda, le parece inútil y quiere devolverla. Si es anticuada hoy, imaginen en 2030. El tendero le dice que por muy inútil que sea, sin el pasado no habría presente y que merece la pena conservar lo que fuimos. Algo parecido se podría decir de la asignatura de Filosofía, con la salvedad de que el bien y el mal o el sentido de la vida no dejarán de estar de moda por mucha inteligencia artificial que haya.
Otro de los temas que se cuela es la España vaciada, de la mano del escritor Alberto Olmos. En ‘Cero a la izquierda’, habla de un futuro donde aquellos urbanitas que invadieron aldeas y pueblos deshabitados, los abandonaron porque no fueron capaces de cumplir su objetivo, convertirlos en el barrio más cool de su ciudad. Volver al pueblo es meterse en una cápsula del tiempo. Hay que quererlo por lo que es. Ni resiliencia, ni hostias, la misma gente todos los días, los mismos bares, las mismas tapas y el cocido, si lo ha preparado la abuela, se termina aunque te esté dando un jamacuco por empacho.
Al final de nuestra travesía en el Halcón Milenario que ha preparado Zenda, el futuro es negro. Quizá la imagen que representa mejor este espíritu es la que trae José Ángel Mañas en ‘Malasaña 2030’, donde se imagina vagabundeando en torno a una hoguera junto a un escuálido Juan Manuel de Prada, Ray Loriga y Lucía Etxebarría. Los libros que han escrito ya solo sirven para alimentar el fuego que los calienta: “Al menos los libros sirven para algo”.
Hasta las paredes de nuestra nave espacial lloran tras semejante travesía. Nostalgia de presente. Estamos aquí, en 2021, echando de menos aspectos de la vida pasada, sobre todo relacionado con ciertos valores y calidad de vida, como tiende a recordar Ana Iris Simón. Pero echo en falta en los análisis sobre la decadencia de nuestro hoy una afirmación sincera, pero dolorosa. Gran parte de nuestros problemas occidentales vienen de un exceso de bienestar. De un exceso acomodaticio que hace que la piedra más pequeña se convierta en una montaña. Ese que nos conduce a un futuro inane y artificial como la versión más antigua de Terminator. Corremos el riesgo de morir de éxito, como Elvis Presley, como la Grecia de Pericles, como tantos antes.
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