José Luís Rodríguez Zapatero creyó encontrar el remedio universal frente al terrorismo islámico que, paradójicamente, le había dado la inesperada victoria en 2004. Zapatero lo bautizó "Alianza de las Civilizaciones" y fichó de copatrocinador al presidente turco Recep Erdogan, un islamista supuestamente moderado.
Hoy la pareja de baile de Zapatero se ha revelado un islamista más peligroso que Bin Laden. Ha liquidado prácticamente el Estado laico que ha tenido Turquía durante un siglo, ha encarcelado más de 100.000 presos políticos, ha purgado el 90 por ciento de los funcionarios dejándolos sin trabajo y ha provocado el exilio de decenas de millares de profesionales e intelectuales.
Pero no solamente Turquía padece la dictadura encubierta de Erdogan. Su objetivo es reconstituir el Imperio Otomano, para lo cual financia la insurgencia sunita en Oriente Medio –incluido el Estado Islámico-, respalda a los talibanes en Afganistán, interviene por toda Asia Central e incluso ha ocupado el Norte de Siria. A Europa la tiene amordazada con la amenaza de “soltar” a más de un millón de refugiados de las guerras medio-orientales que él mismo atiza.
Francia sin embargo se ha quitado la mordaza cuando ha descubierto que Erdogan está financiando la construcción de Eyyup Sultan, una mezquita en Estrasburgo que será la más grande de Europa. Erdogan, que tiene como “compañero de viaje” al ayuntamiento de Estrasburgo, gobernado por los ecologistas, actúa a través del llamado Comité de Coordinación de Musulmanes Turcos de Francia, dependiente del Ministerio de Asuntos Religiosos turco, y de la Confederación Islámica Mili Görus, vinculada a los Hermanos Musulmanes y controlada por Erdogan, según la policía francesa.
La amenaza islamista sobre Europa se une así con una vieja amenaza histórica, el “peligro turco”, que se cierne sobre nuestra civilización desde la conquista otomana de Constantinopla en 1453, que puso fin al Imperio Bizantino y a la Edad Media.
El peligro turco
El peligro turco sobre Europa alcanzó su apogeo en las puertas de Viena, adonde llegó dos veces en poco más de un siglo. El primer sitio de Viena tuvo lugar en 1529, en tiempos de Solimán el Magnífico, y España tuvo un papel protagonista en su derrota. Aunque los asaltantes eran diez veces más numerosos que los defensores, la guarnición de Viena era aguerrida, destacando como tropa de elite 700 arcabuceros españoles, enviados por la hermana pequeña de Carlos V, doña María, reina de Hungría.
Aunque el asedio se vio enseguida abocado al fracaso, el ejército otomano se mantuvo en el centro de Europa, amenazando a la capital austriaca. Finalmente el regente don Fernando de Austria, nacido y criado en España bajo la tutela de sus abuelos los Reyes Católicos, pidió ayuda a su hermano el emperador Carlos V, que envió un poderoso ejército bajo el mando del duque de Alba. Pese a tener sólo 25 años, el que sería llamado Gran Duque de Alba ya se había labrado fama de guerrero combatiendo a los franceses, de modo que ni siquiera tuvo que entrar en batalla. Ante la llegada del ejército español, en cuyas filas iba el poeta-soldado Garcilaso de la Vega, los turcos se retiraron y la amenaza terrestre quedó conjurada durante un siglo.
Lepanto
En el mar, sin embargo, el peligro otomano era cada vez más inquietante, y otra vez serían los españoles quienes lo frenaran. Cuatro décadas después del primer sitio de Viena, en 1571, Felipe II formó una alianza con Venecia y el Papado, y envió al Este del Mediterráneo a una flota combinada, bajo mando de su hermano don Juan de Austria. En aguas griegas tendría lugar la batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos” según dijo uno de sus combatientes, Miguel de Cervantes. Porque si a Viena acudió Garcilaso, en la armada de don Juan de Austria iba el autor del Quijote, que lucharía heroicamente, resultaría dos veces herido y quedaría manco.
La victoria cristiana en Lepanto imposibilitó una invasión turca de Europa por mar. La amenaza sobre las costas de España e Italia adoptaría la forma furtiva de la piratería, un flagelo constante sobre las poblaciones costeras cristianas, que sufrían constantes incursiones en las que pueblos enteros eran secuestrados y vendidos como esclavos en Argel. Esa situación provocaría la expulsión de los moriscos de España en 1609, por la evidencia de constituir una quinta columna de los piratas musulmanes.
En el Imperio Otomano se adivinaba la decadencia a finales del siglo XVII cuando, precisamente para conjurar eso, intentó de nuevo apoderarse de Viena. En 1683 un poderoso ejército turco inició el segundo sitio de Viena. De nuevo hubo una movilización en Europa para salvar la capital imperial, aunque esta vez no fueron españoles, sino alemanes y polacos quienes acudieron al auxilio.
El asedio duró dos meses. Ante el fracaso de varios intentos de asalto, los turcos construyeron un túnel para instalar una enorme mina subterránea que derribase las murallas, pero sus trabajos fueron detectados por los panaderos que trabajaban en el silencio de la noche. Eso permitió a los defensores desactivar la mina, y para celebrarlo los panaderos vieneses crearon un bollo con forma de media luna: al morderlo era como si te comieras el emblema de los enemigos. Descriptivamente le llamaron halbmond, media luna en alemán, aunque lo conocemos por su nombre francés, croissant, o sea, creciente, que es lo mismo.
El 11 de septiembre (ojo a esa fecha, sería la del ataque a las Torres Gemelas) de 1683, el ejército de socorro llegó y atacó a los turcos en las afueras de Viena. El rey de Polonia Juan III lanzó una famosa carga de 18.000 jinetes, la mayor carga de caballería de la Historia, y los turcos sufrieron tal derrota que sólo les quedó la desbandada. Los cristianos encontraron en la tienda del comandante otomano las tazas servidas con una bebida que no conocían, el café. Ideal para mojar en él los cruasanes, en celebración del final del peligro turco.
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