En estos días convulsos de revolución en Venezuela, con tufo a pucherazo dictatorial, traemos una historia de esperanza en la vulnerabilidad. Angie es una joven ingeniera que se afincó en Vallecas con su familia en marzo de 2020, huyendo de Venezuela, en los prolegómenos del gran confinamiento de España por la covid.
Si ya era complicado emigrar en tiempo de pandemia, la situación se agravó en abril de 2020 cuando se presentó sin llamar a la puerta en la vida de Angie, una enfermedad tan cruel como la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Fue un duro golpe para toda la familia y los amigos, en ese momento se empezó a mostrar claramente, que Angie no se iba a dejar llevar por el desánimo. Ya que sus convicciones le hicieron reconfigurar su vida. Esto trajo a su familia mucha paz en los momentos de desánimo y una gran alegría, se convirtió en una bendición esta limitación, aunque parezca una contradicción, porque sacó lo mejor de ella.
Les demostró que, como dice Marian Rojas, la felicidad no está en lo que nos pasa, sino como interpretamos lo que nos pasa. Fue capaz de ser feliz y hacer felices a los suyos. Se puede decir que entendió lo que dice el intelectual noruego Erik Varden: «Cuanto más pasa el tiempo, más convencido estoy de que para saber si alguien está adquiriendo sabiduría hay que ver si es capaz de vivir en paz siendo vulnerable».
Descubrió que en medio del dolor podía ser un foco de luz para muchos, como también dice la citada psiquiatra: “Si sabes lo que deseas, lo que anhelas, tu mente te mostrará el camino de forma más nítida”. Y así fue como Angie, sin quererlo ni beberlo, focalizó su misión: en su vulnerabilidad podía ayudar a los demás.
Al poco tiempo, en diciembre de ese año, conoció a sus amigos españoles cuando participaba en una cena solidaria con su familia, organizada por la parroquia de San Raimundo de Peñafort (Entrevías). Allí conoció a los “Javieres”, a las “Marisas”, a Juan Ramón, a Enrique... Eran los voluntarios que prepararon la cena y surgió en ese momento lo que con el tiempo fue una segunda familia.
Estos decidieron organizarse para ayudar a esta familia venezolana. Hicieron una lista de la compra modelo, para irla replicando con variaciones, organizaron turnos y se distribuyeron para ir mensualmente a hacer la compra y llevarla a su casa. En esos encuentros entrañables, en los que los visitantes terminaban edificados y los visitados encantados, todos ganaban. Esto se prolongó en el tiempo y la segunda familia se amplió.
Las visitas a casa de Angie continuaron y en septiembre de 2021 pensaron ¿y si ayudamos a más familias como Angie, de la misma manera; haciendo una pequeña compra en familia y llevando calor de familia a esas casas? Y así fue como volvieron a San Raimundo de Peñafort, donde Juanjo, el párroco, “prestó” otra segunda familia para ser ayudada. Después Pablo, en San Emilio (La Elipa), facilitó más familias para formar parte del proyecto. Seguidamente, Jesús les presentó a madres embarazadas con pocos recursos… En ese momento el proyecto fue apadrinado por la fundación Amigos de Monkole con el nombre de Proyecto Angie, abierto a la colaboración de todo el quiera, como se explica en su web.
Amigos de Monkole está centrado en la ayuda al Congo, pero tiene algún proyecto en España, como éste. Como dice Enrique Barrio, director de la fundación, la pobreza está aquí y allí, y muchos pocos hacen un “mucho”. Por lo que, aunque la ayuda en África es muy necesaria, lo es en todos los sitios. Marisa Lara y Toñi, coordinadoras del Proyecto Angie, hablan de esta realidad tan gratificante, afirmando que los voluntarios que contemplan la vulnerabilidad son más reconfortados que los ayudados, aunque pueda parecer que es al revés.
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