Cultura

Ángeles Caballero: "Cargar al enfermo con la responsabilidad de no rendirse me parece una vileza"

La periodista y escritora relata la enfermedad y muerte de sus padres en 'Los parques de atracciones también cierran'

“España sigue siendo ese país que aparta a los viejos, aunque luego se le llene la boca con ese maldito término de que son «nuestros mayores», esos que «tanto nos enseñan y tanto nos han dado». España sigue siendo ese país que tiene residencias donde ofrecen a los ancianos comida basura y habitaciones compartidas, y se refieren a ellos como usuarios. Donde se les despoja de privacidad y de autonomía. Donde se ordena y manda. Donde son despojos que acabarán más pronto que tarde donde lo haremos el resto”, en este pasaje la periodista Ángeles Caballero describe las miserias de los centros a los que la demografía y forma de vida empujarán a la mayoría de españoles antes o después. En su primer libro, Los parques de atracciones también cierran, la periodista se abre en canal y relata la enfermedad y los cuidados en los últimos meses de vida de sus padres.

Caballero aprendió que ni el ingreso en la mejor y más cara residencia del mundo vencen al sentimiento de culpa. Y aprendió a no juzgar a aquellos que o no podían o no querían visitar a su familiar. El parque de atracciones de Caballero deja escenas divertidamente costumbristas con las que más de media España se sentirá identificada con eso de que en su familia se leía más revistas del corazón que novelas, y que sus padres no tenían ningún pesar por no haber comprado el último poemario de Alberti. Como en todo parque que se precie, también hay atracciones oscuras que quitan la sonrisa y hasta la respiración, pasajes casi del terror como el dolor de la enfermedad, los reproches familiares o los silencios y sufrimientos ahogados en alcohol.

Pregunta: Me ha parecido un libro muy duro, ¿meses después de haberlo escrito, nota que esta escritura le ha ayudado a soltar lastre?

Respuesta: Sí, me ha ayudado. Ya el mero hecho de escribirlo me ayudó mucho a soltar lastre. Supongo que también me ha ayudado la propia manera que tengo de afrontar la vida, que procuro siempre que haya mucho sentido del humor. Para mí el humor ha sido siempre y es un gran salvavidas y escribirlo me ha resultado una catarsis y una especie de terapia salvaje. Me he ahorrado muchas tardes con los psicólogos. También es verdad que me está ayudando mucho la respuesta de algunos lectores, lectores que son amigos, familia y que me quieren. Agradezco muchísimo que de repente haya alguien que no conozco y que decide compartir en redes o hacerme llegar un mensaje hablándome de cómo se siente identificándose en la parte de los cuidados.

P: Este es su primer libro y se abre en canal. ¿Cómo surge? ¿Era una necesidad de contar todo esto? ¿Tenía en mente escribir algo o fue una propuesta de la editorial?

R: Cuando empecé a escribir columnas, noté que la parte en la que hablaba de mi cotidianeidad, que no deja de ser la de una mujer cualquiera, recibía comentarios como "me partí de risa el otro día contigo con no sé qué", “a mí me pasó lo mismo una vez...” Coincidió con el tema de mis padres, me pedían una columna y yo decía: ‘¿de qué demonios voy a hablar si llevo 24 horas metida en un hospital?’ No podía hablar de lo que había pasado en el Congreso. Entonces, me pareció que compartir historias entre goteros antibióticos y salas de espera podía tener su gracia. Me dejaron hacerlo y ahí noté de repente que no tenía ningún problema. Y con eso muchísima más respuesta de la gente. Entonces, fue una oportunidad que surgió de transformarlo en un libro. Hice una primera versión del libro justo antes de fallecer mi madre, pero aquellas páginas que escribí, que debieron ser como unos 30 folios, solo sobrevivió la escena inicial del libro, que es la de la nevera. El resto lo deshice, lo destruí, porque era un libro cargado de amargura, muy negro, muy lorquiano, muy ajuste de cuentas. Pensé, no solo esto va a hacer que me quede sin relaciones sociales y familiares, va a parecer que me tienen que canonizar y que al resto hay que quemarlo en la hoguera. Tenía que encontrar el momento en el que pudiera combinar y hacer un parque de atracciones. El parque de atracciones te puede pasar miedo, te puede pasar mucha risa y eso es lo que yo era con lo que más me identificaba.

P: Annie Ernaux ganó el Nobel hace un año. Ella es la experta en la autoficción y si pienso en autores de este género me salen mujeres. ¿Por qué es así?

