Cultura

Andrés Trapiello: “El Rastro es la prueba de que no existe la memoria histórica”

Se acaba de publicar 'El Rastro. Historia, teoría y práctica' (Destino), un libro en el que el escritor Andrés Trapiello no se limita a encontrar la aguja en el pajar, sino a tejer con ella su propia historia del mundo

Al Rastro se va como los verdugos: sin desayunar, escribe Andrés Trapiello (León, 1953) nada más arrancar estas páginas. Algo sabrá el leonés, porque lleva ya cuarenta años recorriéndolo. Cuchilleros, Curtidores, Arniches. Ha caminado todas esas calles para dejarse encontrar por objetos que alguien, en algún tiempo, malvendió u olvidó. Su clásico Las armas y las letras (Destino) se escribió en esa bambalina del madrugador dominical a la que dedica su más reciente ensayo: El Rastro. Historia, teoría y práctica (Destino), un libro en el que no se limita a encontrar la aguja en el pajar, sino a tejer con ella su propia historia del mundo.  

Si Trapiello es alguien dotado para todas las formas de la palabra, lo es también para ese oficio paciente del que sabe observar y recomponer. En estas páginas Trapiello escribe una historia de El Rastro desde sus inicios como matadero en el siglo XV —de ahí su nombre, por el arrastre de las reses—, hasta su eclosión como mercado de objetos fruto del estraperlo de la posguerra: ese lugar al que la gente acudía para vender y comprar sábanas de difuntos, sartenes tiznados y cachivaches herrumbrosos en cuyo reverso se escribió la historia de un país.

Los lectores encontrarán postales de las Galerías Piquer, máquinas de escribir desdentadas, la fotografía de un rosetón de tijeras recién afiladas, la edición de Prometeo de 1914 de El Rastro, de Ramón Gómez de la Serna, o los juguetes que algunos coleccionan y reparan para acercarse a la infancia de quienes los disfrutaron. Este libro es la orilla de esa playa a la que van a parar los objetos de un naufragio. Se trata de un libro literario, al mismo tiempo que político. 

"Si Trapiello es alguien dotado para todas las formas de la palabra, lo es también para ese oficio paciente del que sabe observar y recomponer"

El Rastro. Historia, teoría y práctica  da testimonio de todo cuanto es importante: la amistad de quienes durante cuarenta años han visitado juntos el mismo lugar —estas páginas son también el elogio de la amistad de Trapiello y Juan Manuel Bonet, fieles pesquisidores—, el acto de transferir una curiosidad como si de una herencia se tratara —los hijos del escritor fueron también con él al Rastro, desde muy pequeños—, además de esa minuciosa reflexión que hace Trapiello del pasado, un espíritu que forma parte de su serie de veintiún volúmenes  de diarios El salón de los pasos perdidos o de esa enloquecida y luminosa tarea de ‘traducir’ el Quijote del castellano antiguo al moderno.

Este no es un libro para leer de una sentada, al contrario. Hay que degustarlo, paladearlo. Está compuesto con el amor de los impresores. Con la ayuda de Alfonso Menéndez, un tipógrafo con el que trabaja desde hace 25 años, Trapiello ha creado un objeto literario, un retrato de familia del que habla en esta entrevista que concede a Vozpópuli y de la que entran y salen tantos temas como incertidumbres, uno de ellos, la naturaleza de la memoria y el pasado y acaso, por qué no, la insistencia de algunos en dar sentido a aquello que se mueve, anárquico, en las cuestas de nuestra propia memoria.

—La suya es una biografía personal de El Rastro, pero desemboca en retrato de grupo. ¿Qué va a buscar la gente a El Rastro?

—El Rastro es un lugar paradójico. Vamos buscando cosas que normalmente no encontramos y nos llevamos cosas que no necesitamos. El Rastro establece relaciones orgánicas, no mecánicas. El mayor Rastro del mundo en este momento es Internet. Hay más de treinta millones de objetos en circulación, esperando ser encontradas. Pero en tanto que Internet exige una búsqueda, en el Rastro presencial, en el de Madrid y en todos los ratos del mundo, las pulgas de París o en Portobello, en todos, tú no buscas, encuentras.

Andrés Trapiello, durante la entrevista.

—El Rastro que usted traza, el que comienza en el siglo XV hasta hoy, absorbe las transformaciones de la ciudad. ¿Es un espejo?

—El Rastro es como un retrato sin maquillaje de la ciudad. La gente comparece como cuando te vas a dormir o a la tumba: sin máscaras. Las cosas de El Rastro no quieren parecer mejores, ni tienen ninguna voluntad de aparentar lo que no son. Es ahí cuando la ciudad aparece y las personas se muestran más fielmente retratadas. Mi libro Las armas y las letras no habría sido posible sin El Rastro. La inmensa mayoría de los libros que he conseguido estaban debajo de la alfombra de la historia. No querían que se hablara de ellos. Hasta que alguien los levanta de la alfombra, es ahí cuando nos damos cuenta de que las cosas que dicen esos objetos son mucho más importantes que las que están diciendo los libros oficiales, la universidad o las academias.

