El fenómeno editorial provocado por Feria (2020), las tempranas memorias de Ana Iris Simón, irritó al progresismo desde su publicación. Un fenómeno extraño, ya que hablamos de una autora que siempre sintonizó con la izquierda y cuya familia la educó en los valores del Partido Comunista de España. "Envidio la vida que tenían mis padres”, fue la frase que resumía su tesis. Las generaciones anteriores a Simón (Campo de Criptana, 1991) tenían trabajos más estables, mejor acceso a la compra de vivienda y vínculos sociales más fuertes. La modernidad líquida ofrecía más chucherías (promiscudad, drogas, viajes de bajo coste por el mundo…) pero muchos descubrieron que no les compensaba el cambio.
El libro conectó tanto con los lectores que ya ha superado los 54.000 ejemplares vendidos, según estimaciones conservadoras, además de tener traducciones al alemán, neerlandés y otra a punto de publicarse en Francia. Si añadimos venta digital y dos ediciones de bolsillo en Alfaguara, debe superar ya los 60.000 ejemplares.
El primer intento de tumbar Feria se tituló Neorrancios: sobre los peligros de la nostalgia (Península, 2022), un volumen colectivo con el yugo y las flechas de Falange en la portada. Lo coordinó una redactora del suplemento S Moda, Begoña Gómez Urzaiz, convocando a un plantel variopinto de desconocidos, desde políticas de El Comuns hasta redactores de revistas de tendencias como Playground. Los resultados fueron tan pobres que apenas tuvo impacto editorial ni se hicieron presentaciones.
El segundo intento, con mayores pretensiones de seriedad, se publica ahora bajo el nombre de Vivir peor que nuestros padres (Anagrama) y firmado por Azahara Palomeque, doctora en Estudios Culturales por la universidad de Princeton (Estados Unidos). Se trata de un volumen breve: 84 páginas donde se mezclan recuerdos personales, reflexiones activistas y recomendaciones de autores ecologistas (Yayo Herrero, Jorge Riechman, Antonio Turiel…). ¿El mayor problema? Se intenta deslegimitar Feria por no ser suficientemente woke ni seguir el relato progresista sobre el cambio climático, algo que el libro nunca prometió.
'Feria' como antítesis progresista
Dos factores llaman la atención enseguida. Primero: que la autora apenas haya residido en España durante el periodo que pretende analizar. “Empecé a escribir este libro seis meses después de haber retornado al origen tras residir casi trece años en Estados Unidos”, admite. Si apenas ha pisado nuestro país desde la crisis del 2008, quizá no es la persona más indicada para dictar sentencia sobre nuestros cambios sociales recientes. Segundo factor: Palomeque está tan metida en el activismo climático woke que defiende los escraches en museos donde se amenazaban cuadros clásicos para elevar la conciencia sobre el ascenso de temperaturas (performances que causaron un rechazo generalizado, incluso dentro del activismo cecologista).
La autora escribe que los ataques “ni siquiera destrozaban los lienzos, ni venían acompañados de ningún tipo de violencia”. Como si hubiera que agradecer su urbanismo. Otro de sus argumentos resulta revelador también: “Ni máscaras africanas ni monumentos indígenas han sufrido ataques, por lo que podría pensarse que la finalidad perseguida es acusatoria y remite a nociones contemporáneas de lo que creemos infalible: la racionalidad eurocéntrica que nos ha llevado a la catástrofe, la línea civilizadora que parte de los clásicos grecorromanos cuajó durante el Renacimiento y se fortificó en la Ilustración”. Resumiendo: aparte de Feria, el problema es la tradición cultural europea. Queda claro que estamos ante una autora escasamente flexible, por no decir incapaz de procesar cualquier enfoque que no coincida con el suyo.
Ana Iris Simón siempre ha destacado por el respeto a sus mayores y por agradecer los logros de generaciones pasadas de la clase trabajadora en España. En claro contraste, Palomeque se instala en un tono acusatorio permanente. Parece que el único resultado de la Transición sea haber formado a una “generación tapón”, a la que acusa de cerrar el paso a los empleos de calidad a quienes vinieron detrás (por ejemplo a ella y sus amigos, citados en el arranque).
La paradoja del libro es que señala (correctamente) que los análisis basados en comparaciones generacionales presentan el problema de difuminar otros factores, muy marcadamente el de la clase social. De manera sorpendente, el grueso de sus argumentos posteriores se basa en esos análisis generacionales, además de despreciar a todo el que no compre su relato y soluciones para la crisis climática (incluso llega a regañar por esto, en la página 32, a un clásico de la sociología como Richard Sennett).
Otro aspecto problemático del texto es un estilo de escritura radicalmente cursi, comprobable por ejemplo en la siguiente frase: “Los melancólicos arrastramos una incapacidad endémica para fabricar sintagmas, frases o párrafos, siquiera para pronunciar enteramente o contarnos la fábula de nuestra existencia y, desde el limo lacustre que Dante ubica en el cuarto círculo del Infierno, nos lamentamos encerrados”, escribe. No es solo que haya párrafos especialmente solemnes, esto ocurre también es descripciones banales: alguien que guarda a la autora sus cosas al volver de Princeton es descrita como “Blanca, la dueña legítima del habitáculo que guarecía mis bagatelas migratorias”. Por desgracia, abundan los pasajes similares.
No podemos terminar esta pieza sin señalar que Palomeque acusa a Ana Iris Simón de diversas actitudes que no son ciertas. Si Ana Iris defiende el acceso de los trabajadores a la propiedad de sus viviendas, Palomeque la acusa de apología del ladrillazo. Si se posiciona con el ‘derecho a no emigrar’ que defiende la iglesia católica, se le reprocha ser antimigrantes. La mayoría de falacias vienen de aplicar groseramente los esquemas de los campus de élite estadounidenses a una realidad española de la que Palomeque permanece muy desconectada.
Resulta triste que una editorial como Anagrama, tan respetada antaño, se haya embarcado en una deriva woke con resultados como los de Vivir peor que nuestros padres, ejercicio de activismo estéril y narcisista. De manera significativa, los dos intentos de impugnar el fenómeno Ana Iris Simón han venido de dos burbujas elitistas: las revistas de moda con Neorrancios y las universidades de la Ivy League de Estados Unidos con el opúsculo de Anagrama. Lo único que consiguen con esta plebefobia es hacer más grande a Feria y en general a cualquier autor que escriba desde abajo.
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