R: Te podría dar una respuesta pero caería tanto en los clichés que tampoco me parece justo. Yo supongo que hay una parte que debe venir del Pleistoceno, esta figura del hombre que sale a cazar y no muestra sus sentimientos. Hay hombres extremadamente sensibles y empáticos que se cuentan estas cosas, pero quizá en una conversación privada o en una cena entre amigos no te lo cuentan en una columna. Pero es verdad que yo soy una persona que tiendo a desnudarme a los cinco minutos de conocer a alguien. O sea, te cuento mi vida, soy muy locuaz, hablo por los codos...

P: Aunque los protagonistas son sus padres, que ya han fallecido, también aparecen otros familiares vivos, como su hermana. ¿Da más miedo escribir sobre estos vivos que lo pueden leer, que sobre tus padres?

R: Sí, por supuesto. Y además he pasado, como diría el clásico, mucha fatiga escribiendo esa parte. Porque la lectura de cada uno es tan particular, tan íntima. Incluso si tú te has leído ahora el libro y quizás te lo vuelvas a releer dentro de cinco años y tu momento vital es otro, tu estado de ánimo es otro, quizás llores más que ríes o ríes más que lloras o te parece una mierda. Puede ser muy cambiante. Me daba muchísimo miedo pensar si se iba a enfadar alguien. Nadie lo leyó, ni siquiera mi marido, hasta que no estuvo ya en imprenta. Pero mi hermana se lo leyó y le dije que respetaría cualquier tipo de reacción que tuviera. Y le encantó, me dijo que era un homenaje precioso a nuestros padres y a nuestra familia. Mi hermana leva 33 años fuera, y ella para mí y yo para ella somos grandes desconocidas. Supongo que al haber intentado comprimir unos años de nuestra vida en cómo lo viví yo y cómo me sentí yo y tantísimas anécdotas, me ha conocido un poco más. Y por lo que me parece, no le caigo mal del todo.

P: Refleja esos momentos que le salía el reproche de poderle decir a tu hermana: "Deja todo, ¿por qué no estás aquí?"

R: Claro, eso es. Pero una de las conclusiones que al menos he sacado del libro es que aprendes a no juzgar. Es decir, que cada uno en las visitas a la residencia, como podría ser tu hermana, saca la conclusión de que no hay que juzgar. Fíjate que a mí me pagan por opinar y por juzgar. Pero es verdad que he aprendido mucho a intentar ser empática. El mero hecho de poder optar por hacerme autónoma para cuidar de mis padres, parte de una situación de absoluto privilegio. Pude hacerlo porque había otra fuente de ingresos en mi casa, del padre de mis hijos y teníamos la casa pagada. Al principio pensaba que todos los días alguien debería condecorarme por ‘un día más has sido la mejor en todo’, y no. Gente con mayor precariedad, que no puede permitirse lo que yo al menos he podido, y gente con un nivel de ingresos muy alto, pero también con muchas más responsabilidades, que hacen que sus visitas a la residencia sean pocas, con mucho sentimiento de culpa. A esas personas no puedo juzgarlas.

Poder cuidar de mis padres fue un absoluto privilegio
Pregunta: Acaba de mencionar que cuidar es un privilegio. ¿Qué deberían o qué podrían hacer mejor las administraciones públicas?

Respuesta: Creo que hay dos enormes asignaturas pendientes que tienen que ver con el modelo de residencia y también con todo lo relacionado con la ley de dependencia, ayuda a domicilio, etcétera. España sigue siendo un país donde uno solo va a una residencia de ancianos cuando ya no tiene más remedio, cuando tiene una salud absolutamente frágil y un estado de dependencia muy alto. Son residencias para las que hay muy pocos recursos y con el envejecimiento de la población, la mayor parte de nosotros vamos a llegar a un punto en el que tendremos algún grado de dependencia. Creo que faltan residencias donde se ofrezca un trato más personalizado o individualizado al residente, pero falta personal y faltan recursos, ya sean concertadas, públicas o incluso privadas. La gente está totalmente desbordada trabajando. El tema de la ayuda a domicilio es crucial porque, si tu padre, tu madre o un hijo se pone enfermo y requiere una dedicación a los cuidados, eso sigue recayendo fundamentalmente en las mujeres. Mujeres que tenemos que dejar parcialmente de trabajar o abandonar totalmente el trabajo para cuidar. Y yo, otra de las cosas que he aprendido, aparte de no juzgar, es que cuidar, en este caso a un anciano, no basta solo con el cariño. Tú puedes querer muchísimo a tus padres, pero llega un momento en el que hace falta un profesional sanitario, hasta un psicólogo. Con cariño solo no basta. Esta parte de que pueda haber más trabajadores sociales y más ayuda a domicilio es algo que la ley de dependencia debería reforzar mucho más. Mi madre empezó en la residencia pagando tres mil y algo al mes y acabó pagando 5.500 euros al mes. Eso no hay familia que lo sostenga. Ni mi hermana ni yo pusimos un euro. Era dinero ahorrado por mi padre. Pero claro, si no hay posibilidad... No puede ser que el cuidado dependa tanto de la cuenta corriente que tiene cada uno. A mí me parece injusto, porque todos vamos a hacernos viejos y todos nos vamos a morir.

