La inteligencia artificial (IA) y sus peligros se han convertido en materia cotidiana de la conversación pública. Si hace unos meses algunos de los científicos impulsores de esta tecnología, como Sam Altman (ChatGPT) o Geoffrey Hinton, alertaban de sus riesgos, en las últimas semanas ha sido el Parlamento Europeo el que ha tomado la batuta para aprobar un reglamento europeo que busca prevenir los principales daños. Pero nada mejor que la serie Black Mirror (Netflix) para enfrentarse a algunos de los escenarios más terribles y a las realidades más distópicas que esta tecnología podría auspiciar.
Porque, aunque hasta ahora el temor se ha centrado en el riesgo de destrucción de muchas ocupaciones laborales, que podrían ser sustituidas por la IA, la imaginación de Charlie Brooker ha ido mucho más allá, explorando algunas de las posibilidades de invasión de la intimidad, explotación de la propia identidad y pérdida de libertad personal que la tecnología puede propiciar. Sin ir más lejos, en la última temporada recién estrenada, Black Mirror ofrece una perspectiva verdaderamente aterradora en el capítulo ‘Jane es horrible’. Pero otros episodios, como ‘Ahora mismo vuelvo’ (de la segunda temporada), ‘Caída en picado’ (tercera), ‘Cuelga al DJ’ y ‘Cabeza de metal’ (ambos en la cuarta) o ‘Rachel, Frank y Ashley Too’ (de la quinta) imaginan, asimismo, escenarios inquietantes que sólo son posibles con Inteligencia Artificial.
‘Joan es horrible’: supercomputadores invasivos
El primer capítulo de la última temporada de la serie de Netflix, ‘Joan es horrible’, tiene como protagonista a Salma Hayek e imagina un mundo en el que una plataforma audiovisual muy parecida a Netflix tiene la capacidad de recrear en tiempo real la vida cotidiana de personas anónimas. La serie que sirve como prueba del modelo es ‘Joan es horrible’, en la que se narra la vida de Joan Tait, ejecutiva intermedia de la empresa de programación digital Sonicle, y que aparece interpretada por una recreación virtual de la actriz de ‘Frida’ y ‘Abierto hasta el amanecer’.
El capítulo combina dos realidades que ya son posibles hoy y los lleva al extremo, como es habitual en el estilo de Booker. Por un lado, tenemos la tecnología que ya permite crear por ordenador imágenes en movimiento de una persona sin necesidad de su participación (es la tecnología que ha permitido ‘revivir’ a personalidades muertas, como Lola Flores, por ejemplo). Esto desató en su momento una gran polémica en Hollywood, porque permite suplantar actores reales por dóciles recreaciones virtuales que nunca se negarán a hacer nada de lo que se les pida, lo que abría la posibilidad de que la imagen de un actor interpretara algo con lo que la persona no estuviera de acuerdo. Asunto que desarrolló con inteligencia la película de animación ‘El Congreso’, de Ari Folman, con Robin Wright como protagonista.
A esta tecnología suma Booker las múltiples fórmulas de espionaje del comportamiento personal y de violación de la intimidad que ya pueden proporcionar tecnologías como los teléfonos móviles o los ordenadores, más la información que facilitamos voluntariamente en las redes sociales, etcétera. En su capítulo idea un mundo donde intimidad se ha relajado tanto que es posible utilizar esta información irregular impunemente, sin disimulo, ni limitaciones legales.
El capítulo ‘Joan es horrible’ es, por encima de todo una gran broma, pero que nos permite reflexionar sobre la creciente difuminación de los límites entre lo público y lo privado, y sobre la capacidad de la tecnología para entrometerse en nuestras vidas, no sólo desvelando nuestros secretos, sino convirtiéndolos en un espectáculo reality que apele al morbo del espectador. Habla también de una sociedad aburrida que cada vez busca menos el estímulo de las grandes historias, y se reconforta en relatos banales que apelan al creciente afán de los individuos por convertirse en jueces implacables de las vidas de los demás. Algo que pudimos ver durante el confinamiento.
