Seguro que han escuchado hablar de la polémica artística de la cuarentena: nos referimos a la escultura Héroes de la covid-19, del escultor Víctor Ochoa. Se trata de una obra realizada tres años antes de la pandemia, que el creador ha resignificado para adaptarla a este conflicto social contemporáneo. La escultura ha propiciado un intenso debate, que va desde la intimidad política de artistas con representantes públicos hasta el hecho de que el propio Ochoa valore su donación en 273.000 euros, uno por cada contagiado en España, según recogía un reportaje de la periodista cultural Mónica Zas Marcos. Los numerosos encargos de Ochoa para la ayuntamientos y figuras de la derecha -Madrid, Cartagena, Luis María Ansón…- no le convierten en un caso singular, sino en el último eslabón de una cadena de favoritismos políticos donde también podríamos situar a Miquel Barceló con el PSOE, Calatrava y la Comunidad Valenciana del PP y César Manrique con el ayuntamiento de Lanzarote. Quizá el ejemplo más claro sea la intensa relación de Mariscal como estética del rodillo electoral del PSOE que culmina en Barcelona 92.
La última batalla política se da en el IVAM valenciano, con su exdirector José Miguel G. Cortés denunciando que la decisión de no renovarle responde a un deseo de control político del museo. En entrevista con el diario digital Valencia Plaza, Cortés explica ha decidido no presentarse al concurso para escoger nuevo director alegando que “no voy a avalar con mi presencia un proceso amañado y políticamente solucionado. No voy a colaborar con esto. Además, yo ya he demostrado lo que sé hacer durante seis años. Si no ha sido suficiente lo siento mucho. Esto es una decisión política”, denunciaba.
El IVAM vive estos meses una batalla de poder, con acusaciones cruzadas de politización de la gestión, por un contrato de seis años que se esperaba prorrogar hasta los dieciocho
Por su parte, la crítica de arte Marisol Salanova respondía desde sus redes con una visión contraria: “¿De verdad el director del IVAM va a usar a los medios de comunicación para acusar al gobierno valenciano de politizar los museos? (…) El IVAM estuvo politizado mucho tiempo y él y su equipo no se encontraban muy lejos. (…) Su cargo fue ocupado aún bajo el paraguas del anterior gobierno, cuando incluso la propia Consuelo Ciscar formaba parte del Consejo”, recuerda. “¡Blindado se creía! Asegurándose el gobierno anterior que la dirección del IVAM no ‘abriría cajones’ sobre lo que había estado pasando allí durante la etapa Ciscar, al menos en casi dos décadas de silencio posterior asegurado. Nada le impide presentarse de nuevo al próximo concurso pero se niega. ¿Es orgullo o miedo? ¿Miedo a que un nuevo jurado, de verdad internacional, transparente, respetando las buenas prácticas, elija a otro candidato?”, se preguntaba Salanova. Hablamos de que Cortés disfrutaba de un contrato que obtuvo presentando un proyecto para seis años que se cumplirán el próximo mes de septiembre y que esperaba ver prorrogado hasta un total de dieciocho años, excepcional condición que se le pretendió conceder en 2014. El debate está servido.
Ecos de la crisis financiera
Quizá podamos prepararnos mejor para la crisis que viene analizando que pasó en la anterior, tras el derrumbe de la economía financiera por la crisis de las hipotecas basura y la caída de Lehman Brothers. Un buen texto para recordar los efectos de aquello en el arte contemporáneo es “Arte político, ¿a quiénes se dirige?”, de la especialista Elena Vozmediano. Este fragmento es especialmente esclarecedor: “El museo y la sala de exposiciones pública no están al margen del sistema económico y social dominante, y no pueden juzgarlo desde fuera. Para que un artista político tenga posibilidades en el mercado es casi indispensable que cuente con el respaldo institucional. En Europa, buena parte de los museos públicos favorecen la producción y exhibición de arte socialmente comprometido, especialmente aquellos cuyos directores tienen vínculos con la universidad y la crítica académica, donde estas posiciones han tenido su bastión”.
El arte contemporáneo es una burbuja de clase media-alta y los museos se han convertido en lugares de socialización de las esferas acomodadas.
¿Es entonces el arte contemporáneo un nido de seres revolucionarios? Más bien estamos ante un balneario de la izquierda domesticada. “Los museos más ideologizados hacen una muy tímida autocrítica de su propia implicación en las dinámicas económicas del neoliberalismo. No pueden evitar ser, además de centros de conservación y estudio, instrumentos de gentrificación, productos para la industria turística y, faceta en la que la fricción debería ser mayor, medios de comunicación y promoción para las empresas que los patrocinan”, opina Vozmediano. Resumiendo crudamente: el arte contemporáneo es una auténtica burbuja de clase media-alta y sus posibilidades para la critica sociopolítica siguen muy mermadas, así que los museos se han convertido, en gran medida, en lugares de socialización de las esferas acomodadas.
La batalla del turismo
Vozmediano también menciona el turismo, otro de los conflictos más candentes. La Barcelona de Ada Colau, por ejemplo, ha plantado batalla al desembarco de visitantes, señalando que propicia fenómenos indeseables como la gentrificación, la masificación y el desplazamiento de las necesidades locales en favor de las exigencias comerciales. Colectivos como la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico, que cuenta con representación de 21 zonas de la ciudad, denuncian que el actual modelo de turismo en Barcelona es incompatible no solo con la sostenibilidad ecológica, sino con una vida colectiva justa. Las denuncias de los distintos barrios muestran un abanico que va desde el encarecimiento del coste de vida que conlleva el turismo hasta la desaparición del comercio de proximidad, pasando por la saturación de las calles. También hay reclamaciones tan concretas como el rechazo a que se instale una sucursal del museo Hermitage en la Barceloneta.
