Finales de 2016. El mismo año en el que se apagó la voz de Debbie Reynolds, protagonista de clásicos del cine musical como Cantando bajo la lluvia, otra película del mismo género se estrenó con el beneplácito de millones de espectadores alrededor del mundo, haciendo resurgir los largometrajes basados en la música y el baile: La La Land. Entre una y otra, varios han sido los cineastas que han apostado por filmes de estas características, aquellos que interrumpen su desarrollo con fragmentos musicales o coreografías, pero Dirty Dancing es posiblemente uno de los que más persisten en el imaginario colectivo. Titulada como Baile Caliente en México, Bailando Suave en Cuba o El baile atrevido en el Cono Sur, Dirty Dancing (Baile sucio) debutó hace 30 años convirtiéndose en uno de los éxitos comerciales de aquella década. Además de sorprender con danzas sensuales como el baile final al ritmo de 'Time of my life', la película romántica escrita por Eleanor Bergstein y dirigida por Emile Ardolino encerraba otros mensajes que, durante la presidencia de Donald Reagan (1981-1989), defendían el aborto legal -la película está ambientada en el verano de 1963, cuando aún no lo era- y la visión del sexo desde una perspectiva feminista, la de la joven Frances 'Baby' Houseman (Jennifer Grey).
Pensaba que películas como 'Juno' tomarían el relevo a 'Dirty Dancing', pero resulta que en ellas las chicas acaban no abortando", dice la autora
Estando de vacaciones junto con sus padres y su hermana mayor en el lujoso hotel Catskill Mountains de Nueva York, Baby se topa con una fiesta en la que los empleados bailan desenfrenados. Hipnotizada por los provocativos pasos de Johnny Castle (Patrick Swayze), el instructor de baile del hotel, la joven no puede evitar entregarse a ese mundo para, finalmente, convertirse en la compañera de baile de este. "Lo que quiere es acostarse con Johnny y la película lo deja muy, pero que muy claro. No es de extrañar que a ninguno de los ejecutivos varones de MGM le gustara el guion ni que acabara produciéndola una mujer, porque Dirty Dancing es una película sobre la sexualidad femenina. En particular la parte física de la sexualidad femenina, y la excitación y las complicaciones que ello conlleva", dice Bergstein en una de las entrevistas recogidas en el ensayo The time of my life (Blackie Books), de la periodista del diario británico The Guardian Hadley Freeman (Nueva York, 1978). "No les pareció más que una película tonta de baile [...] Solía pensar que Dirty Dancing se había adelantado a su tiempo y que tal vez por eso tuve que hablar del aborto de forma encubierta. Pensaba que películas como Juno, Lío embarazoso y La camarera tomarían el relevo, pero resulta que en ellas las chicas acaban no abortando: en el último momento, optan por lo que parece ser la opción moral, tienen el bebé y acaban con el chico y felices. No sé, tal vez sea para lo único que puedes conseguir financiación hoy en día", se queja en la misma publicación.
Baby, ni guapa ni alta
Tres décadas después del estreno del largometraje, en el que estos argumentos pasaron más desapercibidos que el torso desnudo de Patrick Swayze, la trama ha tornado en un rentable musical de teatro. Con la dirección de Federico Bellone, el espectáculo aterrizó en España el pasado diciembre con las tablas del Teatro Nuevo Alcalá de Madrid como primer destino, donde regresará del 16 de marzo hasta el 16 de abril tras pasar por el Tívoli de Barcelona. "Creo que Dirty Dancing consiguió conectar estupendamente con un público que no estaba acostumbrado a verse reflejado en las películas. El personaje de Baby no es especialmente ni guapa ni alta ni tiene ninguna actualidad física como las que estamos acostumbrados a ver en los artistas de Hollywood. Con un perfil muy distinto al de chica tonta de película, era valiente, tenía sus intereses políticos, quería estudiar...", opina Itxaso Barrios, la coordinadora general de LetsGo Company, productora de la obra.
"En apariencia es una película sencilla, es como leer El Principito, te puedes quedar solamente con la superficie o puedes ver el trasfondo social y político. No eran bailes mojigatos, iban un punto más a allá de lo que se estaba acostumbrado a ver en la gran pantalla, pero no era como ir a Perpiñán a ver las pelis que estaban prohibidas aquí. Era un plus, a nadie le disgustaba ver aquello, pero no creo que el motivo principal de ir a verla fuera ese", considera Barrios, que describe el musical como "una reproducción muy fiel de la película". "Lo bueno es que en la intimidad de un teatro disfrutas casi como si estuvieras en el hotel Catskill viviendo ese verano del 63 con los protagonistas. A veces vamos al teatro como 'de capillita', pero esta no es una función encorsetada, el público no se resiste a cantar 'Time of my life'", comenta. Y añade que, muchas de las jóvenes que en los años 80 iban rebobinando la cinta en el walkman para volver a escuchar la popular canción, forraban sus carpetas con fotos de Patrick Swayze o desplegaban ansiosas los posters que venían en las revistas adolescentes hoy son madres y acuden al teatro con sus hijas. "Dirty Dancing es un icono del cine para mucha gente. A todas nos hubiese gustado ver en vivo y en directo esta historia de amor. Hubo una tirada de películas con una banda sonora muy potente y creo que puede que este género resurja de nuevo, pero en el cine, las modas son algo cíclico, como en todo", determina.
La fábrica MTV
Pero Dirty Dancing también despertó el rechazo de la crítica a finales de los 80. Antonio Weinrichter, experto en cine y profesor de Historia del Cine Contemporáneo en la ECAM, explica que en el año 1981 MTV empieza a emitir videoclips cambiando el cine que se había hecho hasta la fecha. "En 1983, llega Flashdance; en 1984, Footloose y Calles de Fuego y en 1987, Dirty Dancing, entre otros. Fueron acusadas de ser películas para vender discos, las llamaron 'videoclips de 80 minutos', ¡las ponían a parir!", recuerda. "Ahora con el tiempo se nos presentan como clásicos, pero musicalmente eran un espanto. Ha habido otras, como All That Jazz (1979), que sí pueden definirse como una comedia musical clásica", dice. "Estas venían de los grandes teatros como Broadway y tenían su origen en la tradición judía de Tim Pam Alley. Más adelante, con la llegada del rock, hubo grandes batacazos como Camelot o Hello Dolly, pues los gustos cambiaron y todo el mundo escuchaba ya a Jimy Hendrix", comenta.
La "virtud" de Dirty Dancing es, según Weinrichter, es "el punto de vista de género que aporta", pues es Baby la que busca a Johnny, a diferencia de las típicas películas de campamento tipo American Pie. "Tampoco la usaría nunca de ejemplo feminista, pero sí de cine modelo videoclip de MTV que vino después, en los 80", apunta. El crítico opina que hay un gran prejuicio con el musical "porque mucha gente considera que es muy poco realista, y por eso hay más películas con canciones tipo Pretty Woman". Weinrichter, que tampoco cree que el éxito de La La Land vaya a hacer resurgir el musical clásico piensa que los musicales actuales están muy influenciados por los concursos televisivos de talentos donde "se grita mucho". Un ejemplo contemporáneo con reminiscencia del pasado es la serie Crazy Ex-Girlfriend, la comedia emitida por The CW en la que Rachel Bloom interpreta a Rebecca, una abogada con depresión que después de tener una crisis nerviosa en Nueva York se marcha a West Covina, en California, a buscar a su exnovio Josh, con quien estuvo en un campamento de verano.
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