‘Ahora mismo vuelvo’: réplicas humanas para el duelo
En ‘Ahora mismo vuelvo’, de la segunda temporada, Martha se enfrenta al abrupto vacío dejado por la repentina muerte de su pareja Ash, ‘recreando’ su presencia mediante inteligencia artificial. En un primer momento, Ash es una realidad virtual con la que puede conversar mediante mensajes, lo que la alivia el dolor. Más adelante, descubre que es posible también reproducir su voz, de modo que el nuevo Ash virtual es alguien con quien puede hablar por teléfono. Finalmente, Martha salta al nivel superior y encarga una emulación biomecánica de su pareja, dotada con un cuerpo idéntico al original. Pero lo que había funcionado en las versiones limitadas del texto y la voz, ya no resulta tan convincente con la réplica, pues carece de información sobre el modo cómo Ash se relacionaba con Martha en el espacio íntimo. El resultado es artificial y desconcertante. La réplica no discute, es demasiado obediente, y carece de las claves privadas que caracterizan a las relaciones humanas, en las que una mujer puede decirle a su pareja ‘vete’, al tiempo que espera que no se vaya.
En cierto modo es un capítulo esperanzador que expresa la confianza en que la irreductible singularidad del ser humano real impedirá su sustitución por las máquinas. Curiosamente, el propio Booker hizo una prueba con inteligencia artificial, mientras preparaba la sexta temporada, y le pidió a ChatGPT una idea para un capítulo de Black Mirror. Lo que la inteligencia le proporcionó fue un refrito de temas y asuntos de episodios anteriores sin ningún interés ni originalidad, según el creador de la serie. Quizás la mediocridad pueda sustituirse, pero el verdadero talento será mucho más difícil de clonar.
Estamos inmersos en un proceso de virtualización del mundo que lleva a borrar los cuerpos reales, tan sudorosamente imperfectos, y susceptibles de arrugas, para sustituirlos por idealizaciones virtuales
‘Rachel, Frank y Ashley Too’:avatares y suplantación creativa
En ‘Rachel, Frank y Ashley Too’, de la quinta temporada, una mánager ambiciosa utiliza inteligencia artificial para suplantar la creatividad de su artista, Ashley, interpretado por Miley Cyrus. Lo hace por dos vías: creando canciones a su modo sin su consentimiento, usando programas con su voz, y generando una presencia virtual en los escenarios mediante hologramas. La idea se convirtió en realidad dos años después, en 2021, en la serie de conciertos con avatares de Abba Voyage, con los que el grupo sueco apoyó el lanzamiento de su último disco. Más de un millón de personas han visto el espectáculo en Londres tras un año de funciones de un formato exitoso que está lejos de ver su final. La diferencia con Black Mirror es que Abba ha ejercido un férreo control sobre todo el proceso, que se ha realizado con su apoyo y participación, mientras que la cantante de Black Mirror era suplantada impunemente y contra su voluntad.
Estamos inmersos en un proceso de virtualización del mundo que lleva a borrar los cuerpos reales, tan sudorosamente imperfectos, y susceptibles de arrugas, para sustituirlos por idealizaciones virtuales (ahí está el metaverso dispuesto a entrar en acción en cualquier momento). Un proceso que va cubriendo etapas de forma lenta pero implacable, de modo que ya vemos normal lo que antes era friki.
‘Cuelga al DJ’: un sistema de citas totalitario
En ‘Cuelga al DJ’, de la cuarta temporada, Black Mirror se pregunta qué pasaría si los sistemas de citas virtuales como Tinder estuvieran guiados por una gigantesca inteligencia artificial en la que hubiéramos delegado el poder de gestionar nueva vida sentimental y buscarnos la pareja ideal. Al margen de su resolución final, este capítulo nos presenta un mundo distópico en el que las personas se ven obligadas a convivir con aquellos que el Sistema les va eligiendo, y solamente durante el tiempo que el propio Sistema determina, sin el más mínimo margen para la espontaneidad. El resultado son relaciones que se inician sabiendo ya su fecha de caducidad, lo que impide plantearse ningún proyecto, algo que queda pospuesto hasta el momento en el que a cada persona se le asigne su pareja perfecta, con el agravante de que nadie sabe cuándo llegará el emparejamiento definitivo. Entretanto, la vida se convierte en un baile de sexo, actividades cotidianas y banalidad que termina siendo una buena metáfora de la vida que llevan una parte de nuestros conciudadanos.
