Tiene el escritor Álvaro Pombo un espíritu jovial a sus 82 años. En el momento de hablar con él se recuperaba de una operación en una residencia de ancianos –“aquí todos somos más viejos que la cuesta de la vega”, se ríe- en la que peleaba con las ventanas. “Cuesta mucho cerrarlas”, me explica. Acaba de publicar La ficción suprema. Un asalto a la idea de Dios, su primer ensayo. Un libro en el que compendia muchas de sus reflexiones en torno a la fe, lo sagrado y lo divino; un asunto que le ha ocupado durante toda la vida y que tiene honda presencia en su obra literaria, que se mueve en una variada gama de géneros (novela, cuento, poesía…), y por la que ha recibido galardones como el Nacional de Narrativa, el Planeta o el Nadal, entre otros. Y es que Álvaro Pombo se considera creyente -concienzudamente creyente, cabría añadir- aunque no practicante, en el sentido de que no se siente vinculado a la vida de la Iglesia. “Pero no digas que soy heterodoxo porque, aunque sería un buen gancho publicitario y quizás el libro vendería mil ejemplares más, no es verdad. No me considero heterodoxo”, proclama ante la grabadora de Vozpópuli. El lector podrá juzgar por sí mismo. Porque lo que es obvio es que el novelista cántabro no es un creyente convencional más.
Pregunta: ¿Por qué hablar de Dios a un mundo que, aparentemente, no tiene el más mínimo interés por él? Usted mismo afirma que su ensayo es “inactual”.
Respuesta: Lo digo, pero no lo creo. Creo que el tema de Dios es de gran actualidad. Inactuales son los agnósticos, me parece a mí. El tema de lo sagrado y lo divino, y por tanto el tema de Dios, y el cristianismo, es una cosa muy seria. Esto no quiere decir que yo sea un devoto o un beato practicante, pero hay una especie de fondo espiritual cristiano en mis libros y en mi obra que se percibe en La ficción suprema.
P: ¿Significa esto que detecta interés por lo sagrado?
R: No, no lo detecto. Esa es la verdad. Lo que sí digo es que no es inactual porque es indispensable. Cuando Ratzinger visitó Auschwitz se preguntó dónde estaba Dios mientras ocurría el Holocausto. La pregunta es inadecuada; Dios estaba donde siempre, en ningún lado. Estaba en la otra dimensión, en la dimensión de lo divino. Pese a todo, se entiende la pregunta de Ratzinger. Lo que él quería decir más bien era: ¿cómo pudo ser ese endemoniamiento? Pues pudo ser porque el hombre es un ser que se mueve entre los ángeles y los diablos, y en ese caso estuvo más cerca de los demonios.
Vivimos en un país laico donde no se habla de Dios y que no tiene prácticas religiosas. Eso es verdad. Pero también es cierto que mucha gente se casa por la Iglesia, bautizan a sus hijos y entierran a sus muertos con ritos religiosos aunque, al mismo tiempo, viven como si Dios no existiera.
P: La sensación al leer La ficción suprema es que se asiste a un ejercicio de merodeo en la idea de Dios, de darle vueltas…
R: Es un asalto, porque la idea de Dios es un a priori en la conciencia del hombre. Desde nuestros antepasado más remotos, lo sagrado está presente en la conciencia humana. No hablo necesariamente de Nuestro Señor Jesucristo, sino de lo sagrado. En mi libro la idea de Dios se enfoca a partir de un texto de Petrarca que dice que la poesía es teología y la teología, poesía. Hay una conexión directa. Y luego el libro se basa en una idea del poeta norteamericano Wallace Stevens, que plantea que Dios es la ficción suprema y la idea más importante que nos ha ocurrido a los hombres.
P: Pero usted no se conforma con esto. Todo el libro es un afán por ver si hay algo más allá de esa gran creación humana.
R: El libro está montado sobre la idea de que, siendo Dios la ficción suprema, no es sin más sólo eso. La última pregunta sería ver qué más es entonces Dios. Lo que yo creo es que Dios es una evidencia de los pueblos y personalmente también es una evidencia para mí.
Vivimos en un mundo en el que nadie tiene culpa de nada. 'Yo no he sido' es la frase que mejor lo define
P: Algunos autores están explicando que incluso si Dios fuera una ficción sería una ficción interesante porque evita el endiosamiento de los hombres.
R: Lo que evita es la trivialidad de los hombres. La conciencia de Dios evita la banalidad. También la banalidad del mal. Porque es muy complicado fundar la ética y el horizonte religioso aporta a la ética, a la filosofía moral, un ángulo importante. No se trata de beaterías, o de ir a misa. Se trata de la presencia de aquello que nos trasciende.
