Cultura

Clara Peeters: la primera mujer a la que el Prado dedica una monográfica, la que se retrataba escondida en sus bodegones

Así es la historia de la primera mujer a la que el Museo del Prado dedica una exposición.

Es muy poco lo que se sabe ella. Que vivió en Amberes. Que nació hacia 1594 y que comenzó a pintar muy tempranamente. Su primera obra conocida, Bodegón de galletas, está fechada en 1607; entonces ella tenía catorce años de edad. Se trata de Clara Peeters, la primera mujer a la que el Museo del Prado dedica una exposición. La exhibición que llega a Madrid proviene del Museum Rockoxhuis de Amberes, donde se expuso la obra de esta pintora flamenca especializada en bodegones y una de las pocas mujeres artistas activas en Europa durante la primera mitad del siglo XVII.

Su estilo, minucioso y detallista, se ha hecho característico para los estudiosos, acaso por una singularidad: la presencia de pequeños autorretratos en miniatura hechos por Peeters en los reflejos de las copas de algunos de sus bodegones. En sus composiciones abundan los objetos de metal o cerámica, casi siempre junto a manjares y flores, sin apenas superponerse. Y es justamente en esos objetos es donde ella se autorretrata. Ahí -en el filo de esas formas- está el lugar que Peeters elige para atestiguar su paso por ese momento y por esa pintura. Ella es, al mismo tiempo, objeto y sujeto de la pintura.

"El bodegón como género encierra en su alegoría del objeto (la fruta, la presa de caza, la flor) una conciencia implícita de finitud, de caducidad, de muerte. Ese es el lugar que elije Peeters para retratarse, escondida en su reflejo en los objetos"

Hay algo poético y rebelde en ese gesto de crearse y representarse al mismo tiempo; de hacerse visible a partir de la mímesis, de la ocultación que toda mímesis entraña. Camuflada en el mobiliario doméstico que forma parte de sus bodegones, Peeters se retrata justo a partir de la luz que baña esos objetos. Ella va a buscarse en ese lugar en el que la luz hace que lo que está oculto emerja. Aquellos que realmente miran, los que recorren la pintura con el ojo sensible y atento, la encontrarán. Clara Peeters aprovecha copas, jarrones y piezas de orfebrería para dejarse ver impresa en el objeto, casi fantasmal. Hay complejidad en ese pensamiento pictórico, en la elaboración que ese pensamiento delata. El bodegón como género encierra en su alegoría del objeto (la fruta, la presa de caza, la flor) una conciencia implícita de finitud, de caducidad. Es la demostración esencial de que la vida acaba; de que se impone la muerte y con ella. Que ella se retrate en ese espacio adquiere una resonancia especial, una conciencia del yo, del autor.

Se puede adivinar la silueta de Clara Peeters, por ejemplo, en la jarra que preside la parte derecha de Mesa (1611), un óleo sobre tabla que perteneció a la colección de pinturas de la reina Isabel Farnesio en el Palacio de La Granja y en la que se muestra una mesa, dispuesta con un jarrón con flores, un plato de porcelana con frutos secos y otro de metal con rosquillas, además de una copa de cristal y otros objetos metálicos de gran riqueza. "La profusión de texturas y materiales muestra la habilidad de la pintora flamenca para reproducir todo tipo de superficies", asegura la documentación de la obra en la colección del Prado. De gran predicamento en la pintura nórdica de mediados del siglo XVII, este tipo de composiciones, conocidas como desayunos, ofrecían un tema amable y cotidiano, muy apreciado por los coleccionistas del momento. Así, en la jarra metálica, como en muchas obras de los primitivos flamencos, el reflejo permite ver el exterior del cuadro, es justo allí donde se autorretrató la artista.

 

No existe documentación sobre su formación, pero su estilo –según se refleja en los ensayos dedicados a su obra en los archivos del Prado- guarda múltiples similitudes con el de Osias Beert I, pintor flamenco considerado por los historiadores como uno de los más tempranos especialistas en el género del bodegón. Es probable que coincidieran, porque Osias -algo mayor que ella-, también había nacido en Amberes. A pesar de los pocos datos sobre su vida, es probable que se moviera a lo largo de distintas provincias holandesas, a juzgar por sus trabajos de madurez, influidos por el estilo de bodegones de la escuela neerlandesa de Haarlem, fundada por Albert van Ouwater en el siglo XV.

Con una selección de obras similar a la que presenta en la ciudad belga, entre las que se encuentran las cuatro importantes obras de Clara Peeters propiedad del Prado, la exposición abrirá sus puertas al público el 25 de octubre.

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