Son las once de la mañana del viernes pasado. La sala está llena de periodistas. Unos, jóvenes. Otros, ya veteranos. Los nativos digitales. Los que estrenaron el offset. Y los que han tenido que sobreponerse a la mayoría de las aboliciones, ya sean técnicas o morales. Los une un mismo hecho, una profesión: contar algo -con criterio, inteligencia y veracidad- a otros. Justo por eso han sido convocados en Santander por la Fundación Santillana para participar en el IV Congreso de Periodismo Cultural, cuyo tema esta edición lo sintetiza el enunciado El linchamiento digital. Acoso, difamación y censura en las redes sociales.
Acuden también investigadores y especialistas, entre ellos el investigador Manuel Arias Maldonadoo el sociólogo Miguel del Fresno, que interviene durante la última jornada del encuentro. En los días previos se ha hablado de Facebook; de post-verdad; de big data y el algoritmo de Google, y el clickbate, y los bots, y los trolls. También de la responsabilidad informativa, dentro y fuera del periodismo cultural; de la verdad y su ausencia; de la diferencia entre mentir y omitir. Los temas -en su mayoría clásicos de la profesión- se discuten en el escenario de la era digital, ese campo que traviste en toxina la reproductibilidad de la que habló Walter Benjamin. Todo se comparte. Se esparce. Se replica. Se agiganta. Se viraliza.
La sala está llena de periodistas. Los ha convocado la Fundación Santillana para participar en el IV Congreso de Periodismo Cultural, dedicado al acoso, difamación y censura en las redes sociales
Del Fresno se presenta ante su auditorio con la conferencia Bullying colectivo y economía del click. La tesis de fondo no es en sí misma sorprendente, pero sí funesta: los grandes fondos de capital han invertido en empresas como Facebook y Twitter, para que ‘el pueblo’ -o aquel representado en el conglomerado de quienes tienen acceso a una red determinada- haga la revolución, ¡ahora sí!, en las aplicaciones desarrolladas por Zuckerberg y Dorsey, a cambio de sus datos. El anzuelo de la gratuidad como escarpia de algo más grave.
"¡Los periódicos tienen que abandonar Facebook! Están ganando clics con vuestros contenidos. Mejor dicho: os están robando los contenidos y además de la publicidad", dice el sociólogo ante el auditorio. Lleva razón Miguel del Fresno: los anuncios en prensa digital cada vez valen menos y, en la granja de las noticias falsas, los periodistas se mueven a empellones entre los cerdos y las perlas. Martín Caparrós, que ejecuta como nadie el arte de llevar la contraria, pide la palabra y descerraja, desde las butacas más alejadas: "Seguimos viviendo en un pensamiento religioso. Si la gente cree que Dios creó el mundo en seis días, ¿le extraña que pase esto?".
Martín Caparrós, que ejecuta como nadie el arte de llevar la contraria, pide la palabra y descerraja una provocación desde las butacas más alejadas
Estupefacto, y ya escaldado por tratarse de la tercera o cuarta intervención que relativiza (malinterpreta o afea) su tesis, Miguel del Fresno responde, dirigiéndose a Caparrós: "Tú eres la post-verdad". El sociólogo tiene un gesto extraño, como si estuviese a punto de sacar un pendrive, un crucifijo o un pulverizador con agua bendita. ¡Hereje, ser no científico, arrepiéntete: el fin del mundo está por llegar!, le faltó responder a Caparrós, que se peina con los dedos sus bigotes de gigante de circo.
Quien presencia la escena vuelve a percibir lo mismo del día anterior, e incluso del anterior a ése, y del anterior al anterior a ése: una enorme confusión, con momentos aislados de lucidez. En el debate sobre la democracia encarnada -o no- en Internet y las redes sociales, estallan burbujas de entendimiento que se pierden en el ruido de fondo: el murmullo, el gorjeo, el pitido, el teclado, la guerra lejana de los tertulianos, la calle digital batiéndose a duelo ayer por el gas sarín, y hoy por la sentencia de La Manada. A la gresca y siempre con la misma intensidad. No son unos contra los otros, sino todos contra todos. Como aseguraba el director de El País en Cataluña, Lluís Bassets, el asunto es un escenario bélico en el que los usuarios (ciudadanos), más que empoderarse parecen entrenarse. Una guerra perpetua que erosiona a las democracias liberales y, por supuesto, a una de sus columnas más antiguas: los medios de comunicación.
Para el periodista Lluís Bassets, el asunto es un escenario bélico en el que los usuarios (ciudadanos), más que empoderarse parecen entrenarse
Se habla de Internet y las redes sociales como si de un cuerpo ajeno se tratara. Como si fueran ellas las que, por sí mismas, linchan y acorralan. La responsabilidad se deposita en su dinámica y no en la de los usuarios, es decir, en el conjunto de los ciudadanos que acuden a ellas: linchados y linchadores, víctimas y victimarios… El que esté libre de pecado que lance el primer tuit, valdría decir. Al ánimo del congreso lo recorre, en ocasiones, un cierto maniqueísmo, un escepticismo soterrado, una lectura de fondo que no augura nada bueno. La luminosidad está, claro, en los matices. Dependiendo de la edad y de la naturaleza de los medios de comunicación representados en este encuentro, los hay optimistas -Internet no es, en sí mismo, el infierno- y también prácticos -ya que esto está en marcha, entendámoslo y demos un uso correcto-.
La palabra del año en 2016 fue posverdad. En 2017 tocó el turno a las Fake-News, el anglicismo que resume la vieja invención de las noticias falsas. Que lo falsario sea consecutivo apunta a un dogma viejo, la democratización, ahora emplazado en un nuevo altar ¾empoderamiento, asambleísmo, populismo¾del que siguen despeñándose los mismos falsos ídolos. Todo se expande y pincha a una velocidad mayor en una nueva modalidad de autoritarismo. Algo más grande que los Estados o los Gobiernos que nos empuja permanentemente a una guerra a la que cualquiera puede apuntarse, pero sin tener muy claro, cuál es su bando. Algo así como salir a las cruzadas, con una tableta bajo el brazo.
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