Cultura

Artistas y criminales

El premio de Cannes a Roman Polansky ha provocado un terremoto en Francia. Pero muchos genios del arte fueron delincuentes, y eso no implica que se renuncie a su obra

El partido estaba tenso, se había hecho de noche y ninguno de los dos contendientes cedía. Parecía que se jugaran a la palla corda (un antecedente del tenis) mucho más de los diez escudos de la apuesta. El de más edad, con aspecto y maneras de matón de taberna, era sin embargo el mejor pintor de Italia en los inicios del barroco, Michelangelo Merisi, conocido por Caravaggio. Su oponente, Ranuccio Tomassoni, era un joven de buena familia y malas costumbres, orgulloso y soberbio, muy fiero de su ascendencia española. Y como siempre, entre ambos había una mujer, Fillide Melandroni, una famosa cortesana, es decir, prostituta de lujo, que le tenía sorbido el seso a Caravaggio (la retrató al menos cinco veces), pero que se había hecho amante de Ranuccio.

El caso es que en un momento del juego los jugadores tiraron las raquetas y empuñaron las espadas. Ranuccio sería bueno para los duelos caballerosos, pero Caravaggio tenía más experiencia en peleas sucias. Le dio una estocada en el muslo y Ranuccio cayó a suelo. Hasta ese momento las cosas tenían arreglo, un calentón, una herida, nada grave ni desusado. Pero ya hemos dicho que había aquella seductora mujer por medio.

El pintor estaba decidido a ser el único macho de la manada, y aprovechando que el enemigo estaba caído –Caravaggio no era un caballero- le dio un tajo en el pene. Y dicen los testigos que encima se reía… Pero no era cosa de risa, el pene es órgano delicado con poderosos vasos sanguíneos, y Ranuccio se desangró enseguida. Aquello era asesinato.

Caravaggio había hecho muchas barrabasadas, pero contaba con la protección de su mecenas, el cardenal Di Monti, y siempre había salido bien librado. Pero en esta ocasión el padre de la víctima gozaba del favor del Papa Pablo V, que mandaba más que todos los cardenales. El pintor tuvo que huir de Roma y vivió un agitado exilio. Estuvo en Malta pero lo expulsaron por “faltas a la moral”. Estuvo en Nápoles e intentaron asesinarlo, dejándole malherido. Finalmente, tras cuatro años de éxodo, logró una promesa de indulto y regresó a Roma.

Caravaggio

Parece que desembarcó en Porto Ercole, cerca de Roma, pero nunca llegaría a la ciudad donde había alcanzado la gloria. Murió no se sabe cómo, ni cuándo, ni dónde, quizá de fiebres, quizá en un ajuste de cuentas de las muchas que tenía pendientes. Caravaggio ha pasado a la Historia como arquetipo de genio del arte cuyo comportamiento personal es monstruoso. Pero las iglesias de Roma exhiben orgullosas sus maravillosas pinturas, y ni siquiera al más reaccionario de los eclesiásticos se le ha ocurrido que hubiera que retirarlas por los vicios morales de su autor.

También Cervantes

En las antípodas morales de Caravaggio está Miguel de Cervantes. Aparte de su arte literario, Cervantes se acreditó como un servidor leal de su rey y su patria, que luchó con valor en Lepanto y fue gravemente herido, quedándole una secuela de por vida por la que se le llama “el manco de Lepanto”. Pero podría haber sido el manco de algo vergonzante si la Justicia le hubiese alcanzado en su momento.

Un erudito cervantista, Jerónimo Morán, con ocasión del tercer centenario de la muerte del escritor, dio a conocer en 1916 un legajo guardado en el Archivo de Simancas con una orden de busca y captura contra Miguel de Cervantes. La razón de ello fue un duelo o pelea callejera entre Cervantes y un tal Antonio de Sigura, maestro de obras, que resultó herido en la mano. Eso sucedió en 1569, y a finales de ese año Cervantes abandonó España y se marchó a Italia en el séquito del cardenal Acquaviva, legado papal.

En la época los asuntos de honor se resolvían desenfundando la espada, y los españoles eran muy puntillosos, por lo que los desafíos eran el pan nuestro de cada día. No es por tanto nada extraordinario que Cervantes se batiese con cualquiera, lo malo es que no compareció al juicio que se celebró por ello. Es posible que Cervantes desconfiara de la justicia, que temiera las influencias de su víctima. O simplemente le surgió la oferta de viajar a Italia con un gran personaje de protector, pues Acquaviva proclamaba su admiración por los versos del joven Cervantes. No iba a perderse una oportunidad así para asistir a un juicio.

El caso es que al juez le sentó mal que no compareciese, y le condenó en rebeldía a la amputación de su mano derecha y a diez años de destierro. La fortuna, que siempre tuvo poca piedad con Cervantes, le haría pagar estas penas: manco en la batalla de Lepanto y no diez, sino 12 años fuera de España, entre los que sirvió como soldado y los que padeció como cautivo de los turcos.

Pero volviendo al asunto del arte y el delito, ¿se llegará a pedir que se retire el Quijote de los colegios porque su autor fue un fugitivo de la ley y condenado a grave pena en rebeldía?

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