P: ¿Es posible dejar, como en tu caso, a los padres en la mejor residencia del mundo y no sentirse culpable?

R: No, es imposible. Eso no lo supera ni los 5.500 euros, ni que sea una plaza pública sufragada con los impuestos. Creo que hay un tema de culpabilidad. Creo que es la sensación más común, luego habrá gente que no. Recuerdo que, como iba todos los días a la residencia, siempre había una señora que lamentaba que nadie iba a verla. Le decía a mi madre: "Ay, Juli, qué buena hija tienes, que viene todos los días a verte". La señora tenía como siete hijos y no iba ninguno. Y entonces yo salía de ahí y pensaba: "Bueno, voy a adoptar a esta señora. Pobrecita mía". Después ya pensaba: "A ver, es que no todas las personas mayores son entrañables. Hay auténticos cabrones y cabronas. ¿Cómo habrá sido esta mujer en vida?” Pero creo que la culpabilidad, salvo que tu padre, tu madre, quien sea, haya sido lo más parecido a Satanás o te haya tratado fatal, o tú no quieras saber nada de él, ese sentimiento está adherido a la piel, más que un tatuaje.

P: Su madre sufrió alcoholismo, incluso cuando es evidente dentro de un hogar, como comentabas en el libro, se mantiene en silencio, y ha comentado que la historia del alcohol y las mujeres está por contar. ¿Se refiere a que está más extendida de lo que creemos?

R: Creo que el refugio para hombres y mujeres, pero especialmente para mujeres, es el alcohol, y eso está por contar. Es algo que tiene que ver con la democratización del uso o la accesibilidad de otro tipo de drogas. En España hay generaciones, sobre todo de ancianos y ancianas, dependientes de fármacos. Antidepresivos, pastillas para dormir y el alcohol. Al final, tienes que ir a un médico que te lo recete. Pero tú y yo podemos ir a un supermercado, comprar dos botellas de vino y beberlas. Un día que hemos tenido un mal día, una etapa difícil, te has quedado sin trabajo, cualquier cosa. El alcohol es un refugio que está ahí, en un lineal y es muy barato. Tienes botellas de vino por dos euros. Entonces, creo que es un refugio. Me acordaba de que hubo una generación de españoles, a la que perteneció mi madre, y de la que aún sobreviven muchas mujeres, totalmente entregadas y adictas a una medicación que era el Optalidón. Era una pastilla fucsia que en mi casa se tomaba para cualquier cosa. Tenía un componente adictivo y lo acabaron retirando porque había demasiada afición a tomarlo. Era una medicina que no requería receta. Los que vivimos en ciudades pensamos que esto no ocurre, pero en ciudades, pueblos pequeños, zonas rurales, el alcohol es muy fácil de conseguir. No tienes que hacer nada clandestino. Puedes pedir tres copas y nadie te pone mala cara, a diferencia de pedir drogas. Para muchas mujeres, y muchos silencios de mujeres, problemas con la pareja, insatisfacción vital... el dolor lo han adormecido con el alcohol. Y mi madre lo hizo.

P: Sus padres tuvieron cáncer y también se muestra contraria a los discursos heroicos y de superación.