El alma del hombre se orienta hacia el misterio, hacia aquello que está más allá de él. Y ese es Dios. Tenemos a Dios encima como una montaña, que es un modo bíblico de designar a la divinidad. Pero es inaccesible, que quede claro. No es que sepamos nada. Sabemos muy poco de todo, pero de lo que menos sabemos es de ese Dios que, sin embargo, es una montaña por la que ascendemos. Esa es la idea.
P: ¿Aporta Dios quizás también la convicción de que hay una realidad sólida en el mundo, que no todo es mutable, opcional y discrecional?
R: No lo creo. Ese es un concepto pietista. No hay estabilidad ninguna en el mundo. El mundo está falto de sustancia. Sería muy cómodo que Dios proporcionara estabilidad al mundo, pero no caerá esa breva. Dios no es un comodín, ni es el relojero del mundo. Dios no resuelve problemas.
P: Me refería no tanto a que Dios resuelva problemas particulares como a la convicción de que el mundo tenga algún sentido.
R: Pero esto puede ser compatible con un gran vacío espiritual, como demuestran los místicos. Lo que yo deseo evitar a toda costa es esa idea de que “nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta”. Porque no es cierto eso. Puedes tener a Dios y que te falte todo. Sin embargo, tengo confianza en Dios, aunque Dios no resuelve gran cosa. Hay que tener la visión de confianza pero sin suprimir la tragedia del mundo. No se deben facilitar las cosas. Es un error de la piedad tradicional.
P: ¿A qué se refiere?
R: Eso de que Dios nos ayuda, nos sostiene… Igual no. Dios está en la noche oscura del alma. Y esa oscuridad hay que vivirla humildemente.
P: Pero hay personas que tienen la experiencia de haber sido ayudados. Eso también existe.
R: Sí, es verdad. Tenemos el caso de santa Teresita de Liseux del niño Jesús. Pero es complicado. Como Kant, estoy muy interesado en las vidas de santos y he escrito una sobre san Francisco de Asís. Y cuando lees sus vidas ves que no es cierto eso de que ‘quien a Dios tiene, nada le falta’. ¿Cómo que no, si a muchos les falta absolutamente todo? “No tengo ni donde reposar la cabeza”, decía san Francisco de Asís. Pues igual que el crucificado. Pero esa desnudez del alma es importantísima en la vida del místico y del hombre profundamente religioso.
El hombre profundamente religioso no tiene por qué tener una sensación confortable. Puede tener una visión muy trágica del mundo y de la existencia. Gente como el asesinado padre Ellacuría, en El Salvador, o los que atienden a la gente ahora en Ucrania. Dios no es un seguro de vida. Y la teología no es una compañía de seguros. Dios no asegura nada porque está más allá del ser.
P: Su exploración parte de su propia religiosidad, de la fe del niño que fue. La religión entonces era muy distinta, para bien y para mal. Usted proporciona dos claves de esa cara y cruz: la vivencia era muy intensa, pero también lo era el sentimiento de culpa.
R: Yo nunca he dejado de ser un niño en el fondo. Respecto a lo del sentimiento de culpa creo que lo arreglo cuando explico que se fue transformando en mi caso en sentimiento de responsabilidad. Hoy vivimos en un mundo en el que nadie tiene culpa de nada. “Yo no he sido”, es la frase que mejor lo define. En mi casa había que decir: “yo he sido”. Mi educación religiosa era una educación familiar fuerte. Si estás turulato, el sentimiento de culpa te puede convertir en un pobre hombre, pero si no es así se transforma en dimensiones positivas.
El yo se vacía pensando en los demás, o mejor dicho, obrando para los demás.
P: Escribe: “Creo que el sentimiento de culpa y nuestra responsabilidad personal por nuestros actos es un logro espiritual considerable. Pero el sentimiento mismo de culpabilidad era insufrible”.
R: Así es. Porque te dice que eres responsable de tus actos y de los demás, de algún modo. Cuando Sartre decía ‘yo soy responsable de la Segunda Guerra Mundial’ sin duda estaba exagerando. Lo que quería decir es que somos responsables de la existencia tal y como la conocemos. Que tenemos que vivir en el mundo de la responsabilidad y el cuidado. Y eso se aprende de niño a través del sentimiento de culpa y la idea de que lo que haces tiene consecuencias.
P: Pero la visión de la responsabilidad de Sartre, que tiene mucha vigencia hoy, ¿no es un poco loca, excesiva?
R: Lo es. Y las cosas excesivas tienen el inconveniente de que luego no valen.
P: Si cargamos al ser humano con más culpas de las que puede administrar y digerir, tenemos un problema…
R: Lo que hacemos entonces es descargarle de toda culpa. Hay una especie de ponciopilatismo que es peligroso.
