Chile camina a las elecciones presidenciales más atípicas de su historia bajo un bombardeo de canciones o jingles electorales. No es un fenómeno nuevo: hacer de la música un poderoso instrumento de campaña es ya una tradición en toda América Latina. Sin embargo, las cotas de surrealismo y los episodios de esperpento que nos hemos topado esta vez marcan un antes y un después. En efecto, pocos esperaban que la moderada república chilena acabase votando entre un populista de izquierdas y un personaje semidesconocido de la derecha más ultra. Pero los experimentos musicales de las campañas de José Antonio Kast (Frente Social Cristiano) y Gabriel Boric (Apruebo dignidad) han escapado también de todo lo esperable. Si el K-pop, el Funk y las Rancheras jamás habían soñado juntos ¿quién esperaba que esta cita electoral los fuese a juntar?
Durante estos últimos años, hemos visto a la música electoral hacerse un hueco privilegiado en las campañas electorales de toda América Latina; pero nunca nadie se había salido tanto del guión. Lo esperable habría sido que el ultraderechista hubiese optado por cuerdas frotadas y música épica; pero las empresas de comunicación que asesoraron a Kast se atrevieron trap (aunque con resultados espeluznantes). Uno esperaría que los “nietos de Salvador Allende” se atrincheraron en las canciones de los Parra, Víctor Jara y Quilapayún; pero tampoco se dejaron encasillar. Ambos optaron por entrar en una carrera musical por La Moneda, y el resultado es espectacular.
Por su banda, la izquierda encabezada por Boric ha demostrado una virtuosa capacidad para “reciclar” su tradición musical en himnos más actualizados. Así, en vez de perderse en la repetición, la huella de sus charangos andinos o el eco de la Nueva Canción Chilena se ha entrelazado a lo largo de su campaña con el autotune, los ritmos electrónicos y las letras de rap. Y aunque a veces alguna ejecución pobre e infantil de esta idea haya devenido en puntuales estallidos de vergüenza ajena, sería deshonesto no reconocer que la mayoría han destacado por lo contrario.
Por la otra banda, si Bolsonaro se lanzó a los brazos del trap y la derecha colombiana a los del reguetón, la campaña de Antonio Kast en Chile decidió no casarse con nadie; pasando del rap a las baladas, y atreviéndose hasta con el techno. De hecho, en regla con la ya conocida nostalgia de Kast por “el final de los setenta”, su apuesta principal fue por la música disco. Así lo demostró su tema central de campaña: todo un himno a la música retro con bajos con slap, vocalistas graves y masculinos y coros femeninos al más puro estilo funk. Una idea creativa y prometedora, pero quizás mal ejecutada: la letra se hace un trabalenguas que cuesta entender, pero el ritmo no está nada mal.
El K-Pop que le gustaría a Pinochet
Mientras la campaña de Boric sumó contribuciones muy diferentes nutriéndose de artistas militantes como Nano Stern, la de Kast recurrió a empresas externas para “afinar” su mensaje al máximo cálculo electoral. Sin embargo, fuera de “monotonizarse”, su equipo de asesores decidió arriesgarse hasta con el K-pop surcoreano; y el movimiento tenía sentido. Durante las manifestaciones ciudadanas de la Plaza Dignidad, la derecha tradicional de Chile se puso radicalmente en contra a la comunidad K-poper. De hecho, por su fuerte activismo digital, un informe de su Ministerio Público les llegó a describir como “grupos subversivos” y les endiñó una responsabilidad en la escalada de protesta social. Dado el fortísimo poder de la cultura pop coreana entre las generaciones más jóvenes de toda América Latina, la batalla merecía la pena...
Aunque Kast prometió traer a Chile a BTS (los Rolling Stones del pop coreano), el surgimiento espontáneo de campañas como k-popers con Boric o #Army4Boric demostró que eso no sería fácil. Sin embargo, es posible que tentar a un fandom mayoritariamente implicado con las luchas progresistas tuviese un doble objetivo. Piénsenlo así: los clubes de fans del pop coreano están masivamente organizados en las redes sociales. Aunque los medios tradicionales les describan como un enjambre de “adolescentes fanáticas”, su organización digital está mejor entramada de lo que ustedes se puedan imaginar y su poder de difusión es difícil de igualar. Para una k-poper, promocionar a sus grupos de referencia con campañas digitales es parte de su día a día. Todo lo que “electrifica” su comunidad digital gana un enorme poder de difusión. Es probable que el equipo de Kast pensase que esa “provocación estratégica” ya valía oro de por sí.
