Dos años después de publicar El Rastro. Historia, teoría y práctica (Destino), una crónica personal y erudita de uno de los lugares fundamentales de la capital de España, el escritor Andrés Trapiello vuelve con Madrid (Destino), el relato de su vida y el de la ciudad a la que llegó con apenas 17 años. Tocado por el espíritu de su serie El salón de los pasos perdidos, la ciudad se convierte en un personaje que emulsiona en la biografía de Trapiello. Si el leonés-madrileño es alguien dotado para todas las formas de la palabra, lo es también para ese oficio paciente del que sabe observar y recomponer. Y este libro lo demuestra.
Madrid y la Historia. Madrid y el cine. Madrid y la chulería. Madrid y la literatura. Madrid y la gastronomía. Así se mueve este libro. "He escogido unos cuantos epígrafes, así los he llamado, resúmenes muy personales de aquello que puede ser común a muchos lectores: la historia de la ciudad, su gastronomía, uno de sus tópicos más arraigados (la chulería), el cine y un breve glosario de palabras relacionadas con la ciudad. Pueden dar el tono no solo del libro, sino de Madrid y, sí, también de quien lo ha escrito poniendo en él lo mejor de sí mismo", advierte Trapiello a los lectores.
En estas páginas se mezclan el dietario con la biografía, también los barrios bajos y los nobles; los reyes, repúblicas y dictaduras; el esplendor y las miserias; la paz y las guerras; la Movida y hasta la pandemia del coronavirus aparece reflejada. El resultado final es una panorámica y la proclamación de una gran virtud de Madrid: su mestizaje e hibridación. No hay "maquetos ni charnegos" porque todo el que llega a Madrid se convierte en madrileño. Abierta y sin reclamos identitarios, así describe Trapiello la Historia de la capital.
El libro 'Madrid' se comporta como un objeto bello. Está compuesto con el amor de los impresores: una tipografía, un tipo de papel, una impresión cuidada y elegante, como ya lo hizo en su libro dedicado al Rastro, que confeccionó con la ayuda de Alfonso Menéndez, un tipógrafo con el que trabaja desde hace 25 años. Madrid es tener un gabán que abriga mucho y con el que se puede ir tranquilo hasta a los entierros con relente, escribió Gómez de la Serna. Trapiello va más allá al trenzar tres historias: la suya en Madrid, Madrid en la de todos y Madrid a lo largo de los siglos.
'Madrid' se desdobla en dos planos, va de lo subjetivo a lo objetivo, de lo personal a lo colectivo, de lo humano a lo histórico. ¿Es su libro más orgánico?
La verdad es que procura uno escribir libros más orgánicos que mecánicos. Claro que no sabría hacerlos de otra manera, me temo. Lo mecánico funciona mejor, las mecánicas son más fiables que los cuerpos. La mecánica admira. Lo que está vivo, en cambio, suscita muchas críticas siempre, es más imperfecto, renquea, tiene achaques y problemas, pero está vivo. Los libros, todos, hasta uno de metafísica, tienden a reflejar la vida porque se dirigen a seres vivos. Y con más razón este de Madrid, nada metafísico, porque habla de un Madrid real, el que yo conozco en persona y en otros libros, puesto que también se trata de contar la historia de Madrid desde sus orígenes en el siglo IX. Esas tres historias, la mía en Madrid, Madrid en la de todos y Madrid a lo largo de los siglos, se cuentan trenzadas. Y unas veces el libro va más deprisa, otras más despacio, en unas partes hay más humor, en otras menos… o sea, como en la vida de cualquiera.
Un joven huye de León para vivir una peripecia semejante a la de Manuel, el protagonista de 'La busca', ¿en qué se parecen las transformaciones de la ciudad a las suyas?
Las ciudades nos transforman a todos. Pero también nosotros las transformamos a ellas. Galdós cambió al venir a Madrid, pero Madrid tampoco se entendería sin lo que Galdós contó de ella, y cuando nosotros la recorremos vemos en Madrid cosas que descubrió él por primera vez. Los orígenes de mi vida en Madrid tienen un toque novelesco, es cierto, pero como todas las vidas. Se puede decir de ellas lo de las palancas: con una palanca y un punto de apoyo adecuados puede moverse la Tierra. Con una perspectiva adecuada y el estilo adecuado todas las vidas son una pequeña novela. No hay que darle más importancia. Siempre he dicho que no hay malos o buenos diarios, sino vidas mal contadas.
