Pero primero acotemos la muestra. La mayoría de los mitos sexuales de esa década, convenientemente repicados después por la Teleindiscreta, proceden de esa caja tonta que todavía no era plana y que, no nos engañes, te quedabas mirando todo el verano. Era el comienzo de Tele(teta)cinco, de las Mamachicho, de las supersupermodelos, y el cruce de piernas de Sharon Stone. Claro que esto último era algo prohibido que no podrías ver hasta que la película saliera en vídeo y se la pillaras a tu padre de la estantería. Pese a ello, y traumas como aquello que ocurrió entre Inma del Moral y Pedro Ruiz, constatación de que quizá en el fondo España no iba tan bien, los 90 fueron una época feliz.
Decía Cecil B. DeMille que toda película debía empezar con un terremoto y luego ir a más. De modo que nosotros comenzamos esto con esa infinita cantera de talento que fue Los Vigilantes de la Playa. Pamela Anderson y Erika Eleniak, nuestras favoritas, representan perfectamente el estereotipo de estrella del porno de aquella época: rubia, neumática y siete veces más alta que tú. Cuando el Canal Plus todavía era un artículo de lujo, queríamos vivir con ellas en ese mundo de sol, playa e insulsas tramas de relleno. Queríamos correr por la playa. Queríamos ser, aunque sólo fuera, el calvo con bigote que siempre estaba detrás de Hasselhoff, ese cuya única función en el episodio era saltar al agua. No pudo ser.
Los de tercero, sin embargo, se creían más sofisticados. Ellos tenían carpetas forradas de fotos, una bici grande y tú te conformabas con la Mano Loca de colores. Y mientras tú tratabas de desprenderte de Pedrito, el de Érase una vez, ellos ya estaban enganchados al imperio Aaron Spelling y sus retorcidas telenovelas de lujo. El productor de Sensación de vivir y Melrose Place lanzó a la fama a dos insoportables como Shannen Doherty y Heather Locklear, dos hitos de la maldad de estar por casa que se convirtieron en modelos de conducta para tus primas del barrio Salamanca.
Triunfaba la vecinita de al lado
Julia Roberts escalaba puestos hasta el firmamento, pero a ras de tierra, Meg Ryan y su sucesora Sandra Bullock libraron una batalla ideológica en la que sólo una podía sobrevivir. Pese a todo, convivieron en armonía durante bastantes años. Pero aunque el atractivo de la Bullock terminó en el mismo instante en el que explotó aquel autobús, se reservaba una cuchillada en forma de Oscar que le permitió ganar la guerra. Nosotros nos quedamos con Elisabeth Shue, ajena a todo y cómodamente instalada en algún lugar entre ambas.
La batalla del morbo se libraba, sin embargo, en Salvados por la campana. Tiffani Amber Thiessen y Elizabeth Berkley (Kelly Kapowski y Jesse Spano) no eran tan amigas en la vida real como en la serie, algo que corroborará el telefilme de Lifetime que ficcionaliza ese detrás de las cámaras y se emite en septiembre. Mientras Thiessen nunca ha logrado salir del ámbito catódico y ha tenido que pasar por algún trance personal terrible, Berkley se guardaba en la tira del tanga un obús que acabaría con todo, incluso con su carrera, y que ahora es un clásico de culto de nombre Showgirls.
Topanga contra Winnie
Incluso los que no veían Yo y el mundo conocían a la exótica Topanga Lawrence. La filmografía posterior de la actriz Danielle Fishel es todo un santuario repleto de títulos como Escuela de novatos 2: Directa a DVD. Pero en su caso el amor es inevitable: empezó siendo delito en las primeras temporadas, pero después no, anticipando ese no-se-qué que luego ha bautizado Sofía Vergara. Winnie, por su parte, era el amor de Fred Savage en la muy superior Aquellos maravillosos años. Y un último dato: Fred Savage era hermano de Ben Savage, que interpretaba a Cory Matthews en Yo y el mundo. Y así se cierra el círculo y ponemos el broche de oro a esta pieza.
¿Quién gana? Al final del día atraviesas en coche la ciudad de Charleston y mientras cruzas el puente que lleva a casa, notas que unas palabras brotan de dentro. No puedes detenerlas. Al llegar a lo alto llegan como una oración, un lamento, una alabanza: dices Topanga, Topanga....
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