Los ecoactivistas van a terminar destrozando las Meninas, la Piedad, el Guernica o cualquier gran obra de arte de fácil acceso. No solo van a terminar destrozando o deteriorando algún tesoro de la humanidad, sino que también van a liquidar una de las principales reivindicaciones del siglo XXI.
Cualquiera que haya visitado un gran museo se da cuenta de lo vulnerables que son la mayoría de las obras expuestas. Aunque un guardia se hubiera abalanzado sobre mí en unos segundos, la última vez que visité el Prado, podría haber acariciado las pinceladas del lomo del mastín adormilado del cuadro de las Meninas y con la mano izquierda me hubiera dado tiempo a clavarle un boli a la infanta Margarita. No demos ideas…
De forma mucho más pacífica que la última acción con los Girasoles, un grupo de víctimas del aceite de colza utilizó en octubre de 2021 la obra de Velázquez para visibilizar su protesta. Durante dos horas, un pequeño grupo permaneció en la sala con una pancarta hasta que fueron desalojados por la policía. Los manifestantes, que en ningún momento atentaron contra los lienzos, denunciaban el "abandono" que sentían por parte de los políticos.
El Prado y la mayoría de museos apenas cuentan con obras acristaladas. Las pinturas y esculturas están terriblemente expuestas como se demostró hace un par de semanas en los museos Vaticanos cuando un hombre derribó dos bustos romanos, después de que no le dejaran hablar con el Papa.
Es un riesgo inmenso para el patrimonio, que las obras de arte se conviertan en un objetivo de reivindicaciones. En los últimos actos de los activistas, sus protestas no se han limitado a tener a la obra de fondo, sino que su protesta se ha basado en atacar a la obra en cuestión.
¿En qué momento consideraron una buena idea crear el dilema de arte o protección del medio ambiente? "¿Vale más el arte que la vida?, ¿más que la comida?, ¿más que la justicia? La crisis del coste de vida y la crisis climática están impulsadas por el petróleo y el gas", plantearon en la última acción contra los girasoles de Vincent Van Gogh en la National Gallery de Londres. "Gracias a la escalada de los precios del gas, millones de familias británicas no podrán permitirse calentar una lata de sopa este invierno", concluyeron desde Just Stop Oil.
Me aventuro a pensar que la mayoría de las personas, incluso las concienciadas con la importancia de frenar el cambio climático, se preguntaron: ¿Qué tiene que ver Van Gogh con la crisis climática, la inflación y la pobreza energética?
Riesgo contra el patrimonio
Los defensores de este tipo de actos responderán que la obra no fue dañada y la acción consiguió una repercusión mundial. Sin duda tuvieron su minuto de fama en el telediario, pero a un caro precio. En primer lugar, el marco original sí que fue dañado y el cristal protector de estas obras no blinda al cuadro como sí que lo hacen cápsulas como la instalada en el Louvre con la Gioconda. Estructuras muy caras y más para obras de gran formato. Aunque quizás lo más peligroso de la última protesta sea el precedente, uno más, que siembra el camino a futuros ataques. Una escalada de acciones en la que algún día, un mal cálculo o un exceso de motivación terminará con algún daño irreparable.
La utilización del arte como escaparate para protestas sociales no es nada nuevo. El 10 de marzo de 1914, la espalda de la Venus del espejo de Velázquez, recibió siete puñaladas en la National Gallery de Londres. La sufragista Mary Richardson atacó la pintura el día después de que su compañera sufragista Emmeline Pankhurst fuera detenida. "He intentado destruir la imagen de la mujer más bella de la historia mitológica como protesta contra el Gobierno por destruir a la señora Pankhurst, que es el personaje más bello de la historia moderna”, dejó escrito Richardson.
Si una mujer atacó la imagen de “la mujer más bella del mundo”, un geólogo atentó contra uno de los bloques pétreos más maravillosos de la historia. El húngaro Laszlo Toth, un desequilibrado que buscaba ser reconocido como Cristo, asestó 15 martillazos contra la Piedad de Miguel Ángel, provocándole importantes daños en distintas partes del cuerpo.
Dos años después, el artista iraní Tony Shafrazi escribió sobre el Guernica con spray en letras rojas 'Kill Lies All' (Matad todas las mentiras). El atentado contra el Guernica fue una reacción al indulto del presidente Richard Nixon a William Calley, el único oficial del ejército estadounidense enjuiciado por la masacre de My Lai en 1968, durante la guerra de Vietnam. Como muestra un vídeo realizado por el museo, todavía quedan restos de pintura roja sobre la tela de Picasso.
Durante el verano de 2022, varios activistas climáticos se han pegado con pegamento al cristal protector de la Primavera de Botticelli, al pedestal del Laocoonte y sus hijos y el de Formas únicas de continuidad en el espacio de Boccioni.
El bote de tomate derramado sobre los girasoles sube un escalón en los ataques contra el patrimonio. Lo que le faltaba al movimiento ecologista es que vinculen la protección del planeta con el vandalismo de obras de arte. Cuesta pensar una protesta que consiga un efecto más contraproducente, una mayor distracción con respecto al tema reivindicado. ¿Quién pensó en la emergencia climática viendo chorretones de tomate deslizarse por el cristal de los Girasoles?
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