"En Madrid no hay charnegos, ni maquetos. Nadie te pregunta por tu lugar de origen ni cuestiona tu derecho a estar en la capital. Solo los políticos han intentado apropiarse de ella", asegura … ¿con qué resultados? ¿esas máscaras sucesivas tienen vigencia? (El Madrid republicano, el franquista, el de Tierno Galván, etc.)
Ese es uno de los atractivos más grandes de esta ciudad. Aquí eres madrileño desde el primer día, y madrileño te van a llamar siempre cuando vuelvas de visita a tu patria chica. En Madrid no hay oriundos, y a los pocos que hay se le llama de manera simpática gatos, gatas, ese animal misterioso que entra y sale sin dar explicaciones ni pedirlas. Dos tercios de los madrileños hemos venido de fuera, buscándonos la vida. Y es así desde 1561, desde que Felipe II se le ocurrió traer aquí la Corte. Es, pues, una ciudad hecha de sumas, de gentes que han venido a trabajar o a abrirse camino, incluso como dice Rafa Latorre, que es gallego, «a que nos dejen tranquilos». Los nacionalismos, por el contrario, están hechos de exclusiones, de enfrentamientos e imposiciones, los de dentro son mejores que los de fuera, y no quieren compartir con nadie lo que creen que suyo, creen que el territorio da derechos a unos ciudadanos y no a otros. Por eso decimos que Madrid, caso insólito, es de todos y de nadie. Esto tiene grandes ventajas, y algunos defectos, como que el madrileño muestra a veces demasiado descuido por las cosas comunes.
Cien años después de la muerte del Galdós, el Madrid que retrató y transformó sigue vivo: "real, palpable, reconocible en mil y un rincones de la ciudad", asegura. ¿En el hábitat madrileño quiénes serían los herederos directos del canario?
Las clases medias, en primer lugar, el funcionariado. Madrid, como capital de España, es la ciudad que tiene más funcionarios. Estos como es sabido se rigen por un principio neto: «el pan del Estado es poco, pero muy blanco». El sueldo fijo confiere carácter, pero ese sueldo a menudo no les da más que para llevar una videja de estrecheces que Galdós estudió bien: costumbres, egoísmo, ilusiones vanas… Y por fuera, ese caserío madrileño de casas medio buenas, envejecidas, con más fachada que otra cosa. El medio pelo, lo «miau». La grandeza de Galdós fue en tratar con piedad y humor el medio pelo, sin hacer sangre, como habría hecho Cervantes, como no habrían hecho nunca Quevedo o Valle-Inclán.
Su descripción, por ejemplo, de la casa de Cervantes (con sus cables y hasta el cartel de 'se vende') delata cierta desidia por la memoria, pero, por otro lado, la gresca en la memoria del callejero nunca se apaga.
Ni el rey logró salvar la casa original en que había vivido Cervantes. Su propietario, un animal, dijo: «yo ya sé que en esa casa vivió don Quijote, pero esa casa es mía y hago con ella lo que…», y la demolió. Eso nos escandaliza hoy. Pero lo cierto es que mira uno su estado actual, y tampoco dice nada bueno. No hemos avanzado mucho desde Fernando VII. Como aquí de Madrid no es casi nadie, parece que nadie se tiene que ocupar de lo que es de todos. Eso sí, cuando hay que disputarse un honor (a menudo ridículo, como darle o quitarle a alguien una calle), en Madrid como en todas partes, se hace a dentelladas.
Sobre lo anterior, y pensando en el Comisionado de la Memoria del que formó parte, ¿se puede legislar algo como la memoria si es una facultad personal de los ciudadanos? ¿hay una predisposición natural en la izquierda para ‘ejemplarizarla’?
Naturalmente que no. La memoria es algo personal, intrasferible del individuo. Nadie puede decidir qué es lo que has o no de recordar y de olvidar. Y no es algo privativo de la izquierda o la derecha, sino del poder. Lo que sucede es que en España, tras la guerra, el empeño de los vencedores se centró en olvidar, y el de lo perdedores en recordar. De hecho podría pensarse que la historia de esa guerra no la escribieron los vencedores, sino los que la perdieron. En literatura eso no tiene vuelta de hoja, los que ganaron la guerra perdieron los manuales de literatura, ha dicho uno otras veces.