P: Pero la responsabilidad de Poncio Pilatos aún se puede discutir, porque estaba ahí, y pudo intervenir. Pero cuando la culpa nace del hecho de ser blanco, varón, heterosexual, occidental…
R: Todo esto es absurdo. Es espantoso y falso. Hay que matizar todo esto mucho para que el sentimiento de culpa se convierta en responsabilidad y valga éticamente. ¿Cómo voy a ser responsable de la esclavitud, o de la humillación de las mujeres a lo largo de los siglos? No soy responsable. No es verdad.
P: Al final ¿no termina generando todo esto una escenificación ética? Lo de arrodillarse como gesto antirracista, por ejemplo.
R: Así es. Y en ese sentido es una escenificación falsificante. Hay que tener cuidado con la literatura y las escenificaciones porque los poetas mienten mucho. Quizás te salió redonda la frase, pero has exagerado. Y eso es dañino. Las personas que hablamos a la gente tenemos una gran responsabilidad sobre lo que decimos, o la debiéramos de tener.
P: Otra diferencia. Entonces había sentimiento de culpa, pero también perdón. Hoy la idea de perdón tiene una presencia débil.
R: Porque la idea de perdón es religiosa y es muy complicada. ‘Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores’ dice el Padrenuestro. Pero ¿perdonamos nosotros a nuestros deudores? No lo sé. Nos cuesta trabajo perdonar. Es muy difícil, porque nos han jodido.
P: Hace falta algo que empuje en esa dirección…
R: Sí, pero no es Dios directamente. Hay que tener cuidado. No hay que servirse de la religión como de un vademécum. La religión no es un prontuario. No es "Quince maneras de ser bueno". No. La religión no es eso. La religión cristiana es un asunto muy importante: “Busca el reino de Dios y su justicia y lo demás se te dará por añadidura”. O no, cabría añadir. A lo mejor se te da, y tienes que estar agradecido, pero a lo mejor no. Hay mucha gente que no ha tenido la añadidura. Hay que saber incluir el fracaso existencial, nuestros fracasos, dentro de una experiencia profunda de lo divino. Pero es complicado.
P: También podríamos pensar que lo que da la fe es una actitud para afrontar los hechos de la realidad, sean estos buenos o malos.
R: Eso es otra cosa. Hay un talante religioso y un talante cristiano. Pero ese talante no debe considerarse tampoco una especie de talismán. Es verdad que existe, en los buenos cristianos, pero hay que tener cuidado con esas cosas. No podemos decir: ‘si lo tienes, estarás bien’. Todos tenemos dificultades que son insolubles, y aspectos que no resolvemos de nuestra vida y que nos morimos sin resolver. ¿Cómo confiar en Dios cuando todo se te ha venido abajo? Estos días me pregunto cómo podrán los cristianos ortodoxos de Ucrania confiar en Dios cuando se han quedado con lo puesto y les han echado de sus casas. ¿Confían todavía en Dios? Pues a lo mejor sí, pero es una confianza muy espiritual, y muy especial.
El rito tiene que librarse de la rutina
P: La Iglesia Católica que conoció generó mucho resentimiento, pero usted parece haber alcanzado una cierta paz que le permite hablar sin embellecimientos, pero sin ceder a la tentación del ajuste de cuentas, tan frecuente.
R: No tengo rencor, no. Creo que aprendí muchas cosas. También es verdad que el rencoroso es un tipo humano. El rencor es el agravio que se vuelve rancio. Pero también he tenido suerte en la vida.
P: En una reciente entrevista decía que la Iglesia ha embarrado a Dios. ¿Por qué?
R: Eso es un juicio sociológico sobre una realidad ontológica. En realidad, la Iglesia católica no ha hecho eso. Pero ha sido un intermediario complicado. Sin embargo, en los años 60 la Iglesia quiere acercarse a los pobres. Por ejemplo, con figuras como el padre González Faus y los jesuitas de la teología de la liberación, que fueron testigos con su propia vida. O el padre Jon Sobrino. Esa Iglesia es una iglesia militante muy interesante. No es babosa ni ritualista.
P: Deduzco que el mundo de los ritos no le va mucho.
R: Rilke decía: no tenemos suficientes costumbres; todo pasa y muere hablándose. Los rituales sirven para recordarnos que la cotidianidad no lo es todo. El rito bautismal, por ejemplo. Echar agua por encima de la cabeza del recién nacido no es banal; es importante. En Valladolid tenéis la Semana Santa ritualizada y eso es importante. Pero tiene que serlo de dentro a afuera, no de fuera hacia adentro.
P: Pero el valor del rito también está en su capacidad para impactar desde fuera hacia adentro.