R: Sí, soy así antes de que mis padres se enfermaran de cáncer. Me pone muy nerviosa esta idea de querer convertir a un enfermo, sobre todo con cáncer, en un héroe. "Luchó con todas sus fuerzas"... Bueno, yo no sé, si a mí me diagnosticaran ahora, quizás llegue a un punto en el que diga, déjame de pastillas y tratamientos, quiero morir. Deja de convertirme en tu cobaya. Y seré igual de valiente o igual de cobarde que el resto. Cargar al enfermo con la responsabilidad de no rendirse, a pesar de estar desgastado y sufrir, me parece una vileza. Debería hacerlo solo si está plenamente convencido. Supongo que por eso he dejado el testamento vital. Si llega un punto en que sufro un deterioro cognitivo que ya ni reconozco a la familia, preferiría morir. Y en mi testamento vital especifico algo un poco más extremo, no sé si mi familia lo cumplirá. Si me detectan una enfermedad que implica deterioro cognitivo, en cuanto empiece a dar las primeras señales, no quiero que mi familia me vea. No quiero que me vean como vi a mi madre. Mi padre no tuvo un deterioro cognitivo, su cáncer no le afectó la mente. Pero quiero que mi familia me recuerde como soy ahora. Una persona jaranera, con mucha personalidad, de mecha corta, un poco como Rocío Jurado. Parece que voy a matar a alguien y luego soy una mamá cariñosa. Me doy cuenta de que he visto muchas cosas de mis padres que me hubiera gustado no ver. Y sé que a ellos tampoco les hubiera gustado que yo las viera. Si puedo ahorrarles esos momentos, lo prefiero.

P: Justo que menciona a Rocío Jurado. En el libro hay muchos pasajes costumbristas. Yo creo que mucha gente se va a sentir identificada con eso de que en su casa se leía más el ¡Hola! que novelas. Últimamente, la cultura popular se está revalorizando o al menos desestigmatizando.

R: Sí, yo creo que sí. Yo he estado siempre muy orgullosa de las personas a las que se ha venerado en mi casa, a las que se ha escuchado y a las que se ha leído. Mi primer concierto con nueve años fue ver a Raphael en el Teatro Monumental. Mi primera obra de teatro fue Lina Morgan. Supongo que de aquellos vientos, estas tempestades. Pero yo no puedo engañarme. Luego he escuchado, leído y visto a muchísima gente. Pero quiero decir, en mi casa se veían las películas de Alfredo Landa en la tele. No había libros, había revistas del corazón. Era esa España en la que yo he crecido. Mis padres no decían: "¡Ay, fíjate! No nos hemos leído poesía de Alberti". A mis padres les traía absolutamente sin cuidado. También, si me permites un poco la maldad, esto ahora de reivindicar y convertir a Lola Flores en un icono LGTBI+, que a mí me parece fantástico, pero esto es como los modernos que van a Usera cuando es el año nuevo chino y lo conciben como un parque temático. Me parece una parte de postureo increíble. Cuando había que defender a Rocío Jurado no es ahora porque la versionó Rosalía en los Latin Grammys. Hay que reivindicarla cuando está en plena lucidez. Esta reivindicación de lo popular tiene ahora un puntito snob importante, creo yo, humildemente.

P: Vivió la muerte de sus padres muy cercana en el tiempo, pero una de ellas fue en la época de la covid. ¿Cómo de cruel fue esta despedida?

R: Bueno, para empezar no hubo despedida, con lo cual eso ya tiene un punto de enorme crueldad. Con este tema siempre me gusta recordar una cosa, que es precisamente para intentar ponerse en el lugar del otro. La cantidad de miles y miles de personas en España y en el resto del mundo a las que les narraron la muerte de sus familiares por teléfono, ya sea en residencias, hospitales, o en el pueblo donde vivían sus padres y abuelos. A mí me narraron la muerte de mi madre por teléfono. Desde el martes por la noche en que empezó a tener los primeros síntomas, hasta que empezó a subirle la fiebre, hasta que le subió tanto que perdió la consciencia y hasta que dejó de respirar. Empezó un martes por la noche y se murió la noche del viernes al sábado. Que te narren la muerte por teléfono es algo que no le deseo a nadie. Esa no despedida y esa cosa que de vez en cuando te atormenta. Yo voy al cementerio y digo: "Me imagino que esa que está ahí es mi madre, porque como yo no la he visto, no me pude despedir, igual estoy poniéndole flores a un señor de Cuenca". Te lo digo así con humor negro para soltar este trago. Pero es algo que recuerdo de esa manera. Cuando se murió mi padre pensé: "Bueno, pues este es el paquete mainstream de la muerte". Hay un ingreso del que no sales. Va perdiendo la consciencia, se muere. Pues mañana vamos al tanatorio, lo enterramos y ha sido maravilloso conocerte. Pero no. La vida me tenía reservada esta cosa tan absolutamente despiadada. Porque era un tema no solo de la salud de nuestros enfermos, sino también de la nuestra propia y de las personas con las que convivimos. Con lo cual me pareció que las autoridades, las residencias hicieron lo que tenían que hacer, que es no permitir las visitas. Pero, lo digo con la boca un poco pequeña, lo que habría dado yo por darle la mano a mi madre, aunque ya hubiera perdido la conciencia. Pero esta cosa te atormenta, me atormenta de vez en cuando.

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