Caída en picado: la tiranía de la imagen pública
Otro rasgo característico de nuestro tiempo, el narcisismo de las redes sociales, es elevado a desasosegante distopía en ‘Caída en picado’, de la tercera temporada. Estamos en un mundo en el que todas las personas tienen una puntuación pública que obtienen de sus interacciones sociales en la vida real y mediante internet. La búsqueda de ‘likes’ se convierte aquí en signo de estatus, y se traduce en una nueva casta social, pues los mejor valorados tienen acceso a beneficios sociales y descuentos. Todo el mundo quiere tenerlos cerca, mientras que los ciudadanos de baja valoración pasan a tener la condición de apestados. Este afán de agradar para lograr la mejor puntuación posible conduce a un mundo de sonrisas y amabilidad ficticias que encubre vidas artificiosas, vacías y sin el más mínimo atisbo de naturalidad. No será fácil encontrar un alegato más rotundo contra esta epidemia de narcisismo que nos sacude. Y que el historiador y crítico social Christopher Lasch radiografió en 1979 en La cultura del narcisismo. Una obra que, no por casualidad, acaba de ser reeditada por la editorial Capitan Swing.
‘Cabeza de metal’: robots que se rebelan contra sus amos
Los que estén convencidos de que los robots vienen a mejorar nuestra vida deberían ver ‘Cabeza de metal’, de la cuarta temporada, en la que unos perros guardianes mecánicos se revuelven contra la humanidad y dominan la tierra. Toda la inteligencia, y las armas, con las que fueron dotados se convierte ahora en una pesadilla agónica para los pocos humanos que intentan sobrevivir evitándolos. Porque la victoria es imposible. Pueden localizar térmicamente a los hombres, son rápidos, tienen capacidad para abrir puertas, todo tipo de armas y una ferocidad implacable. Quizás pueda derrotarse a uno, pero no a las decenas o cientos que llegan tras él. Estamos, sin duda, ante uno de los episodios más terroríficos de la serie, una implacable caza del hombre por parte de robots que, lógicamente, carecen del mínimo freno moral o empatía; son máquinas de matar. El científico Isaac Asimov concibió sus tres leyes de la robótica justamente para evitar esto, que la creación pudiera volverse contra el creador, pero él mismo, en sus novelas, tuvo que admitir que podrían quebrarse. Algo de eso debió pasar en el mundo que este episodio nos muestra, y que nos advierte contra la ingenuidad de pensar que podemos tener siempre bajo control tecnologías cada vez más complejas. En este caso, nos alerta del peligro de crear un poder mecánico tan poderoso que pueda volverse en nuestra contra con efectos devastadores.
No hay capítulo de Black Mirror donde el espectador no se vea enfrentado a la paradoja de ver mundos de ciencia ficción con similitudes inquietantes con la realidad que le rodea y que permiten reflexionar sobre asuntos como los humanos tecnológicamente mejorados, las realidades paralelas, los videojuegos, las redes sociales, la manipulación del cerebro o la búsqueda de seguridad a toda costa. Asimismo, se verá confrontado con historias que le obligarán a pensar sobre algunos de los grandes asuntos de nuestro tiempo, como la capacidad de la tecnología para controlar nuestras vidas y limitar nuestra libertad, el carácter destructivo de inventos que surgieron con ánimo curativo y que terminan convirtiéndose en un problema en sí mismos, o, en general, la capacidad de la tecnología para crear realidades artificiales, supuestamente controladas, pero que, sin embargo, terminan desbocándose de forma inesperada.
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