¿Rancheras Chilenas? El folk entra en escena
Como en la campaña brasileña de 2018, la “guerra musical” por captar la atención de los más jóvenes tuvo una cara B en la música folk. Sin embargo, en vez de en el sertanejo (el folk blanco y rural de los brasileños), esta vez su ruedo estuvo en las rancheras. Las rancheras, sí, pero no las que hoy escuchamos extrañando a Vicente Fernández, sino las chilenas. Una variante de la cumbia colombiana que se popularizó en el país desde los años 60.
“Las rancheras son un género muy escuchado en sectores rurales, tanto así que en algunas partes del sur, en fiestas patrias, suenan más rancheras que cuecas”, me dice un amigo chileno. Que la batalla se extendiese a este campo era esperable y normal, y muestra la cantidad de sonidos que han explorado ambas campañas electorales. Lo que quizás fuese menos esperable es que tras una ventaja inicial del derechista, fuese Boric quien brillase en ese albero.
Siempre así, los ABBA de Los Remedios, pueden ponerse la medalla de haber tomado por asalto la batalla electoral chilena
La llamada #RancheKast consiguió hacer bailar a los seguidores de la derecha versionando una canción icónica como “Cómo dejar de amarte”. Sin embargo, su letra sonaba enlatada y predecible. Como más tarde explicaron quienes la cantan, se trató de un mero encargo a golpe de talonario: no se sentían identificados con su campaña, y la letra vino impuesta desde fuera. Todo contrasta con la del progresista, quien rompió arriesgándose por un ritmo más acelerado y bailable contando con músicos más creativos y políticamente implicados. Pese a no llevar la iniciativa, aquí Boric acertó de pleno.
Kast, la Duquesa de Alba y un “señorito andaluz”
Si ya sabíamos que las derechas españolas y latinoamericanas comparten algo más que una fuerte afinidad política, la campaña de Antonio Kast nos recordó también su marcada sintonía cultural. Invitado a un programa estilo El Hormiguero del Canal 13, el candidato del Frente Social Cristiano recibió la visita de su mujer y sus nueve hijos para cantarle una canción en vivo. ¿Y cuál fue la afortunada? Al más puro estilo cayetano de Sevilla, la elegida fue “Si los hombres han llegado hasta la luna” (1998) de Siempre Así. Un grupo que pasará la historia por hacer bailar a la Duquesa de Alba el día de su ilustrísima boda. No en la de 1947 con el hijo del duque de Sotomayor, ni en la de 1978 con un ex-sacerdote, sino en la de 2011 con un “querubín” 25 años menor que ella. Sin duda, tras el mérito de despertar las articulaciones de una aristócrata de 85 años, y después de su disco con Los Morancos, los ABBA de Los Remedios podrán ponerse la medalla de haber “tomado por asalto” la nueva batalla de Chile.
¡Ver para creer!
Chile es un país culturalmente impredecible, y su guerra musical ha demostrado estar al mismo punto de ebullición que la propia sociedad chilena. Tras años de canciones sentidas, el giro electoralista lo ha vuelto todo más impostado, pero el esperpento de fondo no le ha quitado interés. Después de dos años de dimes y diretes políticos, grandes movilizaciones sociales e himnos improvisados, estas elecciones nos han regalado una fascinante contienda musical.
Con la Plaza Dignidad abarrotada vimos juntarse a los traperos populares con los grupos históricos de la Nueva Canción Chilena, a los cantautores con los poperos, a las reguetoneros con las agitadoras más pop. ¿Quién hubiese imaginado a los amigos chilenos de Yung Beef trapeando junto a Quilapayún? La música de sus elecciones no ha estado a esa altura de vértigo, pero sin duda ha dado y dará mucho que hablar.