R: Yo acepto eso. Creo que tiene razón. Una persona que ve la pasión de Nuestro Señor en Valladolid desde fuera puede reflexionar hacia adentro sobre el misterio de su muerte. Y los ritos son importantes en la Iglesia Ortodoxa, donde pueden ser una experiencia religiosa profunda. Pero tienen que ser eso. El rito tiene que librarse de la rutina. Y, además, hay que hacer obras de misericordia. El rito no te exime de eso. Son las obras lo que cuenta. El ritual puede ayudar y hacernos ver lo que está más allá de nosotros, y es su función. Y puede estar lleno de sentido. Pero hay que tener cuidado de que no sea un espectáculo sin más.
Cuando voy a un convento de clausura y les oigo cantar los salmos en la oratio continua muchas veces pienso: ¿pero estarán atendiendo? Si te duermes, ¿vives la oratio continua? Si repites monótonamente una misma cosa, aunque esa cosa sea ‘Bendito y alabado sea Dios’, ¿está tu alma implicada en esa oración? Ese era el tema de mi novela Quédate con nosotros, Señor, porque atardece, que es una novela sobre la ausencia de Dios que transcurre en un convento de clausura que me inventé, en la Gorgoracha, en un paraje cercano a Motril (Granada). Hay mucho que hablar acerca de los rituales y la rutina. El peligro es que los rituales se conviertan en una devoción piadosa.
P: Le propongo una interpretación alternativa de todo esto: el rezo del rosario y los mantras hindúes. La experiencia de la espiritualidad india nos revela que en la repetición de determinas formas sonoras se produce un vaciamiento interior, un estado mental. En determinadas ocasiones puede no ser tan importante la palabra que se dice como el efecto que se consigue al decirla una y otra vez.
R: Yo no lo tengo claro esto. El yo se vacía pensando en los demás, o mejor dicho, obrando para los demás. Lo que digo es que la liturgia tiene que estar llena de sentido. La liturgia puede ser una cosa devota, bonita, confortable, que nos hace sentir bien, si te gusta. Pero ¿hay realmente un movimiento del alma hacia lo inaccesible? No lo se. Es un asunto que no tengo resuelto. Dios no está presente sin más en el mundo. Hay que hacerle presente. Y eso es lo que yo le pido a lo religioso.
P: Le veo muy protestante en esto…
R: Soy absolutamente protestante en esto, claro. Cuando rezas himnos tan importantes como el Salve Regina tienes que saber lo que dices. Tienes que reactivar en tu conciencia y visualizar lo que estás diciendo. Si no, lo dices todo de memoria, como el teorema de Pitágoras.
Veo falsas creencias religiosas en Batman o en Superman, por ejemplo, y otros asuntos que analizo al final del libro.
P: Poéticamente habita el hombre la Tierra, nos recuerda en su libro. Y da la sensación de que para usted Dios es una pieza clave de ese habitar poético.
R: Sí me lo parece. Es lo inaccesible. Es lo luminoso, lo numenal -la distinción de Kant entre fenómeno y númeno es muy valiosa en este contexto- Dios es aquello que está más allá de nuestra experiencia pero que constituye una idea límite de nuestra experiencia. Dios es una idea límite, como la inmortalidad del alma, o la libertad humana. La experiencia humana contiene lo numenal como una parte de lo fenoménico. Lo sagrado y la religiosidad entran en eso.
P: Dios sería el misterio, y el misterio es la materia de la poesía…
R: Claro. “Converso con el hombre que siempre va conmigo. Quien habla solo, espera hablar con Dios un día”, dice Antonio Machado. Yo hablo solo. Vivir es hablar solo.
P: Vivimos en un mundo desencantado. ¿Tiene remedio?
R: Tenemos la responsabilidad de reencantar el mundo. Algunos poetas cumplen bien con esa función. Por ejemplo, un libro como Las odas elementales, de Pablo Neruda, es un reencantamiento del mundo, y, además, un reencantamiento franciscano. Yo he escrito un libro sobre san Francisco de Asís y el trabajo santificante que hizo sobre sí mismo. San Francisco reencantó el mundo cuando habla del hermano sol, la hermana luna, el hermano agua… No hay que hacer caso de los desencantados, pero hay mucha gente muy desencantada. Con motivo, incluso, algunos.
P: Lo paradójico de este tiempo es que parece dar la razón a la advertencia de Chesterton de que, cuando los hombres dejan de creer en Dios, pueden creer en cualquier cosa.
R: Eso sigue siendo muy verdadero. Yo veo falsas creencias religiosas en Batman o en Superman, por ejemplo, y otros asuntos que analizo al final del libro. ¿Dejas de creer en el Dios católico y pasas a creer en las brujas? No sé si vale la pena.
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