Pudor. Ese fue el primer concepto que surgió en la charla con Alberto Olmos, novelista y columnista segoviano nacido en 1975. Hablamos de una firma que colabora en la página web Zenda de Pérez-Reverte, despierta la admiración de Carlos Herrera y cosecha elogios de Juan Manuel de Prada, que le describió como “un magnífico escritor” y “el hombre que buscaba Diógenes y nunca halló”. También ha despertado el interés de Andrea Levy, que le incluyó entre el grupo de creadores a los que llamó a consulta informal al ser escogida Consejera de Cultura de Madrid. A pesar de estas credenciales, coges su último libro entre las manos y cuesta encontrar las tres frases típicas de elogio, escondidas en la contraportada interior y escritas por amigos (“no me gusta molestar con estas cosas”, alega). Al ser padre, Olmos cambió de actitud vital: “He dejado de buscarme en Google. Deserté del mundillo literario para mi felicidad y controlé mucho la exposición a las redes sociales, de ese modo si alguien se mete conmigo ni me entero”, explica con sorna.
Acumula una fama creciente como reseñista literario, columnista de costumbres y aguafiestas de la cultura cuqui-progre dominante. Vozpópuli quedó con él en una terraza de Marques de Vadillo, la zona de Madrid que le inspiró su polémico artículo “Mi vida en los bares fachas”. Allí escribía cosas como esta: “La izquierda es esa cafetería moderna que no ha abierto franquicia en Usera porque no le compensa. Una cafetería ecológica, con baños neutros, carteles de Rosalía y microteatro los domingos. Vox es ese bar tosco y aseado con muchas banderas de España que se ha quedado sin competencia en todo el barrio. Para mucha gente es difícil no acabar entrando en ese bar a tomarse un café”. Contra el elitismo cultural, grandes dosis de mala hostia y buena escritura. Hora y media duró la charla sobre Cuando Vips era la mejor librería de la ciudad (Círculo de Tiza), un libro que está dedicado a su hermano Héctor, fallecido recientemente.
¿Qué artículos suyos han causado más rechazo?
Diría que los de mis vacaciones en un pueblo que se llama Lo Pagán y otro donde me posicionaba contra la existencia de formaciones como Teruel Existe. Cuando hablas de ‘patrias chicas’, de pequeñas comarcas, la gente es muy sensible. Yo lo entiendo porque soy de un pueblo pequeño de Segovia. También generó muchas respuestas un par de artículos donde argumentaba que el mundo de la literatura en España no es machista. Irónicamente, intuyo que hice muchos enemigos en el sector editorial. Creo que hemos llegado a un punto en que hay partidarios de elegir entre mentiras que les agraden y otras personas que todavía preferimos algo más parecido a una verdad. Por cierto, tengo la sensación de que de estos últimos cada vez somos menos. A quien dice que el mundo editorial es machista le suelo pedir, aunque sea off the record, el nombre de un editor machista, pero no saben dármelo. Y eso que les pido un nombre solo. En cambio, yo sí conozco a decenas de editores que están deseando encontrar novelas de autoras que puedan publicar. El problema es que resulta demasiado seductor estar siempre del lado de las causas bonitas.
Vivimos en una burbuja de feminismo, que igual no sobrevive a la crisis del coronavirus, pero que hasta ahora ha sido una fuente de capital simbólico"
¿Qué ejemplo le parece más contundente?
Bueno, fíjate en los institutos. Basta visitar cualquiera para confirmar que hay muchas más chicas que prefieren hacer teatro que chicos, por ejemplo, y esto ha sido así desde siempre. Sin embargo, nadie dice que haya que obligar a los chavales a hacer teatro o que tienen que participar en el cincuenta por ciento de los talleres. Que ellas manden menos manuscritos a premios y editoriales no significa que les interese menos la cultura o que se las discrimine, sino que prefieren otras manifestaciones literarias. En el premio Ribera del Duero de relatos, que es el único que da porcentajes por sexos, llevan doce años recibiendo una media de mil manuscritos, de los que 800 son de autores y 200 de autoras. Si entendemos o asumimos que muchísimos más hombres quieren ser algo tan triste como escritor, es lógico pensar que haya más escritores hombres y más hombres premiados y más hombres con libros en las estanterías, por una simple cuestión de probabilidad. Pero esto es demasiado aburrido y es mejor inventarse una ficción heroica sobre mundos machistas contra los que lucharemos con valor y determinación. Lo increíble del mundo editorial, y diría que hasta del cultural en su conjunto, es la facilidad con la que se ataca o se posiciona uno contra grandes enemigos, como Donald Trump, y lo raro que es que un autor simplemente diga algo o denuncie un comportamiento de la persona que tiene al lado. O, dicho de otro modo, me atrevo a criticar a Trump pero no al crítico literario de La Gaceta de Tudela.