Llegó la transición y vencedores y perdedores, los de verdad (es decir, los que ganaron y perdieron, no sus hijos o nietos, que parecen estar jugando a la memoria histórica como a unos juegos reunidos Geipper) dijeron: hasta aquí hemos llegado, la paz pasa por el olvido y que cada cual recuerde lo suyo, lo que tenemos por delante es más importante que lo que dejamos atrás hace cincuenta años, que ya no tiene remedio ni vamos a ponernos de acuerdo en contarlo.
Ese pacto se rompió con Zapatero y su desafortunada ley. Y algunos hijos y nietos de los que se decían perdedores (muchos de ellos hicieron buenas carreras con el franquismo, más provechosas que la de muchos franquistas) rompieron ese pacto. ¿Cómo? Recordando y olvidando a la carta, empezando por reconocer a muchas víctimas del franquismo que habían sido previamente victimarios de la República. Toda esa lucha se trasladó al callejero de Madrid con la alcaldesa Carmena. Lo que tratamos de hacer en el Comisionado de la Memoria Histórica fue poner un poco de racionalidad al sectarismo.
Se refiere también a la erosión que la pandemia ha provocado: algo incluso peor que los episodios del XIX, las hambrunas y el asedio de la Guerra Civil o los atentados de Atocha. Y le pregunto, si está amputado Madrid sin El Rastro, ¿Qué otras ausencias golpean más duramente el espíritu de la ciudad?
Madrid ha padecido en efecto mucho, desde sus orígenes. Del azote de la pandemia saldrá, como salió de situaciones, y olvidará, porque sin olvido no es posible la vida. Entre 1812 y 1813 murieron de hambre veinte mil personas en Madrid, una ciudad de apenas trescientos mil habitantes. Esos reveses, motines, invasiones, hambrunas, pestes, sitios de guerra los ha sufrido Madrid como ninguna ciudad española, precisamente por ser la capital, y han hecho del madrileño un ser estoico y en general paciente.
Además a Madrid le llega la gente llorada de casa, los que vienen han dejado atrás historias familiares y personales a menudo desgarradoras y tristes. Y aquí se pone a buscar su acomodo y a no echar mucho la vista atrás. Por eso aunque hoy no haya Rastro y hayan cerrado tantos bares, comercios y negocios, en cuanto el virus pase, volverá a resurgir, como la hierba verde que crece entre las llagas de los adoquines.
Siendo Madrid una ciudad mestiza, ¿Cuál sería su símbolo, existe alguno?, porque los reclamos turísticos no alcanzan a describirla.
Las bellezas de Madrid no son evidentes, como en otras ciudades, como en Barcelona, Lisboa, Sevilla o San Sebastián. Las descubre uno con el trato. Por eso tiene sentido decir que a Madrid le pasa aquello de «la suerte de la fea la bella la desea». Sus bellezas van por dentro sobre todo, son de carácter, de humor, de manera de ser, aunque el conjunto físico tiene mucha personalidad, suma también de belleza y destartale, suma del Prado y del Rastro, del Museo del Prado y del barrio Malasaña.
En tiempos de tormenta como los actuales, ¿sigue siendo así? ¿tienen sentido discursos como el de la presidente de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sobre una madrileñofobia y de un ataque político del poder central?
La madrileñofobia o madritirria es muy vieja. Se enconó sobre todo a partir del XIX con el nacimiento de los primeros partidos regionalistas y nacionalistas. Ortega la describió como nadie en su libro La rebelión de las provincias. Y es comprensible. Madrid es la capital del Estado, de las finanzas, de la cultura, de los mercados, del ocio… Objeto del deseo de muchos que envidian los que creen beneficios y privilegios, con su consiguiente victimización y lloriqueo de las élites nacionalistas.
A cuenta de esto, el Estado ha ido concediendo privilegios y beneficios a las provincias de los que ha privado a Madrid. Lo hemos visto en las políticas recientes de PSOE y PP en estos últimos cuarenta años respecto del País Vasco y Cataluña. La pandemia no ha hecho sino poner en evidencia la necesidad que España tendría de una política sanitaria común, no troceada y dejada al capricho de los virreyes.
Considerando que Las armas y las letras ha cumplido 25 años, ¿la tercera España o la posibilidad de tal cosa está definitivamente abolida?
Esa tercera España es más necesaria que nunca. Ahora, ¿tiene alguna posibilidad? A tenor de lo que sucedió a UPyD y parece que le va a suceder a Ciudadanos, no parece. Pero aquí seguiremos unos cuantos tratando de explicar las diferencias entre ecuanimidad y equidistancia, tanto si hablamos del pasado como del presente.