"El Rastro es como un retrato sin maquillaje de la ciudad. La gente comparece como cuando te vas a dormir o a la tumba: sin máscaras"

Según describe en el libro, la posguerra fue lo que convirtió El Rastro en el lugar de la pobreza y el estraperlo: la gente vende sus objetos para sobrevivir.

—Todos los Rastros reflejan épocas de crisis. Cuanto más grandes son las crisis, mayor es el esplendor de El Rastro. Las personas necesitan vender más cosas y comprar más barato. Se produce algo que tiene que ver con la pregunta anterior. ¿Qué vamos a buscar al Rastro? Pues, cosas que vagamente todos sentimos que hemos perdido en la infancia, en el pasado. Por ejemplo, y vuelvo a Las armas y las letras: nunca he tenido una explicación aceptable de la Guerra Civil. Las historias oficiales no me las proporcionan, así que voy al Rastro, a ver si encuentro documentos que me aclaren algunas preguntas cruciales sobre la historia de España. Y los encuentro.

En este libro, Trapiello repasa la historia de El Rastro.

—Por aquello de que el tiempo también escribe, ¿no?

—A veces la misma época no se da cuenta de cuáles son los documentos más importantes para valorarlos, así que se necesita una cierta distancia para ver su valor. En el momento en que nos alejamos 50 o 60 años somos capaces de verlo. Es a lo que se refiere Walter Benjamin sobre los documentos de barbarie de la cultura: te das cuenta cuando te despegas del momento histórico en el que se han producido. Ese sería un concepto general de la historia, pero es que hay una intrahistoria, que es la nuestra, y en la que cada uno de nosotros va encontrando cosas que pertenecen a nuestra intimidad: el juguete que perdió de niño, el libro en el que estudió, el periódico que leyeron sus padres. Se trata de reconstruir una historia personal, no generacional ni histórica.

El Rastro era el lugar al que se iban a ejercer los oficios, dice. Pero algunos (el barbero, el ropavejero, la prendedera) ya no existen. No es nostalgia, ¿pero sí, acaso, una abolición?

—Porque vivimos en una sociedad de consumo en la que los bienes están garantizados por los salarios. La gente tiene suficiente para no comprar las sábanas del muerto, ni la ropa vieja, porque va a Ikea o unos grandes almacenes y consigue esos objetos más baratos, en buena medida por la superproducción. Eso hace que el mercado de El Rastro se limite mucho más. Pero en esa dinámica las cosas viejas continúan y continuarán apareciendo, cada uno con su significación propia. 

"¿Qué vamos a buscar al Rastro? Pues, cosas que vagamente todos sentimos que hemos perdido en la infancia, en el pasado"

—En esa lógica plantea usted la reflexión sobre el coleccionismo.

—Es el paso que determina que un objeto que es útil pase a ser sólo bello, como esto –Trapiello sostiene un ábaco entre las manos–. Para mí ha perdido su valor de uso, es sólo bonito. No sabría multiplicar con él. Su condición de bello comienza a ser superior a su condición de bueno y eso es lo que ocurre en El Rastro constantemente: los objetos dejan de ser una cosa para ser otra.

—Usted dice que en El Rastro nadie pregunta de dónde provienen las cosas. ¿Cómo así ?

—La gente es muy discreta. Porque encuentra que desprenderse de sus objetos más íntimos es doloroso, así que eso hace que tanto el que vende como el que compra se comporten con discreción. El Rastro está lleno de historias y nadie pregunta, porque nadie, aún sabiendo, diría de dónde vienen.

Andrés Trapiello, en su casa, durante la entrevista.

Dice que el único sitio donde la censura no podía entrar era El Rastro y eso propició que los libreros se volvieran una parte importante ¿Su naturaleza libresca se gesta en esos años?

—Los barrios de El Rastro, Lavapiés y La Latina son mucho más permeables a influencias, porque acogen mucha gente, incluso hoy. Ni los prejuicios ni las normas burguesas entran, lo que los convierte en lugares mucho más libres y menos convencionales. Eso hace que las costumbres sean más relajadas. Había más crimen y delitos, era muy barrio muy pobre, dejado de la mano de Dios y sin ley. Cualquiera haya robado algo, y la gente lo sabe, lo va a vender en el Rastro y lo mismo pasa con los libros. En una época de censura en España,  los libro prohibidos se conseguían en el Rastro. Nadie sabía muy bien qué se vendía ni de dónde provenía, incluido los libros prohibidos o los panfletos, que tenían mucha más circulación.

—¿Por qué nos relacionamos tan bien con la memoria en El Rastro y nos cuesta tanto en otras esferas, como la del espacio público?

