Hay un momento crucial en la serie de Netflix sobre Luis Miguel donde “El sol”, a sus tiernos veinte años, espera las canciones de Juan Carlos Calderón para grabar un nuevo disco, pero este reconoce que no es capaz de entregarlas. El cantante está en la cima de sus popularidad, con millones de chicas adolescentes esperando para comprar lo que publique, pero no tiene material para grabar. Entonces alguien de la discográfica pone sobre la mesa la idea de recurrir a un disco de versiones de clásicos de la canción sentimental. ¿A qué superhéroe de Marvel llaman para salvarle? A un señor de 1,40 nacido con rasgos Indígenas, llamado Armando Manzanero, autor de alguno de los boleros más devastadores de la historia de la música popular.
Los primeros estudios de mercado señalan que las fans de Luis Miguel le abandonarán si graba ese material. “No es un disco para nosotras, sino para regalar a las abuelas”, protesta una de las encuestadas. Contra toda prudencia, apuestan por el proyecto, que deciden titular “Romance” (1991). En una sola semana, se convierte en el álbum más vendido de América Latina, dando pie a las gira más exitosas de “Micky” hasta el momento. No solo sube varios peldaños de estatus, sino que pasa de ser un cantante para adolescentes a convertirse en una especie de Frank Sinatra latino, capaz de seducir a varias generaciones de hispanohablantes. Manzanero fue coproductor, asesor y autor de dos de las canciones más emblemáticas. A partir de ahí, Luis Miguel no dejaría de grabar los clásicos del maestro.
Sus composiciones han sido gabadas por gigantes como Alejandro Sanz, Andrés Calamaro, Manzanita, Olga Guillot, Andrea Bocelli, Los Panchos, Mayte Martín, Alejandro Fernández y Chavela Vargas, entre otros.
Algunas de las canciones contenidas en ‘Romance’ y sus exitosas secuelas sonaron el lunes noche en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid. Entre ellas, la vulnerable “No sé tú”, donde un hombre desnuda crudamente y con ternura sus sentimientos frente a la mujer de la que está enamorado. Los boleros tienen fama, en parte merecida, de ser un género machista y reaccionario, pero partituras como esta son complicadas de encontrar en el repertorio de los compositores posmodernos más deconstruidos de 2019. Obviamente, la voz de Luis Miguel es un Ferrari Testarossa y la de Manzanero un carro de granja, pero este último vehículo también tiene su encanto, como demostró a lo largo de hora y media. Todo lo que le falta de potencia expresiva, lastrada por el desgaste de sus ocho décadas largas de vida, lo suple con sentimiento, simpatía y delirantes monólogos cómicos de la vieja escuela. Solo se pasó de frenada una vez, con una larga historia salpicada durante “Mía” que le hizo parecer un poco Chiquito de Yucatán.
Maestro de maestros
Sería interminable reproducir la lista de leyendas que han grabado las canciones del maestro. Entre los más grandes, podemos citar a Alejandro Sanz, Andrés Calamaro, Manzanita, Olga Guillot, Andrea Bocelli, Los Panchos, Mayte Martín, Alejandro Fernández y Chavela Vargas. Ese repertorio es tan indestructible que resiste cualquier voz que lo trate con cariño y sentimiento. Enseguida queda claro que se trata de eso y Manzanero pide al público que le haga coros en “Esta tarde vi llover”, rompiendo el hielo de la noche, que no era mucho, ya que todos acudimos rendidos. Hubo mucha emoción en clásicos como “Contigo Aprendí”, “Adoro” y “Somos novios”. Faltaron piezas tan inmensas como “Te extraño”, que para cualquier otro autor sería la cima de sus carrera. Alguna menos conocida, por ejemplo “Huele a peligro”, nos recuerda que no todo su cancionero es sentimentalmente blanco. También dedicó a su padre, presunto juerguista, la letra de “Tengo que cambiar”, con su frase final caústica “tengo que cambiar…de mujer”. Y hasta se marcó unos simpáticos pasos de baile con la juguetona “Sabes una cosa”. No sonó una canción mala: "Por debajo de la mesa", "Nos hizo falta tiempo", "Nada personal"...
La banda estuvo espléndida, demostrando oficio y elegancia en los arreglos clásicos de la canción sentimental. La recta final del concierto se animó con la presencia de Rosita, una solvente cantante rubia que no siempre parecía informada del guión del recital, pero resolvía la papeleta con enormes tablas para salir de cualquier pantano. El comentario del público fue que seguramente la había encontrado la noche anterior en algún local tipo el Toni2 de la calle Almirante. Alguno de sus chistes fue espléndido, como cuando señalo de “antes, en la playa, había que apartar los bañadores de las chicas para ver un poco de carne, mientras que ahora hay que apartar la carne para ver un poco de bañador”. Medio siglo de cambios cotidianos resumidos en dos frases. Disfrutar un concierto de Armando Manzanero es una lección de música, pero también de sociología, ya que las mutaciones que se pueden rastrear en su canciones señalan la fragilización de los vínculos humanos a todos los niveles. Cada cual tendrá su compositor vivo favorito de la mñusica en español, sea Serrat, Sabina o Roberto Carlos, pero estoy seguro de que cualquier encuesta entre los grandes daría como resultado que a quien más se admira es a Armando Manzanero. Palabras mayores.
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