Brendan Fraser se merece el Oscar. Cualquier persona que haya visto La ballena lo tiene claro y quienes acudan a los cines a partir de este viernes 27 de enero, día de su estreno en las salas españolas, probablemente también estarán de acuerdo. El actor lleva a cabo un trabajo descomunal en la nueva película del cineasta estadounidense Darren Aronofsky, director de películas tan fascinantes como Pi, fe en el caos (1998), Requiem por un sueño (2000) o Cisne negro (2010). Con estas indicaciones, a priori nada puede ir mal.
Fraser, nacido en Indianapolis (Estados Unidos) en 1968, se enfrenta aquí al que probablemente ha sido la interpretación más difícil de su carrera, que arrancó en 1991 con un papel en la película La última apuesta, protagonizada por el fallecido River Phoenix. A partir de entonces, ganó protagonismo en el terreno de la comedia (El hombre de California, 1992; Cabezas huecas, 1994; o George de la jungla, en 1997, por citar algunas) hasta que llegó el papel más taquillero de su carrera: el de Rick O´Connell en La momia (1999), película que recaudó más de 400 millones de dólares y que dio paso a una trilogía.
¿Qué ocurrió a continuación? Su carrera perdió brillo paulatinamente sin recibir el apoyo del público y de la crítica. Casi al mismo tiempo, Brendan Fraser vivió una situación desagradable que confesó hace apenas cinco años, y que le afectó psicológicamente: Philip Berk, antiguo presidente y miembro de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood, le manoseó durante un almuerzo que tuvo lugar en el Hotel Beverly Hills en 2003, una situación que le causó daño psicológico -y por la que no acudió a la reciente ceremonia de los Globos de Oro-, a lo que se sumaron varias lesiones físicas durante algunos rodajes.
Por todo ello, el renacimiento del actor de manos de, ni más ni menos, que Aronofsky fue todo un acontecimiento en la pasada edición del Festival de Venecia. Y no decepcionó. La platea se puso en pie, los aplausos se extendieron durante minutos e incluso al intérprete se le saltaron las lágrimas.
La ballena es un drama psicológico en el que Brendan Fraser interpreta a Charlie, un profesor de literatura que vive encerrado en su casa, sin apenas poder moverse del sofá, donde permanece enclaustrado debido a sus 272 kilos de peso. Su corazón corre peligro, pero la ansiedad que le provoca la pena con la que carga le lleva a comer de forma compulsiva todo tipo de alimentos poco saludables. A medida que se acerca a un final inevitable, trata de recuperar la relación con su hija de 17 años, de quien se separó cuando empezó una relación sentimental con un hombre, cuya muerte no ha superado.
La película pierde la ocasión de huir de la obviedad y de los símbolos manidos en su búsqueda de abordar temas como la empatía, la belleza interior o la redención
Esta película es un retrato de las consecuencias fatales de la obesidad mórbida, y por ello no evita mostrar la faceta más grotesca de la enfermedad y la actitud más autolesiva del protagonista, así como la tristeza y el dolor con los que sobrevive. El personaje de Charlie convive con un dolor demasiado fuerte que le ha llevado a vivir recluido de casi todos sus seres queridos, e incluso de sus alumnos, de quienes se esconde a través de las clases online que imparte.
Aronofsky es amante de los espacios cerrados, de la claustrofobia física y mental, y así lo vuelve a demostrar en esta película, que está basada en la obra de teatro homónima de Samuel D. Hunter, quien además firma el guion de su adaptación al cine, y es ahí donde quizás se encuentran algunas de las mayores carencias de esta película, que pierde la ocasión de huir de la obviedad y de los símbolos manidos en su búsqueda de abordar temas como la empatía, la belleza interior o la redención.
Brendan Fraser, colosal
La ballena es una película conmovedora, pero para esta redactora de Vozpópuli cae en el exceso, en el melodrama y en el sentimentalismo. Llega al clímax demasiado pronto y pretende instalarse durante toda la película con herramientas como la música, con la que se acentúa la emoción de tal manera que solo aporta pinceladas cursis y trágicas propias del peor telefilme. El color, los efectos y algunas conversaciones resultan artificiosas, y parece una oportunidad perdida para Darren Aronofsky, que busca intensidad donde quizás uno no la espera.
La única conclusión a la que todos llegan tras ver esta película es que Brendan Fraser merece un Oscar por este papel. Los motivos pueden no ser los mismos para todos. Unos pensarán que realiza el mejor trabajo de su carrera, a la altura de los grandes papeles de este año, mientras que otros pensarán que los esfuerzos por levantar su trabajo son ímprobos en comparación con el guion.
No en vano, el actor debe caminar con una prótesis de más de 20 kilos y con un excesivo maquillaje que le impide realizar movimientos con libertad. Sin saberlo, su papel, por el que a todas luces ganará la estatuilla, es el salvavidas de esta historia, llena de buenas intenciones, demasiado pendiente de resultar humanista y demasiado cerca de la pornografía emocional.
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