Estamos ante una batalla parecida a la que se ha librado en Málaga, un ejemplo de exitosa mutación turística basada en el arte que se ha encontrado con voces sociales de respuesta como la del colectivo La Casa Invisible y la del artista y crítico cultural Rogelio López Cuenca, que habla de ‘picassización’ de la ciudad. “Es la variedad local de aspiración al ‘efecto Bilbao’ o el ‘efecto Guggenheim’. Desde entonces, Málaga ha recibido el AVE, ha abierto una segunda pista en el aeropuerto –de nulo uso y por sólo 224 millones de euros– y el puerto se ha convertido en una estación de cruceros que vomitan oleadas de turistas que tienen en el Picasso una parada obligada”, denuncia. Es ya clásico su artículo sobre un mural de Obey que se ha convertido en ejemplo de ‘paracaidismo cultural’, es decir obras que se venden como emblemáticas del ayuntamiento que compra sin tener nada que ver con la vida real de la ciudad donde caen por obra y gracia de un cheque.
Hay acuerdo en que el mundo vive un proceso de estetización donde las prácticas turísticas se confunden con las propuestas de los museos
En el otro lado del espectro, tenemos el discurso de la concejala de turismo del PP madrileño, Andrea Levy, que prometió durante las elecciones plantar cara a la turismofobia. Entre sus planes destacan reforzar el atractivo de la industria de musicales de la Gran Vía y convertir a Madrid en un destino con más pernoctaciones, presentándolo como campamento-base de las visitas a ciudades de patrimonio sustancial como Cuenca y Toledo. Académicos como José Díaz Cuyás, profesor de Estética y Teoría del Arte en la universidad de La Laguna, han señalado que tanto los museos como el turismo son fenómenos hermanados que nacen el periodo romántico. “Diversos autores (Groys, Michaud, Lipovetsky…) han insistido en que la experiencia estética y la turística poseen una raíz común. Este sería el motivo por el cual hoy, con un arte desobjetualizado y el mundo en un proceso de estilización generalizada, resultaría cada vez más difícil distinguir las prácticas turísticas de las propiamente museísticas”, explicaba en una tribuna de El País. El profesor Díaz Cuyás es miembro del grupo de investigación Turicom, sobre cultura, antropología y turismo.
Estetizar la política
Quizá la figura más interesante para entender el arte contemporáneo de nuestra época sea el director del museo Reina Sofía, Manuel Borja Villel. Hace no tantos años, creó una pequeña polémica en el mundillo cultural internacional cuando declaró en la revista Artforum que la mejor obra de arte de 2011 había sido las manifestaciones del 15M. También levantó un encendido debate al comisarar una exposición sobre el Guernica donde apenas se mencionaba la guerra civil española. Otro de sus momentos más comentados fue la exposición Principio Potosí, donde se trataba de explicar el principio marxista de la acumulación originaria basándose en la colonización de América Latina. Todo esto en un museo español con un patronato compuesto por figuras sociales destacadas y empresas del Ibex 35. Críticos culturales conservadores como Félix de Azúa han denunciado de Borja-Villel ha convertido el Reina en “una plataforma de Podemos”. También hay artistas y comisarios de izquierda que no se animan a decir en público lo que exponen en privado: que Borja-Villel es experto en estetizar conflictos políticos y politizar debates culturales. Esto es como afirmar que estamos ante alguien ideal para amortiguar las potencialidades emancipadoras del arte contemporáneo. ¿Quién lleva razón?
¿Cómo orientarse en en los conflictos que están por venir? Personalmente, recomiendo leer un brillante artículo del crítico y curador Iván de la Nuez, cubano residente en Barcelona. Se titula, muy gráficamente, “Del urinario al papel higiénico: "Apogeo y caída del Arte Contemporáneo desde Duchamp hasta la pandemia”. Lo publica la revista cultural El Estornudo, que destaca por su desapego del discurso del castrismo y del poscastrismo.“¿Qué hacer, entonces, ante el previsible desastre que se nos viene encima? De momento, se han sacado a pasear —¡otra vez!— los comodines conceptuales esgrimidos en crisis previas. La panacea del ‘proceso’, el ‘conocimiento’, la ‘acción social como una de las bellas artes’, el ‘perfil pedagógico’ de los museos… En el ahora remoto año 2008, cuando el crac financiero demolió miles de vidas y centenares de espacios artísticos, el ‘proceso’ y el ‘cambio de paradigma’ ya rechinaban como los comodines teóricos en cualquier ámbito del arte. Lo que no faltó fue la catarata de exposiciones que rentabilizaron estéticamente la crisis, ni la capacidad de flotación de una élite avezada en conjugar el compromiso social con la ambición para fortalecer su carrera individual. Parecido a lo que ocurre ahora, dicho sea de paso. Lo que tienen en común los mesías crepusculares y las funerarias es que siempre se las arreglan para rentabilizar la muerte”, explicaba. ¿Conclusión provisional? No parece que haya muchas posibilidades de que la cosa vaya a mejor. Solo nos queda confiar en que el aburrimiento nos ayude a encontrar salidas estimulantes.
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