¿Cuál de sus enfrentamientos literarios le parece más destacable?
Yo no tengo enfrentamientos literarios. Escribo lo que pienso y a veces la gente escribe artículos contestándome, que yo lógicamente ignoro todo lo que puedo. Sólo una vez entré al trapo, justamente por un artículo en la revista La Marea de José Ovejero, muy indignado porque yo dijera que el mundo editorial en España no era machista. Hablamos del tipo de persona que dice esto y luego no cesa de acudir a los saraos literarios donde lleva la cabeza muy alta, sin que nadie le cuestione ninguna de sus opiniones. Es a él a quien tendrían que pedir cuentas, pero a quien mirarían mal es a mí por no comprar el cuento que les gusta moralmente. Vivimos en una burbuja de feminismo, que igual no sobrevive a la crisis del coronavirus, pero que hasta ahora ha sido una fuente de capital simbólico. Es todo politiqueo para hacerse una carrera. Yo respondí a su artículo con otro mío titulado ‘400.000 euros y de copas en Cartagena de Indias’. Es un texto donde, entre otras cosas, me preguntaba si era sólida su postura habiendo ganado todo ese dinero en premios y siendo un habitual de los festivales literarios. Yo, si considerara machista el mundo editorial, no me pasaría el día en él. En realidad, yo traté de no leerme su texto en La Marea, pero no pude. Me hace gracia que cada vez que veo enlazada un artículo de esta revista supuestamente de izquierdas viene firmado por alguien que no ha trabajado en su vida.
Progre, en fin, es esa persona que disfruta de todas las ventajas del capitalismo pero ha decidido no tener culpa alguna de que haya gente que lo pasa mal"
¿Qué le llevó finalmente a leerlo?
Vi que lo compartía la pareja de una autora que yo he tratado siempre muy bien, al punto de publicarle su primer libro. Y esta pareja me increpaba en Twitter, en términos de: mira Ovejero qué feminista es y tú qué machista. Yo flipaba. O sea, yo he publicado a tu novia y la he apoyado todo lo que he podido y tú te pones a defender a un tipo del que no consta ayuda alguna a ninguna escritora en veinte años. Fíjate que yo ya había publicado, hace como una década, una antología de jóvenes escritores donde había los mismos hombres que mujeres, seguramente la primera antología paritaria publicada en España (habla de Última temporada, publicada por Lengua de Trapo en 2013). Pero todo eso da igual si no sabes venderte.
Explica en uno de los textos recopilados que su principal postura política es odiar a los ‘progres’.
Me pasa desde la universidad. Cuando llegué desde Segovia y vi que todos iban a hacer la revolución, en concreto, la que tenía que ver con Chiapas y el subcomandante Marcos, noté que no me podía creer su postura y que, además, me cabreaba mucho, porque en realidad todos los revolucionarios de salón suelen tener la vida resuelta desde la cuna, no se juegan nada y la protesta es sólo un modo de divertirse. Progre, en fin, es esa persona que disfruta de todas las ventajas del capitalismo pero ha decidido no tener culpa alguna de que haya gente que lo pasa mal. Entonces ponen un tuit, usan un 'hashtag', van a una mani, y ya pueden volver a casa a gastarse mil euros en cualquier capricho en Amazon. Date cuenta de la cantidad de gente que llevaba años sin acordarse del racismo que ha asumido esa causa en 24 horas sólo porque es la que toca televisar. Y mañana tocará otra causa. Un icono de este tipo de cultura es obviamente Greta Thunberg, que se convierte en la cara de la lucha contra el cambio climático cuando, en realidad, solo es un producto de sus padres. Un mal producto, añadiría.
¿Esto que dice no es una especulación? Quizá el compromiso de Greta es sincero. Hay activistas de izquierda que comenzaron a edad muy temprana, pienso en Rosa Luxemburgo y Simone Weil.
