Fue una experiencia desconcertante, también un poco desagradable. Hace justo cuatro años, a mediados de julio de 2017, quedé con el grupo argentino Kumbia Queers en una terraza de la calle Argumosa, en el barrio madrileño de Lavapiés. Un par de meses antes habían completado una gira por Cuba, invitadas por una institución gubernamental. Yo quería conocer sus aventuras en la isla y también preguntarles hasta qué punto pensaban que el castrismo se tomaba en serio la lucha contra la homofobia. Las cosas que me explicaron no las vi venir. “Para mí, lo más triste fue encontrar gente joven vestida con la bandera de Estados Unidos. Es la moda principal. Ves muchísimos adolescentes así, con una remera (camiseta) o una cartera de las barras y estrellas. Incluso taxis con la bandera estadounidense", confesaba Juana Chang, vocalista. También les alarmó comprobar que toda la gente que conocían tenían dos trabajos: uno dentro de la economía cubana y otro al servicio del sector turístico. Como es lógico, los jóvenes aspiraban a poder sobrevivir con una sola jornada laboral.
Cuba es rehén de las fantasías de ciertos sectores de la izquierda", lamenta Ismael Serrano
Trajeron más impresiones negativas: no solo un alto grado de machismo y homofobia, sino una completa desorientación con el lesbianismo. “Les cuesta hacerse a la idea de que a una mujer le puedan gustar otras mujeres. No entra en el imaginario colectivo. Ni siquiera reconocen que la chica que camina a tu lado pueda ser tu novia", añadía Chang. También comprobaron la completa desconexión de los jóvenes respecto a la retórica oficial, incluso en el desfile del Primero de Mayo. “Tuve la impresión de que la revolución suena como algo obsoleto. La juventud no se siente interpelada por los viejos mitos, ni tienen puntos referencia nuevos”, resumía Florencia Linyera, encargada de los teclados. Dos días después de la charla, me pidieron que purgase la entrevista de cualquier crítica al gobierno porque temían no volver a ser invitadas. Por supuesto, no acepté, pero que les preocupase eso resulta revelador.
Hipocresía gubernamental
Quien mejor analiza la batalla cultural de Cuba es Iván de la Nuez, un ensayista y curador de arte contemporáneo que cambió La Habana por Barcelona. Su diagnóstico es que el castrismo está muriendo por la vía del contagio de hábitos culturales y de consumo. “Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención en estos diez últimos años en los que he regresado a Cuba es esa ‘miamización’ del país. Hasta el punto de que no entiendo cómo el exilio no lo ha celebrado como una victoria. Con la gente chateando diariamente con sus familiares -algo impensable antes-, compartiendo programas de radio, televisión o Internet, exposiciones, conciertos, obras de teatro, poniendo negocios (algunos inconfesables) con capital de la Florida, o simplemente regresando a vivir a la isla. Todo eso canalizado por un hecho estadístico incontestable: en Cuba hay más de seis millones de teléfonos móviles que permiten ese trasvase que no parece reversible”, constata. Su ensayo Cubantropía (Periférica, 2020) contiene muchas más reflexiones valiosas. Sin prisa pero sin pausa, Cuba deja de ser una excepción.
La distancia entre el Gobierno y los jóvenes también es palpable al sumergirse en la música repartera, equivalente cubano a nuestro trap. Este género cuenta con mártires como Elvis Manuel, que falleció en 2008 en tratando de llegar a Miami. Tenía solo 18 años, pasaba un gran momento de popularidad y su cuerpo nunca fue hallado. Hoy le sobrviven discípulos como Chocolate MC, enfrentado a las élites políticas de la isla. En realidad, la música popular es el mejor campo para confirmar la doble moral de la clase dirigente cubana, como explicaba en 2018 el periodista Héctor Antón en la revista El Estornudo. “La persecución al reguetón no es más que hipocresía colectiva. Ya sabemos de los vínculos gubernamentales entre tolerancia y corrupción, anonimato y fortuna, glamour y control. No es noticia que el turismo sexual garantiza los ingresos oficiales a costa de un género fogoso o vulgar como el reguetón. Y nos preguntamos: ¿qué diferencia hay entre una sociedad podrida y Chocolate MC, quien se considera ‘drogadicto, bandolero y enfermo’ en un gesto antropofágico?” Es la pregunta del millón.
El pasado mayo entrevisté para un podcast al cantautor de izquierda Ismael Serrano y recuerdo especialmente una de sus respuestas, por valiente y acertada. "No estoy al tanto de lo último que pasa en Cuba. He estado allí varias veces pero tengo cierto sentimiento de culpa, que deberíamos compartir quienes creímos en la revolución y en todo lo que representó en su momento. Cuba ha sido rehén de las fantasías de ciertos sectores de la izquierda: hemos depositado tantas esperanzas e ilusiones en el proyecto de la isla que hemos creado una especie de proyección. Hoy Cuba tiene muchos problemas de libertad de expresión y sabemos que no es perfecta. Hasta el propio Silvio Rodríguez se ha pronunciado varias veces en ese sentido. Es verdad que hay elemento que distorsiona el debate que es el bloqueo, pero yo creo que Cuba es un rehén, como muchas personas son rehenes de su personaje", explicaba. No se puede hablar más claro.
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