Le gusta la plaza a Alberto García Alix y decide, por qué no, conversar en uno de los bancos de cemento que quedan libres. Son las siete de la tarde y hace frío, mucho frío. En media hora, el fotógrafo presenta su libro Autorretrato y quiere fumarse un pitillo antes. Viste un grueso abrigo militar verde y un arete de plata cuelga de una de sus orejas. Su piel tiene surcos y su voz asperezas. Pronto cumplirá 57 años, de los cuales lleva casi 40 detrás de una cámara; la prueba ha quedado reunida en las más de 150 fotografías, algunas de ellas inéditas, contenidas en un volumen editado por La Fábrica en el que se plantea una reflexión sobre el carácter autorreferencial de su obra.
En las páginas de Autorretrato se muestra desde sus primeros retratos, hechos en 1976, hasta el presente: fotos suyas chutándose heroína, con la cabeza rota por una lámpara, sentado en una escalera, conduciendo su moto, fumando desnudo. “La fotografía ha sido mi espacio para inventarme”, dice Alberto García Alix mientras sus dedos tatuados ensayan la forma más exitosa de convertir una minúscula colilla en un porro.
Su conversación es pausada y de frases cortas. Su sonrisa es dulce y sus respuestas espontáneas. No le gusta que le llamen fotógrafo de La Movida. Él sólo estuvo ahí e hizo algunas fotos. Pero resulta que ésas son las imágenes de una época y una estética que no puede entenderse sin su mirada. Premio Nacional de Fotografía en 1999 y PhotoEspaña 2010, es cronista y lector compulsivo –Céline, Conrad, Dostoievski-. “A veces creo que en mi fotografía hay más referencias literarias que visuales”. García Alix es un superviviente y sin embargo todavía teme.
-Se ha librado de las drogas, del sida, de la muerte. ¿De qué más ha salido ileso?
-No me he liberado de nada, pero a lo único que le tengo más miedo es a mí mismo.
-¿García Alix, miedo?
-Sí claro, a todo. Los miedos son cada vez más intensos a medida que cumples años. Los amigos van muriendo y uno se va poniendo en primera fila de la trinchera. Lo más íntimo que tenemos es el miedo y es lo que menos se puede reflejar. Los años no nos lo quitan, lo agudizan, hacen que nos pertenezca íntimamente.
-¿Es fotogénico?
-Es muy difícil de retratar. Yo no retrato el miedo. Puedo hacer fotos con mi capacidad de miedo y que influya al momento de comprender o acercarme a la imagen. Pero no lo retrato.
-Su obra es completamente auto referencial y este libro de autorretratos así lo demuestra. Ha dicho que es un exhibicionista de su tiempo y de sus incertidumbres. ¿Se siente como tal?
-Desde el momento que decido mostrar las imágenes estás siendo exhibicionista. Soy un exhibicionista como fotógrafo de mí mismo. La fotografía se ha convertido en un ejercicio para mí. Cuando pienso fríamente en la fotografía, llego a la reflexión de que es un espacio dónde inventarme. Lo veo de una manera muy soberbia. Es mi mundo, mi espacio. Con la fotografía nunca he tenido pudor, ¿que me he fotografiado drogándome? Sí, como si me estuviese masturbando. Es un ejercicio. Me da más pudor mostrar la foto, pero hacerla no.
- Otro elemento que prácticamente identifica su obra desde el comienzo ha sido el retrato como género.
-El retrato es una manera de mirar. Retratar es un acto intencionado, con lo que retratamos establecemos un diálogo. Y mi diálogo cada vez es más intenso. Me hago más preguntas.
-¿Ha cambiado su percepción?
- Ha cambiado que un día me busco más a mí. La mirada al comienzo era hacia afuera, ahora viene desde fuera para adentro, hay un camino de vuelta. Al principio retrataba más. El retrato sigue siendo mi gran ejercicio, sigo retratando todo lo que puedo.
-¿De qué forma todos estos años han podido intervenir su relación con la imagen y su forma de mirar?
-El fotógrafo educa su mirada. Yo he educado mi manera de mirar durante todos estos años. Las fotos se han ido haciendo más cerradas, más oscuras, menos ingenuas. El fotógrafo siempre es malicioso, porque busca una imagen y una imagen no es natural, hay que encontrarla. No hay nada natural en la mirada más en un fotógrafo.
A Alberto García Alix no le importa el frío. O no lo siente ya. La plaza se ha quedado prácticamente sola y a las puertas de la galería La Fábrica, en el número 13 de la madrileña calle Verónica, acude un grupo de gente para la presentación. La conversación termina como empezó, en la calle y sin prisas; con un viento frío y algo parecido a un retrato. Es García Alix riéndose, mostrando los dientes blancos y las estrellas tatuadas alrededor de los ojos. Es García Alix, el superviviente.
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