Lo de Greta no hay por dónde cogerlo. Existen vídeos en los que le preguntan entre bambalinas y se nota que no tiene las nociones científicas más elementales. El activismo se ha convertido en un talent show a escala global, donde un niño tiene que conseguir ser el ganador de ese puesto figurativo que nos dé con la regla en la cabeza y nos aleccione y nos perdone la vida. Hace poco, me pregunté dónde estaba Greta, y encontré una noticia según la cual había tenido el coronavirus. Sospecho que se lo inventaron sus padres para que se volviera a hablar de ella, porque además reconocen en la noticia que no tuvo síntomas, que no fue al hospital, que nadie la vio y que está bien. Esto puede parecer muy desalmado, pero recordemos que hablamos de una chica -o de una familia- que nos vendió en una foto que Greta viajaba en un vagón de tren sentada en el suelo, porque no había asientos libres. La subió a su Instagram explicando que no había plazas y por eso había tenido que viajar así. Es una de esas imágenes que enternecen y dan la vuelta al mundo, pero luego salió la Renfe alemana a decir que allí nadie viaja sin asiento y que además Greta tenía billete de primera clase. Así es como funcionan los relatos ahora; de las mentiras no se puede estar a favor nunca. Otro caso que he conocido recientemente de este tipo de desvergüenza interesada es el de Thimothée Chalamet, el actor de Call Me By Your Name (2017). Me gustaban mucho sus interpretaciones, pero en el libro de Woody Allen explica que renunció al dinero de la película porque su agente le dijo que si lo hacía tendrían más posibilidades para ganar el Oscar, debido a la mala reputación de Allen entre las feministas. Ese tipo de estrategias de promoción, que a mí no se me hubieran ocurrido en mil años, son dominantes en el mundo en que vivimos. En realidad, aquí la única revolución pendiente es la de la gente honrada.
"El suplemento literario Babelia no existe, no hay un sanedrín celestial muy docto que considera que alguien es buen escritor; solo hay un crítico que pone bien un libro, que resulta que es de un amigo y ese escritor va por ahí diciendo que Babelia le ha puesto muy bien"
¿Cómo es su día a día como columnista?
Creo que la gente se quedaría asombrada si conociera la austeridad con la que vivo. No gasto nada: comida, alquiler, cuota de autónomos y algún café. Desde que soy padre, no salgo de casa, porque mi novia trabaja fuera y yo cuido a los críos, a pesar de lo cual me llaman machista. Los niños han sido la excusa para apartarme del todo de un mundo editorial que ni me aportaba nada, ni me hacía feliz. No quedo nunca con nadie, no conozco apenas gente con poder en el mundo editorial. Nunca he visto a un crítico literario en persona; nunca en toda mi vida. No tengo ni puta idea de quién manda en ningún lado, ni me hago amigo de los dependientes de las librerías para que recomienden mis libros. Prácticamente ya no leo crítica literaria. Solo miro el El Cultural porque les tengo cariño.
¿Sirven de algo las reseñas literarias en nuestra época?
En absoluto. Se escriben para un público muy reducido, prácticamente los autores y sus editores. Además, lo normal es que te pongan bien, muchas veces porque quien escribe es amigo tuyo o le conviene llevarse bien contigo o con tu editorial. En cierto sentido, Babelia no existe, no hay un sanedrín celestial muy docto que considera que alguien es buen escritor. Un crítico pone bien un libro, que resulta que es de un amigo, y ese escritor va por ahí diciendo que Babelia le ha puesto muy bien. Ya digo, como si Babelia fueran los siete sabios de Grecia y se leyeran y discutieran los libros al más alto nivel. Al final es sólo un colega que te ha colado en el suplemento.
¿Ni siquiera las famosa listas de mejores libros del año?
La lista de las cincuenta mejores novelas de 2019 según Babelia es posiblemente la peor que he visto nunca. Solamente hay que fijarse en que incluye todos los libros que han escrito los colaboradores de Babelia. No sale, por ejemplo, Tierra de mujeres de María Sánchez, un texto estupendo que es una especie de respuesta a La España vacía de Sergio del Molino. Te digo esto sin conocer a Sánchez y, por supuesto, sin que sea mi amiga. Es un libro que ha vendido mucho, ella salió en El Intermedio, pero no tiene contactos en Babelia y por eso no aparece entre lo mejor. Para que te saquen en la lista de Babelia hay que ser amigo de seis o siete críticos, no hay otra manera. El último libro de Patricio Pron es realmente malo y aparece en la lista. Toda la vida de Pron ha sido hacer la pelota y sabotear a sus rivales, por lo que lógicamente ha tenido éxito, aunque no uno del que yo me sentiría muy orgulloso. Y de verdad que no tengo nada contra Babelia, ni contra nadie, porque ya estoy en otra esfera de la realidad, muy lejos de todo ese circo.
¿Ya está vacunado?
Hay cosas que me siguen haciendo gracia, por demenciales. Un amigo me propuso para una mesa de debate en la Librería Internacional de Huertas (Pasajes), pero les dijeron que no podía ser porque yo allí estaba vetado. ¿Por qué? Ni idea. Hoy en día, cualquier puede acusarte de cualquier cosa sin que tengas derecho a defenderte porque no estás delante. Para mí, la mejor novela española de 2019 es Referencial, de Ignacio Ferrando. ¿Por qué no aparece en las listas? Porque tiene 300 páginas, hay mucho que leer y la gente que cuenta no la ha leído. Es más fácil votar el libro de tu colega que te has mirado por encima.
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