La polémica cultural de la semana ha sido la rueda de prensa de Pedro Almodóvar en la Mostra de Venecia, donde arremetió contra el discurso migratorio de sus rivales políticos: “La extrema derecha quiere convertir a los menores migrantes en invasores. Me parece injusto y estúpido”, declaró ante un auditorio entregado. Poco antes esas mismas personas aplaudieron durante 17 minutos su última película, una apología sentimental de la eutanasia. Las palabras del director manchego encarnan perfectamente ese tipo de arte que no busca abrir grietas ni plantear debates, sino machacar esloganes asociados a los estereotipos de ‘facha’ versus ‘progre’. Fuera de la burbuja artística, con sus alfombras rojas y sus proyectos subvencionados, cada vez que un país europeo va a las urnas sube el respaldo a los partidos que proponen restricciones a la migración masiva, sean estos de izquierda o de derecha. Los artistas comprometidos del siglo XX, pensemos en Víctor Jara, Miguel Hernández y Pasolini, tenían opiniones cercanas al pueblo llano, por el contrario los divos actuales se sitúan en las antípodas de la gente común.
Como era de esperar, las declaraciones de Almodóvar fueron contestadas de inmediato en redes. Se le recordó su historial de evasión fiscal (Papeles de Panamá), sus vacaciones en yates de lujo y su teoría pendiente de confirmación de que las subvenciones al cine español se recuperan con creces vía impuestos (si evades impuestos, la cosa ya se complica del todo). En general, a pesar del bombo de la prensa progresista, Almodóvar siempre ha sido el tipo de estrella que considera compatible defender la sanidad pública con ejercer de anfitrión en la Fiesta de la Rosa de los Grimaldi, aristocracia dirigente de uno de los mayores paraísos fiscales de Europa. Por todo esto, podemos considerar al cineasta como un icono del activismo estéril, ese que solo convence a los convencidos y no hace cambiar de opinión a casi nadie.
Otro ejemplo palmario de esta tendencia es el grupo británico Massive Attack, que dieron un concierto hace unos días en el festival Kalorama de Madrid. Iconos del trip-hop noventero, hace tiempo que se han reconvertido en banda militante del progresismo, como quedó claro en un recital presidido por la bandera de Palestina y saturado de insultos a Benjamín Netanyahu, actual presidente de Israel. La mayoría de su audiencia sintoniza con las posiciones que defienden, los pocos que sean de la orilla contraria no van a cambiarse por este tipo de propaganda. Como en el caso de Almodóvar, su divorcio con los votantes europeos es radical: muestran en las pantallas lemas como “Rise up against fascism” (“Levántate contra el fascismo”) justo cuando los europeos menos compran el relato ‘antifa’ contra los nuevos partidos de derecha social y patriota. Massive Attack solo tocan en grandes ciudades, casi todas fortines del voto progresista frente a las periferias conservadoras o reaccionarias, sea el mundo rural o las ciudades medianas de países como Francia, Alemania, Italia, Suecia y España. Son otros divos dentro de su burbuja de privilegio, intentado dictar a los pobres cómo deben tomar sus decisiones políticas.
Mientras los que mandan en el sector cultural sean los ejecutivos ‘progres’ de siempre, seguirá viva la burbuja de artistas como Almodóvar,
En la misma línea está el músico asturiano Rodrigo Cuevas, que ha tenido diversas polémicas con cargos de Vox y gestores culturales cercanos a ese espacio político. Su uso del asturiano y su condición de artista de estética queer limitan sus contrataciones públicas en Gijón, lo que le lleva a pensar que los artistas progresistas son más penalizados que los de derecha. Sobre Cuevas, hay que recordar que en 2023 el gobierno de Pedro Sánchez se le otorgó el Premio Nacional de Músicas Actuales. Las motivaciones del jurado no fueron solo artísticas, sino también políticas, ya que se valoró “su fuerte compromiso con la diversidad”, una alusión apenas velada a su condición de artista LGTBI+. Sus posicionamientos de izquierdas no han impedido tampoco que sea un artistas contratado por decenas de ayuntamientos ni para campañas de empresas tan tradicionales como Majorica.
Política cotidiana
Dicho esto, Cuevas tiene razón cuando explica en sus entrevistas que cada decisión de cada artista tiene un trasfondo político. No hay que atender solo a las declaraciones en prensa, sino también a las estrategias empresariales. La película que está promocionando Almodóvar es la primera que rueda en inglés, algo que no era necesario ya que hace décadas que ha conectado con el público anglosajón, llegando incluso a ganar un Oscar. Su decisión sobre el idioma es un claro acto de sumisión a la anglosfera, realizado además en un momento histórico en que los artistas españoles -sobre todo, los de música popular- han hecho una apuesta fuerte por utilizar nuestro idioma (cuando Bad Bunny da un concierto en Estados Unidos o responde a periodistas en una entrega de premios en EE.UU suele usar también el español). Que la prensa cultural hablé de la película de Almodóvar en inglés como aprobar “una asignatura pendiente” confirma que seguimos viendo a Estados Unidos como una especie de “maestro” del que depende nuestra autoestima cultural.
Más allá de las polémicas de los grandes divos, es obligado señalar que el progresismo ganó la batalla cultural en la Mostra de Venecia mucho antes de que Almodóvar presentase su película. El pasado verano, se renovó como director del certamen a Alberto Barbera, cuyo trabajo se ha caracterizado por prestar la máxima atención a las causas de izquierda (cine queer, alegatos en favor de la migración masiva, críticas al ideario conservador…). Por si quedaban dudas, la sección de Cultura de El País lo celebró titulando “El festival de cine de Venecia resiste y se reafirma ante el avance de Giorgia Meloni”. Mientras los que mandan en el sector cultural sean los ejecutivos ‘progres’ de siempre, seguirá viva la burbuja de artistas como Almodóvar, que se creen antisistema mientras nos sermonean desde los púlpitos que les abre el poder global.
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