—La memoria es una cuestión del individuo, no de la historia, ni de las sustituciones ni del gobierno. Un gobierno que decide hacer una comisión de la verdad es un gobierno ridículo, porque la verdad no se establece por Ley. Yo he estado dos años en la Comisión de la Memoria del Ayuntamiento de Madrid, incluso a pesar de mi desacuerdo con la ley de la memoria histórica, acepté participar. Creo, además, que su actuación ha sido ejemplar.

—¿Cuál entonces la piedra de tranca?

—Que claro la memoria es algo individual. No es facultativo de los pueblos, ni de los gobiernos, ni de los países. Es una facultad que se administra de uno en uno y eso en El Rastro se respeta. ¿Por qué hay más tolerancia a las reliquias y a los testimonios? Porque en El Rastro se establecen relaciones personales: si alguien consigue un carné de un comunista o de un falangista, lo evalúa personalmente. No hace de eso una ley universal. Entre otras cosas porque no se puede. Si las personas recuerdan cosas que no ocurrieron no te quiero contar cuando quien recuerda es el pueblo. Por tanto, El Rastro es el sitio donde se evidencia que no existe la memoria histórica, sino la memoria individual.

Andrés Trapiello.

—En esta teoría y práctica del Rastro está muy presente la amistad y las relaciones humanas alrededor del Rastro. Cuarenta años acudiendo con su amigo Juan Manuel Bonet, e incluso con sus hijos

—El Rastro está presente en la infancia de mis hijos, porque fueron conmigo muchas veces. Miriam, mi mujer, ya no tanto. Lo encontró pavoroso. Nos vio a Juan Manuel y a mí como si estuviéramos enloquecidos y dijo que no volvía en la vida: no me dejáis parar, estamos todo el rato caminando, no me dejáis tomar un café, pero en cambio ha sido enormemente comprensiva con mi manía. El Rastro es algo que guarda relación conmigo y mi familia. Este libro es también un canto a la amistad: cuarenta años visitándolo junto a Juan Manuel Bonet, que es una persona muy valiosa. El Rastro ha formado parte de nuestra vida. Tengo 65 años y de esos llevo 40 visitándolo. Al Rastro le debo muchísimo.

"Tengo tres o cuatro temas que me interesan, pero es verdad que he sido muy insistente en cada uno de ellos. El Quijote, la Guerra Civil española, los diarios…"

—Usted siempre busca, recompone, reconstruye. Intenta colocar la piedra que falta y puede dedicarse durante años a eso: sus diarios, traducir el Quijote, ir a El Rastro. ¿Sistematiza lo que ama?

—A veces me dicen: '¡Cuánto trabajo, cuántos libros haces…!'.No es tanto, porque todos los libros se van haciendo a lo largo de muchos años, así que llega un momento en el que me encuentro con los libros ya hechos. Eso es lo que ha pasado con éste. Tengo tres o cuatro temas que me interesan, pero es verdad que he sido muy insistente en cada uno de ellos. El Quijote, la Guerra Civil española, los diarios…

Insisto: tiene una necesidad de poner en orden. Dar explicación a un conjunto de pequeñas evidencias y hechos. Sus diarios juegan ese papel.

—Cuando las cosas responsan se ven de otra manera. Es todo lo contrario del periodismo. Yo sería muy mal periodista. Normalmente, un periodista tiene que tener muy claras las cosas e inmediatamente. Yo estoy dudando durante mucho tiempo... no sólo con respecto a cómo contar las cosa, sino también con la necesidad de leer muy bien la realidad. El periodista, como los tenistas o los ajedrecistas, juegan muy rápido y en ocasiones partidas simultáneas. Yo lo que hago es jugar partidas a veces simultáneas, pero diez años después. Siempre parece que es simultánea, pero es un falso directo… —Trapiello se queda pensando y repite la frase—. Eso está bien dice, lo voy a apuntar. Porque me encanta como título del diario —Trapiello se y regresa con una folio y pluma—.Porque es exactamente eso:  un falso directo, pero hay un ensayo detrás —se oye el plumín rasgando el papel mientras apunta—.

Andrés Trapiello, autor de 'El Rastro. Historia, teoría y práctica' (Destino)

—Siento un cierto reproche a la reforma de Tierno Galván en su libro

A ver fue la puntilla. En realidad, Tierno Galván no se carga El Rastro, como dicen muchos, porque ya estaba muerto. Pero él le da la puntilla. Ya en época, El Rastro ya se había venido muy abajo, en otras cosas, porque la sociedad se había venido arriba. Tierno Galván hizo una reglamentación muy dura que acabó con la circulación de objetos robados, que consiguieron sus propios canales. Lo pintó con líneas amarillas y compartimentos amarillos, aquello parecía una instalación. Eso disuadió a muchos rastreros e hizo que se viniera aun poco abajo. Pero él no fue causante, El Rastro ya venía muy herido de atrás.

Un detalle de la portada del libro de Andrés Trapiello publicado por el sello Destino.

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